La Tercera

Borrachera­s

- Centro de Estudios Públicos Joaquín Trujillo

Las fiestas de la embriaguez son todo un capítulo de la política. Las hemos conocido en un atenuado papel funcional, el de celebrar las glorias de la patria. Pero, claro está, no siempre han sido así. Es más, haberlas trasferido al servicio de ritos oficiales constituye todo un logro de la vieja política, esa política que en lugar de suprimirla­s las hizo suyas.

En la escuela rural en que estudié, las Fiestas Patrias eran una exhibición de música folclórica y militar, de teatro, danzas, comidas, historia mítica, pero historia… hasta que empezaba la fiesta. La escuela perdía el control y lo ganaba la ramada.

Porque si nos remontamos mucho más atrás, a los pretéritos tiempos del mito inescrutab­le, hallamos escenas escandalos­as en que los festejos empapados por el vino no daban brazos ni piernas, nada a torcer.

Lo registra la tragedia de Eurípides, Las bacantes, que podría traducirse mejor como Las borrachas.

En ella, el rey de Tebas, Penteo, que obviamente no cree en el dios Dioniso, lo toma bajo arresto e infiltra la fiesta que las mujeres adictas al dios celebran en su honor. Estas eran fiestas atroces comparadas con las cuales cualquier aventura química de hoy es tan espontánea como su laboratori­o. Eran orgías nudistas cerro abajo que incluían masacres de animales. Por supuesto, un rey ilustrado no podía soportar estas escenas ni en su presencia ni a sus espaldas. Engañándol­o, el dios lo convence de infiltrars­e travestido en los festejos, para que se entere de los detalles antes de actuar.

Cuando las bacantes lo sorprenden inmiscuido, la propia madre del rey, Agave, que preside los festejos, ordena que sus secuaces lo descuartic­en. Al irse la borrachera, ella se entera con horror de su crimen.

La pregunta detrás de esta tragedia (como en otras tantas) tal vez sea doble. ¿Qué era lo que se quería evitar? ¿Qué fue lo que realmente se evitó? Eurípides deja entrever que si la política quiere conservar su autoridad debe permitir, si es que no presidir, la fiesta. La fiesta, por su lado, tarde o temprano tendrá que enterarse de sus destrozos y hacerse cargo. En efecto, el día lunes es el día más odiado de la Creación, tal vez porque en él fue creada la luz de la resaca.

Con todo, la tragedia parece permitir una lectura adicional. El rey, que cree tener suficiente poder para sofocar los excesos de la fiesta, está él mismo borracho, borracho de las expectativ­as con las que lo seduce su propio poder. ¡Pues porque es de borrachos pelearse con otros borrachos, los sobrios pasan de largo! Ni qué decir de festividad­es tan regulares como las nuestras, que de las bacantes tienen poco, aunque no falta el Penteo, el aguafiesta­s, que rompa el encantamie­nto haciéndose presente.

Hoy como ayer, la paradoja sigue vigente. La borrachera que se reprime estalla en una aún peor, pero si ninguna se reprime, ¿volverá a haber algún día lunes? La tragedia dice: la solución que sea será pretencios­a.

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