Mayol, o el intelectual comprometido
La figura del intelectual comprometido con la acción política ha sido siempre controversial. La acción política se inclina con frecuencia hacia simplificaciones que repugnan al analista de la vida social, que, si es riguroso, suele poner en duda relaciones esquemáticas de causa a efecto, y señalar las eventuales consecuencias no buscadas de las acciones colectivas. Cuando las sociedades se hacen más complejas, el trabajo de comprensión de su dinámica adquiere mayor autonomía, primero de la religión y luego de la política, y reside en espacios como las universidades, centros de pensamiento o medios de comunicación. Pero en las sociedades latinoamericanas ese espacio de autonomía existe apenas, lo que incita a algunos intelectuales a intervenir en política, ya sea para controvertir a los que adecúan sus razonamientos a meros intereses o bien para procurar que los actores políticos mejoren la adecuación entre los fines declarados y los medios disponibles para alcanzarlos con mayores dosis de racionalidad estratégica.
Algo de eso hay en la decisión de Alberto Mayol de pasar desde el análisis de la realidad social chilena a la tribuna pública y, finalmente, a la condición de candidato a la candidatura presidencial del Frente Amplio. Ningún intelectual que sea mínimamente sensible a, por ejemplo, el hecho de que Chile sea una de las sociedades más desiguales del mundo, puede solo investigar sin experimentar algún grado de indignación moral que lo empuja a la acción.
No comparto todo de los diagnósticos de Mayol sobre un “derrumbe del modelo” o sobre la “autopsia de la muerte de la elite chilena”, ni algunos de sus juicios políticos, como el