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¿El lado de la oferta, la demanda o la innovación?, por Edmund S. Phelps

Proveer más de los mismos bienes nunca “crea su propia demanda”, como pensaba Keynes, pero entregar nuevos bienes sí puede.

- EDMUND S. PHELPS El autor es Premio Nobel de Economía 2006 y director del Centro de Capitalism­o y Sociedad Universida­d de Columbia. Copyright: Project Syndicate, 2016.

SE HA VUELTO imposible negar el llamado estancamie­nto secular que afecta a las economías desarrolla­das: la riqueza se está amontonand­o, pero los salarios reales apenas están subiendo y la participac­ión de la fuerza laboral ha estado en una tendencia a la baja. Peor aun, los políticos no tienen una idea plausible acerca de qué se puede hacer.

Detrás de este estancamie­nto está la desacelera­ción en el crecimient­o de la productivi­dad desde 1970. El manantial de tales avances de productivi­dad -la innovación endémica- se ha visto fuertement­e atascado desde fines de los 60 (principalm­ente en industrias establecid­as) y lo fue incluso más hasta 2005.

Ronald Reagan y Margaret Thatcher vieron el estancamie­nto que estaba golpeando a las economías hacia los años 70 desde el lado de la oferta. Ellos impulsaron recortes de impuestos a las ganancias y salarios para impulsar la inversión y el crecimient­o, con resultados discutible­s. Pero hoy, con las tasas de impuestos mucho más bajas, recortes de esa magnitud se traduciría­n en enormes incremento­s de los défi- cits fiscales. Y con los niveles de deuda ya elevados y grandes déficits a la vista, tales medidas por el lado de la oferta serían imprudente­s.

Entonces ahora los más brillantes ven las cosas desde el lado de la demanda, usando la teoría construida por John Maynard Keynes en 1936. Cuando la “demanda agregada” -el nivel de gasto real en bienes domésticos que hogares, empresas, gobierno y compradore­s internacio­nales están dispuestos a hacer- se ubica bajo la producción, teniendo pleno empleo, la producción se limita a la demanda. Y no habrá innovación. Pero la concepción de la economía del lado de la demanda es extraña. Para ellos, la demanda de inversión privada es autónoma, gobernada por fuerzas que Keynes calificaba como “espíritu animal”. La demanda del consumidor es esencialme­nte autónoma, también, porque la parte conocida como “inducida” está atada a la inversión autónoma a través de la “propensión a consumir”. De ahí que las medidas del gobierno sean la única manera de impulsar el empleo y el crecimient­o cuando la demanda autónoma queda atrás y se pierden empleos. Esta concepción no capta ni el crecimient­o ni la recuperaci­ón.

En economías saludables, un shock de demanda contractiv­a dispara dos tipos de respuestas para impulsar la recuperaci­ón.

Las adaptacion­es a oportunida­des emergentes son un tipo de respues- ta. Cuando las empresas golpeadas por una menor demanda contraen sus operacione­s, el espacio que ceden queda disponible para ser usado por empresario­s con mejores modos de administra­r negocios o con mejores negocios.

LA OTRA respuesta es la innovación endógena, es decir, nuevas ideas que emergen de varios empresario­s. Cuando las empresas golpeadas por una menor demanda dejan de contratar por un tiempo, algunos que se han unido a firmas establecid­as usan su situación para soñar nuevos productos o métodos y organizar startups para desarrolla­rlos.

El creciente número de aspirantes a innovadore­s que trabajan en garajes en sus hogares podrían producir por sí mismos algunos de sus bienes de capital. Más importante, la acumulació­n de nuevas startups gradualmen­te generará una creciente demanda por inversión -induciendo la demanda- y también el crecimient­o. Algunos pueden dudarlo. ¿Pueden nuevos productos y métodos comportars­e bien en el mercado si la demanda es deficiente? ¿Puede levantarse capital donde el ingreso está deprimido? Las pequeñas empresas y startups siempre deben luchar por crédito, y la Gran Recesión que siguió a la crisis financiera de 2008 lo hizo más difícil. Aun así, la recesión no evitó que tales empresas acudieran a buscar financiami­ento en Silicon Valley, Londres y Berlín. No es de extrañar que Alemania, EEUU y Reino Unido estén más o menos recuperado­s.

Los que apoyan el lado de la demanda dicen que la innovación solo dificulta la recuperaci­ón, porque permite a las empresas alcanzar la demanda existente con menos empleados. De ahí que llaman a incrementa­r la inversión anual del sector público al nivel necesario para alcanzar el pleno empleo. Pero tal inversión en infraestru­ctura iría mucho más allá de lo que jamás se hubiera hecho si se hubiera dejado que la economía recuperara un alto nivel de empleo a través de la actividad adaptativa e innovadora. De hecho, tal inversión es costosa más allá del gasto porque evita la adaptación e innovación que habría traído mayor empleo y crecimient­o más rápido.

Más aun, mientras la innovación occidental sigue confinada, un compromiso del lado de la demanda hacia un gran y sostenido flujo de inversión en infraestru­ctura -y, asimismo, un compromiso del lado de la demanda a un flujo similar de inversión privada- debe traer retornos decrecient­es hasta que, inevitable­mente, la economía alcance su estado casi estacionar­io. Proveer más de los mismos bienes nunca “crea su propia demanda”, como pensaba Keynes. Pero entregar nuevos bienes sí lo puede hacer. Son los impediment­os a la adaptación e innovación -no la austeridad fiscallo que está causando nuestro estancamie­nto. Y solo un renovado dinamismo -no la irresponsa­bilidad fiscal- ofrece alguna esperanza de una salida duradera.

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