¿El lado de la oferta, la demanda o la innovación?, por Edmund S. Phelps
Proveer más de los mismos bienes nunca “crea su propia demanda”, como pensaba Keynes, pero entregar nuevos bienes sí puede.
SE HA VUELTO imposible negar el llamado estancamiento secular que afecta a las economías desarrolladas: la riqueza se está amontonando, pero los salarios reales apenas están subiendo y la participación de la fuerza laboral ha estado en una tendencia a la baja. Peor aun, los políticos no tienen una idea plausible acerca de qué se puede hacer.
Detrás de este estancamiento está la desaceleración en el crecimiento de la productividad desde 1970. El manantial de tales avances de productividad -la innovación endémica- se ha visto fuertemente atascado desde fines de los 60 (principalmente en industrias establecidas) y lo fue incluso más hasta 2005.
Ronald Reagan y Margaret Thatcher vieron el estancamiento que estaba golpeando a las economías hacia los años 70 desde el lado de la oferta. Ellos impulsaron recortes de impuestos a las ganancias y salarios para impulsar la inversión y el crecimiento, con resultados discutibles. Pero hoy, con las tasas de impuestos mucho más bajas, recortes de esa magnitud se traducirían en enormes incrementos de los défi- cits fiscales. Y con los niveles de deuda ya elevados y grandes déficits a la vista, tales medidas por el lado de la oferta serían imprudentes.
Entonces ahora los más brillantes ven las cosas desde el lado de la demanda, usando la teoría construida por John Maynard Keynes en 1936. Cuando la “demanda agregada” -el nivel de gasto real en bienes domésticos que hogares, empresas, gobierno y compradores internacionales están dispuestos a hacer- se ubica bajo la producción, teniendo pleno empleo, la producción se limita a la demanda. Y no habrá innovación. Pero la concepción de la economía del lado de la demanda es extraña. Para ellos, la demanda de inversión privada es autónoma, gobernada por fuerzas que Keynes calificaba como “espíritu animal”. La demanda del consumidor es esencialmente autónoma, también, porque la parte conocida como “inducida” está atada a la inversión autónoma a través de la “propensión a consumir”. De ahí que las medidas del gobierno sean la única manera de impulsar el empleo y el crecimiento cuando la demanda autónoma queda atrás y se pierden empleos. Esta concepción no capta ni el crecimiento ni la recuperación.
En economías saludables, un shock de demanda contractiva dispara dos tipos de respuestas para impulsar la recuperación.
Las adaptaciones a oportunidades emergentes son un tipo de respues- ta. Cuando las empresas golpeadas por una menor demanda contraen sus operaciones, el espacio que ceden queda disponible para ser usado por empresarios con mejores modos de administrar negocios o con mejores negocios.
LA OTRA respuesta es la innovación endógena, es decir, nuevas ideas que emergen de varios empresarios. Cuando las empresas golpeadas por una menor demanda dejan de contratar por un tiempo, algunos que se han unido a firmas establecidas usan su situación para soñar nuevos productos o métodos y organizar startups para desarrollarlos.
El creciente número de aspirantes a innovadores que trabajan en garajes en sus hogares podrían producir por sí mismos algunos de sus bienes de capital. Más importante, la acumulación de nuevas startups gradualmente generará una creciente demanda por inversión -induciendo la demanda- y también el crecimiento. Algunos pueden dudarlo. ¿Pueden nuevos productos y métodos comportarse bien en el mercado si la demanda es deficiente? ¿Puede levantarse capital donde el ingreso está deprimido? Las pequeñas empresas y startups siempre deben luchar por crédito, y la Gran Recesión que siguió a la crisis financiera de 2008 lo hizo más difícil. Aun así, la recesión no evitó que tales empresas acudieran a buscar financiamiento en Silicon Valley, Londres y Berlín. No es de extrañar que Alemania, EEUU y Reino Unido estén más o menos recuperados.
Los que apoyan el lado de la demanda dicen que la innovación solo dificulta la recuperación, porque permite a las empresas alcanzar la demanda existente con menos empleados. De ahí que llaman a incrementar la inversión anual del sector público al nivel necesario para alcanzar el pleno empleo. Pero tal inversión en infraestructura iría mucho más allá de lo que jamás se hubiera hecho si se hubiera dejado que la economía recuperara un alto nivel de empleo a través de la actividad adaptativa e innovadora. De hecho, tal inversión es costosa más allá del gasto porque evita la adaptación e innovación que habría traído mayor empleo y crecimiento más rápido.
Más aun, mientras la innovación occidental sigue confinada, un compromiso del lado de la demanda hacia un gran y sostenido flujo de inversión en infraestructura -y, asimismo, un compromiso del lado de la demanda a un flujo similar de inversión privada- debe traer retornos decrecientes hasta que, inevitablemente, la economía alcance su estado casi estacionario. Proveer más de los mismos bienes nunca “crea su propia demanda”, como pensaba Keynes. Pero entregar nuevos bienes sí lo puede hacer. Son los impedimentos a la adaptación e innovación -no la austeridad fiscallo que está causando nuestro estancamiento. Y solo un renovado dinamismo -no la irresponsabilidad fiscal- ofrece alguna esperanza de una salida duradera.