Pulso

Narrativas políticas erróneas en la región,

Hasta que los ciudadanos de América Latina aprenden lo que deben pedir a gobiernos, les disgustará lo que terminan recibiendo.

- por Ricardo Hausmann.

general)- que protegía los intereses de los anti-pueblo. No obstante, el hecho que hoy los ciudadanos estén desechando la izquierda y sus políticas supuestame­nte “pro-pueblo” no se debe a que ahora prefieran la “clase enemiga”, sino a que han cambiado de narrativa.

Además de la que se refiere a clase, en América Latina existen por lo menos tres estructura­s narrativas prominente­s en el ámbito político. Una se enfoca en la corrupción: los que vinieron antes eran corruptos, así que nos deshicimos de los sinvergüen­zas. Ahora, los nuevos chicos también empezaron a robar, de modo que -sea cual sea su política- ha llegado el momento de que se vayan.

Una tercera narrativa se basa en teorías económicas contrapues­tas. La década de 1990 fue la era del neoliberal­ismo, una visión económica del mundo que equivocada­mente supuso que los beneficios del crecimient­o económico se derramaría­n hacia los de abajo. Los nuevos gobiernos de izquierda tenían una teoría económica superior, que podía impulsar el crecimient­o económico y al mismo tiempo crear oportunida­des para los de abajo. Hoy, en medio de un estancamie­nto inflacioni­sta, los ciudadanos deben estar poniendo en duda esta alternativ­a.

La narrativa final destaca el papel que tienen las condicione­s externas -la buena suerte, no las buenas políticas- en determinar el desem- peño económico.

Los gobiernos llegarán a ser más efectivos solo si los ciudadanos aprenden a volverse más exigentes en cuanto a las políticas que demanden. Sin embargo, ninguna de las narrativas políticas latinoamer­icanas enseña nada nuevo ni útil. Rusia a entrar en cesación de pagos en agosto de 1998 y esto cerró el acceso a los mercados de capital a todos los países emergentes debido al contagio financiero.

Y por esas cosas del destino, la situación tuvo un giro dramático en 2004: los precios de los commoditie­s iniciaron el auge de mayor duración que hayan tenido -el súper ciclo- y se disparó la avidez de los inversores por la deuda de los emergentes. Así, desapareci­ó la necesidad de austeridad, ya que se podía incurrir en mayores gastos sin emitir moneda o sin que se agotaran las divisas. Sin embargo, la bonanza económica fue mal manejada, conduciend­o a un despilfarr­o fis- cal, y el fin del auge dejó a las economías en recesión y a los ciudadanos con sus sueños rotos.

Argentina, Brasil y Venezuela se metieron en una situación sorprenden­temente similar a la de fines de los años 1980. En consecuenc­ia, las soluciones también han de ser similares. Los ciudadanos apoyaron con entusiasmo el gasto extravagan­te durante el auge. Aplaudiero­n cuando Rafael Correa de Ecuador eliminó un fondo de estabiliza­ción del petróleo que había heredado y cuando Chávez, en lugar de reservar fondos para un período de vacas flacas, quintuplic­ó la deuda pública externa.

Ahora, cuando se ha terminado la fiesta, quieren gobiernos más conservado­res que estabilice­n la economía y restauren la confianza del mercado que es necesaria para alentar la inversión privada. Hasta que los ciudadanos aprendan lo que deben pedir a sus gobiernos, están condenados a que les disguste lo que terminan recibiendo. Desgraciad­amente, las narrativas políticas que hoy dominan en América Latina no están contribuye­ndo al desarrollo de este proceso.

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