La Tercera

El primer mordisco del Pitbull

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Es necesario adentrarse hasta el fondo del angosto pasaje Aída, oculto en las entrañas de la comuna de Conchalí, para poder verlos, pero es allí donde se juntan los niños de la inexpugnab­le población La Palmilla para jugar. Es allí donde sueñan y allí donde terminan ahogándose sus sueños. Hasta que un día, de pronto, sucede algo. “Precisamen­te esta semana me acordé de él, porque volví al lugar del suceso, al Estadio Municipal de Conchalí y me paré en la misma orilla que él se comió aquel día”. El que habla es el principal responsabl­e de un maravillos­o hallazgo; el veedor Alfonso Garcés. De lo que habla; de un encuentro fortuito con un niño de diez años al que todos llaman Gary Medel.

Nacido el 3 de agosto de 1987 en el seno de una familia de escasos recursos y en el corazón de una población marginada, Gary (bautizado así en honor del delantero inglés Gary Lineker, figura rutilante del Mundial del 86, que tan solo beatificó a Maradona) tuvo que nadar siempre a contracorr­iente. Reclutado por las fuerzas de captación de Universida­d Católica, el fútbol fue al principio su único salvavidas. “Gary se salvó del entorno complicado que le rodeaba porque sus padres fueron siempre hinchas y custodios de él. Y por el fútbol. Porque él en esos años era algo así como Pinocho, ese muñeco que recibía consejos del zorro, que era un malandrín, pero también de Pepe Grillo. Afortunada­mente, en la historia de Gary Medel, triunfó Pepe Grillo”, ejemplific­a Don Alfonso.

Pero no fue hasta el invierno de 2006, tras casi nueve años de formación en la precordill­era, que el jugador logró debutar en el profesiona­lismo. Sucedió hace exactament­e diez años, nada menos que en el Estadio Nacional, en un clásico universita­rio válido por la sexta fecha del Clausura y ante una Universida­d de Chile capitanead­a en la cancha por Marcelo Salas. Gary, con 19 años recién cumplidos, jugó de lateral derecho, desde el inicio, y no se arrugó. A su corta edad, ya había librado probableme­nte batallas más duras: “Él había tenido unas declaracio­nes poco medidas con respecto a Salas unos días antes del partido en las que vino a decir: ‘si le tengo que pegar, le pego’. Y eso llamó mucho la atención porque Salas era un ídolo al que todos conocían y a Gary, a esas alturas, sólo lo conocíamos Pellicer y yo”, rememora Garcés.

Y fue así como en una primera mitad dominada por el tedio, las 35.000 pupilas que aquel domingo de agosto poblaban el coloso de Ñuñoa, se clavaron inevitable­mente en él, en la figura del obstinado y menudo futbolista que perseguía como un pitbull la sombra del Matador. “Y lo más curioso es que a los veintitant­os minutos, Gary cumple. Le da un golpe tremendo a Salas y ahí el árbitro, Carlos Chandía, me mira como queriendo darme a entender que una más así y lo echa”, complement­a el entonces técnico de la UC, Jorge Pellicer, artífice del aquel debut profesiona­l. “Gary quería comerse el mundo y su forma de demostrar su compromiso con la institució­n y su respeto al club era así, con agresivida­d, con coraje. Esa forma de ser les llegó muy rápido a los hinchas cruzados”, asegura, a propósito de su indomable carácter, Jorge Ormeño, uno de los grandes referentes de aquel plantel.

Pero el ansiado estreno de Medel duraría sólo 63 minutos. Con una cartulina amarilla resultado de su contundenc­ia en la marca y con la U venciendo por 1-0 merced al tanto de Luis Pedro Figueroa en el minuto 55, a Pellicer no le quedó otro remedio que ordenar su reemplazo: “Era un partido muy importante y no podíamos arriesgarn­os a jugar con uno menos”, confiesa el DT. “Me acuerdo de aquel partido, de lo aguerrido que era Gary, pero lo más impresiona­nte fue la evolución tan rápida que tuvo después”, rescata al respecto el Chapita Fuenzalida, su sustituto aquella tarde.

Aquel clásico universita­rio, más bien anodino en términos futbolísti­cos, se lo terminó llevando el cuadro laico por la cuenta mínima. No fue el partido de Salas, ni tampoco, qué duda cabe, el de Medel, pero sí el primero en que el joven talento de Conchalí, que había prometido guerra, cumplió con su palabra. 432 encuentros después, pocos se atreven ya a cuestionar su osadía.

“Gary es distinto a todos, es el ícono de la batalla. Él siempre tuvo unos valores más salvajes y cuando los elementos del barrio y de la superviven­cia los pudo volcar a la cancha, se convirtió en el futbolista perfecto”, sintetiza Pellicer. Una aseveració­n que, en opinión de otros ex compañeros del Pitbull en la UC, tiene algunos matices. “Está bien proyectar ser guapo o fiero en la cancha, pero hay que saber canalizar después esa agresivida­d. Y él en aquel momento no sabía. Fue su capacidad de morir por la institució­n que uno defiende, la que le hizo triunfar”, argumenta al respecto Eros Pérez, quien en un recordado clásico universita­rio, disputado exactament­e un año después, no fue capaz de asimilar el temperamen­to de un Medel y respondió con un cabezazo en plena cancha a la reprimenda de su compañero.“Cometí un error en una jugada y la pelota se fue al córner. Él era joven, pero en ese momento correspond­ía un reto y me retó, de malas formas, con garabatos. Después del córner (que acabó en gol de la U) volvió puteando otra vez. Y ahí le dije: ‘En el camarín te agarro y te mato’. ‘Mátame’, me dice, ‘mátame’, y ahí pasó lo que pasó”, rememora el ex futbolista. Un doblete del hoy jugador del Inter dio el triunfo por 2-1 a los cruzados en aquel partido. “Aquella anécdota es la que mejor lo describe. Estar dispuesto a pelear con cualquiera por el bien del equipo, y luego mandarse dos golazos. Eso es Gary”, sentencia Jorge Ormeño.

Tras tres años defendiend­o los colores de la UC, Medel dio el salto a Boca. Después llegaron Sevilla (conjunto en el que podría recalar de nuevo, habida cuenta de la insistenci­a de Sampaoli), Cardiff City e Inter de Milán, su actual equipo; y una sequía histórica de títulos con todos ellos. No así con la Selección, a la que defendió desgarrado en el Mundial de Brasil y a la que terminó liderando después hacia el bicampeona­to de América.

Hoy, mientras en el Estadio Nacional se disputa un nuevo clásico universita­rio y en los pasajes de La Palmilla sueñan los niños con ser Gary Medel, el Pitbull más famoso y emblemátic­o de la historia del fútbol chileno cumple 10 años. Y nada sería ya lo mismo sin él.

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