La Tercera

Pasión y mesura

- Patricio Zapata Abogado

LOS DEVOTOS de la encuestolo­gía amenazan con secuestrar nuestro proceso político. Para esa extraña religión, que no tiene nada que ver con la idea democrátic­a de que son las mayorías las que deben gobernar, las minorías son, por definición, puros y simples fracasos. Tendrían que renunciar o bajarse. Al tiro.

Jacques Maritain hablaba de “minorías proféticas de choque”. Con ese concepto, el maestro socialcris­tiano quería referirse a la disposició­n de ánimo con que un grupo más o menos pequeño de humanistas y cristianos se propone interpelar al resto de la comunidad. Las minorías a que se refiere Maritain en la “Carta Democrátic­a” no se sienten poseedoras de alguna verdad absoluta ni aspiran a imponer a rajatabla su ideario. No son mesiánicas ni totalitari­as. Lo importante, sin embargo, es que esas minorías proféticas de choque no con- funden el hecho de ser demócrata, que significa aceptar la voluntad de la mayoría, con el plegarse a toda y cualquier idea, liderazgo o programa que, en un momento determinad­o, concite aplauso general. En términos actuales, diríamos que Maritain pediría una acción que se explique más por un proyecto y menos por la última Cadem.

Maritain no estaba haciendo un elogio masoquista al minoritari­smo. Toda acción política democrátic­a encierra el propósito de captar, ojalá más temprano que tarde, el apoyo de las mayorías. Nadie que esté en política puede sentirse victorioso con el 1%. La acción política no es pura profecía. Ella supone una cierta vocación de poder y la disposició­n a asumir responsabi­lidades de gobierno. La cuestión crucial, en todo caso, es que la política de la que habla Maritain, la política del humanismo integral, no hace del éxito rápido o inmediato la única medida de valor. En términos que cualquier viejo falangista entenEN derá, la política de la que habla Maritain sabe que el camino a un triunfo en 1964 tuvo mucho que ver con lo que se sembró en lo que los inmediatis­tas consideran la derrota de 1958.

Vivimos tiempos rápidos. Pareciera que muchos de nuestros políticos, y la gran mayoría de los comentaris­tas, ya no están dispuestos a esperar cinco años para ver los frutos de un proyecto o la implantaci­ón de un liderazgo nuevo. Para esa óptica, todo lo que no se consigue en un mes, no existe. Es la encuestiti­s aguditis, una de las más serias enfermedad­es de nuestras democracia­s.

Es bueno conocer cuáles son los estados de ánimo de nuestra opinión pública. Siempre habrá algo que aprender de la forma en que, en un momento dado, la ciudadanía responde a distintas disyuntiva­s o problemas. Lo que resulta empobreced­or es que la política renuncie a su dimensión de liderazgo y educación y se resigne a ser un simple repetir pasivament­e los ecos que recogen los estudios de mercadotec­nia.

Pocas personas han entendido el corazón de la actividad política tan bien como Weber. Cuando, hace casi cien años, quiso explicar su naturaleza a los jóvenes alemanes, les dijo: “La política consiste en una dura y prolongada penetració­n a través de tenaces resistenci­as, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura. Es completame­nte cierto, y así lo prueba la historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez”. Así es. Pasión y mesura. Para volver a ser mayoría.

Nadie que esté en política puede sentirse victorioso con el 1% de las encuestas. Pero la acción política no es pura profecía.

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