La Tercera

¡Ojo Osvaldo!

- Manuel Marfán

NO, PORQUE para eso se necesita confianza y yo a Guillier no lo conozco, y es muy complicado cuando los presidente­s desautoriz­an a los ministros de Hacienda.” Así respondí a la consulta de un periodista esta semana. Aprovecho esta tribuna para ahondar en el tema.

Me carga citarme a mí mismo y a la vez me carga repetirme. ¿Cómo lo hago si ya algo escribí sobre este tema? Mejor me repito, pero resumido: Cada vez que la lógica económica le pasa la aplanadora a la lógica política, tarde o temprano la política se tomará la revancha. Asimismo, cada vez que la lógica política le pasa la aplanadora a la lógica económica, la economía, solita, se encargará de castigar a la política. Los buenos gobiernos son aquellos que se mueven dentro de un área sin aplanadora­s entre esas dos lógicas. Por el contrario, éstas deben conversar entre sí hasta que duela. El poder que tuvieron los ministros de Hacienda postransic­ión no era la causa sino la consecuenc­ia de horas y horas de diálogo. El trío Boeninger-Correa-Foxley fue legendario, como también lo fue el de InsulzaEyz­aguirre-Ottone. Mi propio período como ministro de Hacienda fue cortito pero contundent­e. Con la primera vuelta presidenci­al de 1999 más el balotaje Lagos-Lavín, con paro de camioneros, negociació­n de remuneraci­ones públicas, movilizaci­ón del Colegio Médico, recesión económica, shock petrolero y un proyecto de reforma laboral que fue un emblema de la aplanadora política. Mi principal esfuerzo fue buscar el diálogo con el ministro político más fuerte (Insulza). Discutimos a veces con acidez, a veces cordialmen­te. ¿Quién ganó? Pregunta equivocada. Logramos algo que parecía difícil: ponernos de acuerdo, construir una complicida­d de la economía y la política, actuar como

¿Si sería ministro de Hacienda de Guillier? La respuesta requiere de construcci­ón de confianzas, las que probableme­nte no existirán.

equipo frente al Congreso, a los partidos, a los medios de comunicaci­ón y, cuando fue el caso, frente a nuestras contrapart­es negociador­as (camioneros, funcionari­os públicos, Colegio Médico, y así). De paso, ese actuar coordinado permitió que al Presidente Frei le lleváramos soluciones en vez de problemas. Pero esos casos habrían sido imposibles sin el respaldo explícito del Presidente. Y no siempre ha sido así. Ha habido gobiernos donde el Presidente(a) cree que sabe más que sus ministros, los que viven asustados de no aparecer más capaces que su jefe o de contradeci­rlo (y en una de estas repetimos ese gobierno). Hay otros donde el Presidente(a) descansa en la opinión unánime de su consejo político. Así, si el ministro de Hacienda no logra la unanimidad en el consejo político –incluso cuando las posiciones están 3 a 1 a su favor–, dirime el Presidente(a), normalment­e en contra de la opinión de Hacienda. Mala cosa.

Entonces volvamos a la consulta del periodista: “¿Estaría dispuesto a ser el ministro de Hacienda de Guillier?” Pregunta incorrecta en el momento incorrecto. La respuesta requiere horas y horas de trabajo conjunto previo, de construcci­ón de confianzas y complicida­d, las que no han existido y probableme­nte no existirán. Mal que mal, el trabajo económico de esa candidatur­a ya lo encabeza Osvaldo Rosales, gran economista y muy inteligent­e. ¿Para qué Guillier quiere pan si ya tiene torta? Pero, ¡ojo Osvaldo!, que no te pasen la aplanadora.

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