DEFINICIONES
Cristián Allendes es un hombre orquesta y lo disfruta. El mismo explica que para ser empresario agrícola hay que saber de agronomía, administración, contabilidad y hasta de sicología. “No es sólo producir fruta, conseguir plata, tener trabajadores, ir a los bancos, en mi caso, que tengo exportadora, preocuparse de las exportaciones… hacemos de todo”, cuenta.
Trabajó por una década en una exportadora de fruta, hasta que en 1996 decidió independizarse. Partió con dos hectáreas (há) de frambuesas. Hoy tiene casi 600 há de frutales: 200 de uvas, 50 de cerezos y 320 de carozos (nectarines, duraznos, ciruelas), repartidas en sus campos en Melipilla y Paine. Esta temporada exportará casi un millón de cajas de fruta y prevé cerrar 2015 con ventas por unos US$ 17 millones. En tres o cuatro años espera que esa cifra llegue a unos US$ 25 millones o US$ 28 millones. Además de producir, es socio de Gesex, la principal exportadora de carozos de Chile y una de las tres mayores en uva.
Allendes está en permanente movimiento, buscando nuevas variedades de fruta, procesos, tecnologías o maquinarias que hagan más eficiente el trabajo en el campo, para conseguir una mayor producción, sin subir el costo, mientras se facilita la tarea del trabajador. En los últimos años ha cambiado entre 70% y 80% de sus plantaciones por nuevas variedades y a través de portainjertos, mejorando la eficiencia. “Si tienes todo de una sola variedad, te obliga a cosechar todo al mismo tiempo y o no alcanzas o no tienes dónde venderlos, porque no hay mercado para tanto volumen de una sola vez”, explica. Compró plataformas italianas autopropulsadas que reemplazaron a las escaleras para la cosecha y maquinaria electrostática para la aplicación de productos a los huer- tos (fungicidas, acaricidas, etc), que cubren más terreno en un día, con menos uso de insumos, agua y mano de obra. “Valen el triple que una turbo, pero compensan”, dice. Financiar todo eso requiere “que la fruta sea de excelente calidad, para poder venderla a buen precio”.
Trabajadores
A fines del año pasado inauguró la ampliación del packing y frigorífico central en Chocalán (Melipilla), que demandó una inversión de US$ 6 millones. “Aumentamos en 50% la productividad de las personas, embalan usando una mesa automatizada, con cintas transportadoras”, explica, y agrega que “le aliviamos el trabajo a la gente, que gana más”.
La relación con los trabajadores está presente a lo largo de toda la conversación. Allendes trabaja con 200 personas de planta y unas 1.100 adicionales en temporada alta, la mitad de ellos directa- mente y la otra mitad con contratistas. Hoy, cuenta “es difícil tener trabajadores que ganen menos de $ 450 mil mensuales, en los packing pueden ganar hasta $ 1 millón en temporada alta”. Agrega que si bien se ha reducido la demanda de la minería, los trabajadores “están más exigentes, y está bien que lo estén, pero cada día quieren menos trabajar en el campo, es casi visto como un trabajo de segunda categoría”. Por lo mismo, encontrar personal para los packing es menos difícil: “Las personas sienten que están trabajando en una fábrica, una empresa, con instalaciones, servicios, muchas veces con alimentación”, explica. Y está el aspecto de la estacionalidad: un empleo en el comercio, por ejemplo, puede tener un sueldo más bajo pero permanente, no sólo por algunos meses. Es algo que ha visto en todo el mundo, comenta: En EE.UU. y Europa la gente no quiere trabajar en el campo y es uno de los factores que ha incidido en el mayor precio de los alimentos en el mundo, porque producirlos es más caro.
La reforma laboral le inquieta. Lo que ha visto hasta ahora, estima, “no incentiva la contratación ni las buenas relaciones”. Ahí se le nota el interés gremial. Allendes fue presidente de Fedefruta, la asociación de productores frutícolas, entre 2012 y 2014, y hoy es uno de sus directores. Tiene una mirada positiva del futuro, con mejoras en términos comerciales por el alza del dólar, pero con desafíos. “Veo complicado el tema laboral, la energía y los cambios al Código de Aguas”, dice. “Las señales por parte del Estado son malas y este es un rubro que ya es difícil”. No le gusta quejarse, así que cambia rápidamente de tema, por otro más alegre. “El año pasado mi campo en San Manuel de Melipilla, se ganó el premio al mejor campo de Chile”, cuenta.
Le pregunto si es cierto que recorre los campos en moto. “En los packing (los trabajadores) pueden ganar hasta $ 1 millón en temporada alta”. Este es un trabajo de dedicación, es de tiempo, hay que estar ahí todos los días”. Veo complicado el tema laboral, la energía y los cambios al Código de Aguas”. Se ríe. “En moto, en auto, en caballo… soy corralero, y ahora tengo collera completa”, explica. Tiene cinco hijos, cuatro hombres y una mujer. Y precisa con orgullo que los dos mayores son agrónomos y trabajan con él, cada uno a cargo de un fundo. El campo no lo aburre. Se fue una semana de vacaciones al sur y “estaba loco por volver. Los primeros cuatro días estuve bien, pero ya luego quería volver a hacer mis cosas. Mi señora me dice que me quede tranquilo, pero no hay caso”.
Se define como agricultor diario, no de oficina. “Lo que más se necesita es trabajo, empuje, sobre todo trabajar bien. Este es un trabajo de dedicación, es de tiempo, hay que estar ahí todos los días. Las cosas van saliendo a medida que esa dedicación y esfuerzo van dando frutos. Y a mí me queda mucho por hacer: seguir mejorando calidad, seguir cambiando variedades que a lo mejor no funcionan, seguir explorando mercados”.