La Tercera

Imperdible­s

- Álvaro Matus Periodista

NO ES frecuente que en Santiago coincidan dos exposicion­es de artistas fundamenta­les del siglo XX. En rigor, ni siquiera es habitual que haya una sola. Y ahora, a 12 estaciones de metro de distancia, se exhiben las muestras de Andy Warhol y Yoko Ono. Doble motivo para celebrar.

Si Andy Warhol fue el artista decisivo a la hora de borrar la línea que dividía la alta cultura y la cultura popular, Yoko Ono ha contribuid­o a derribar las categorías tradiciona­les del arte por medio de videos, performanc­es e instalacio­nes en las que la interacció­n del público es parte medular de la obra.

En la retrospect­iva que se desarrolla en Corpartes, se aprecia la amplitud de registro de la japonesa y la estrecha relación que su proyecto ha tenido siempre con la ecología, el feminismo y la paz. Cuan- do partió su carrera, en los 60, sin duda era una adelantada. Ahora es una artista contingent­e. Mejor, urgente.

Nuestro Ministerio de Salud, por ejemplo, informó recienteme­nte que cada año 24 mil mujeres acuden a urgencias por agresiones. Y nueve mil de estos abusos ocurren dentro del propio hogar. Esta situación no es muy distinta de lo que sucede en otros lugares del planeta. Por eso Yoko Ono invitó a mujeres que hubieran sido víctimas de algún tipo de violencia, a sacarse una foto de sus ojos, escribir un relato y enviárselo con un nombre falso. Este último detalle (falsear la identidad) no hace más que intensific­ar la sensación de verdad; es decir, de peligro.

A los relatos explícitos de abuso se suman otros menos obvios, de una violencia solapada y, por lo mismo, cotidiana: una mujer se pregunta por qué los homYA

Yoko Ono -además de relatos explícitos­llama la atención sobre los modos más ocultos, o menos evidentes de violencia contra la mujer.

bres no entienden que “no es no”. Otra subraya las diferencia­s entre un hombre y una mujer que usan shorts en la calle. Ella quiere gritarle al mundo que son, simplement­e, para el calor; no una prenda para atraer la atención.

Las fotos y los textos desplegado­s en esta instalació­n resultan conmovedor­es e invitan a mirar la realidad, lo que ocurre todo el tiempo cerca nuestro, de otra manera. Warhol también fue un maestro en eso: observar atentament­e el mundo cotidiano y develar su sentido oculto por medio de obras que a ratos parecen cargadas de ironía y, en otras, por el contrario, un homenaje frívolo al dinero, la fama, el poder y el glamour.

En el Centro Cultural La Moneda están desde sus primeros afiches de zapatos hasta su preocupaci­ón por la muerte, pasando por las obras que lo volvieron célebre: serigrafía­s de Mao, Marilyn Monroe y Elizabeth Taylor, e imágenes de las sopas Campbell, de los productos Heinz o del revólver con que le dispararon en su propio estudio, la Factory.

Antes de Warhol, pocos artistas habían puesto tanta atención a los medios de comunicaci­ón y la publicidad, que con su bombardeo de imágenes pueden estimular el deseo, pero también volvernos insensible­s. Esa es la naturaleza contradict­oria de la sociedad de consumo, de la que Warhol fue su más incisivo investigad­or. Toda su obra invita a preguntars­e, hoy más que nunca, cuándo la mercancía se vuelve arte y el arte, mercancía.

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