Narrativas políticas erróneas en la región,
Hasta que los ciudadanos de América Latina aprenden lo que deben pedir a gobiernos, les disgustará lo que terminan recibiendo.
general)- que protegía los intereses de los anti-pueblo. No obstante, el hecho que hoy los ciudadanos estén desechando la izquierda y sus políticas supuestamente “pro-pueblo” no se debe a que ahora prefieran la “clase enemiga”, sino a que han cambiado de narrativa.
Además de la que se refiere a clase, en América Latina existen por lo menos tres estructuras narrativas prominentes en el ámbito político. Una se enfoca en la corrupción: los que vinieron antes eran corruptos, así que nos deshicimos de los sinvergüenzas. Ahora, los nuevos chicos también empezaron a robar, de modo que -sea cual sea su política- ha llegado el momento de que se vayan.
Una tercera narrativa se basa en teorías económicas contrapuestas. La década de 1990 fue la era del neoliberalismo, una visión económica del mundo que equivocadamente supuso que los beneficios del crecimiento económico se derramarían hacia los de abajo. Los nuevos gobiernos de izquierda tenían una teoría económica superior, que podía impulsar el crecimiento económico y al mismo tiempo crear oportunidades para los de abajo. Hoy, en medio de un estancamiento inflacionista, los ciudadanos deben estar poniendo en duda esta alternativa.
La narrativa final destaca el papel que tienen las condiciones externas -la buena suerte, no las buenas políticas- en determinar el desem- peño económico.
Los gobiernos llegarán a ser más efectivos solo si los ciudadanos aprenden a volverse más exigentes en cuanto a las políticas que demanden. Sin embargo, ninguna de las narrativas políticas latinoamericanas enseña nada nuevo ni útil. Rusia a entrar en cesación de pagos en agosto de 1998 y esto cerró el acceso a los mercados de capital a todos los países emergentes debido al contagio financiero.
Y por esas cosas del destino, la situación tuvo un giro dramático en 2004: los precios de los commodities iniciaron el auge de mayor duración que hayan tenido -el súper ciclo- y se disparó la avidez de los inversores por la deuda de los emergentes. Así, desapareció la necesidad de austeridad, ya que se podía incurrir en mayores gastos sin emitir moneda o sin que se agotaran las divisas. Sin embargo, la bonanza económica fue mal manejada, conduciendo a un despilfarro fis- cal, y el fin del auge dejó a las economías en recesión y a los ciudadanos con sus sueños rotos.
Argentina, Brasil y Venezuela se metieron en una situación sorprendentemente similar a la de fines de los años 1980. En consecuencia, las soluciones también han de ser similares. Los ciudadanos apoyaron con entusiasmo el gasto extravagante durante el auge. Aplaudieron cuando Rafael Correa de Ecuador eliminó un fondo de estabilización del petróleo que había heredado y cuando Chávez, en lugar de reservar fondos para un período de vacas flacas, quintuplicó la deuda pública externa.
Ahora, cuando se ha terminado la fiesta, quieren gobiernos más conservadores que estabilicen la economía y restauren la confianza del mercado que es necesaria para alentar la inversión privada. Hasta que los ciudadanos aprendan lo que deben pedir a sus gobiernos, están condenados a que les disguste lo que terminan recibiendo. Desgraciadamente, las narrativas políticas que hoy dominan en América Latina no están contribuyendo al desarrollo de este proceso.