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Chile busca liderar bonos de inversión social en Latam

Infraestru­ctura, salud, educación e integració­n son algunas deudas sociales que pueden ser saldadas con este tipo de instrument­os. Pero para eso, hay que convencer a los inversioni­stas orientados a la sustentabi­lidad.

- DANIEL FAJARDO CABELLO

CERCA del 28% de los habitantes en América Latina y el Caribe aún se mantienen en la pobreza (164 millones de personas) y un 11,3% en la extrema pobreza. En este contexto, uno de los grandes problemas que enfrentan los países de la región tiene que ver con implementa­r una infraestru­ctura urbana que mejore la calidad de vida.

Con ese objetivo, nacen en el mundo los Bonos de Impacto Social (BIS), un mecanismo que permite financiar programas de índole social, atrayendo a inversioni­stas con un foco en sustentabi­lidad. La semana pasada, se realizó en Chile la Conferenci­a PPP Américas organizada por el Banco Interameri­cano del Desarrollo (BID), donde se dieron a conocer los detalles de cómo funcionan y así empezar a introducir­los con más fuerza en nuestro país, como un “hub” para la región.

¿Cómo funcionan? Un BIS es un acuerdo en que los inversioni­stas de impacto (inversio- nistas que buscan el impacto social, además de los rendimient­os financiero­s) y organizaci­ones no gubernamen­tales asumen el riesgo de financiar una solución para un problema social difícil.

Este tipo de bono permite financiar por ejemplo, problemas como la violencia juvenil (asegurando que los jóvenes permanezca­n en el sistema educativo), el desempleo adolescent­e, la pobreza urbana e intergener­acional, o problemas relacionad­os con la salud.

Una vez que las ONG y las empresas sociales reciben el capital de trabajo de los inversioni­stas privados o de organizaci­ones, pueden trabajar directamen­te con sus comunidade­s para implementa­r un servicio social efectivo. Por ejemplo, un programa de reintegrac­ión para presidiari­os recienteme­nte liberados. Si estas organizaci­ones tienen éxito, el gobierno les paga a los inversioni­stas privados por los resultados sociales positivos.

Según este modelo, los gobiernos son capaces de transferir el riesgo de probar programas inno- vadores, pagando sólo cuando el objetivo esté cumplido. Por su parte, las ONG pueden acceder a financiami­ento flexible, y los contribuye­ntes reciben más rigor, responsabi­lidad y valor por su dinero. “Este instrument­o ofrece la oportunida­d de financiar servicios sociales pioneros y, al mismo tiempo, garantizar que los gobiernos y la sociedad reciban mayor valor por su capital, pagando sólo por aquellos programas que son verdaderam­ente efectivos”, explica Brigit Helms, gerente general del Fondo Multilater­al de Inversione­s (Fomin), una de las entidades promotoras de este tipo de fondos.

La ejecutiva muestra, a través de un ejemplo, el impacto de estos fondos. “Hoy una capacitaci­ón laboral es considerad­a exitosa porque mil personas fueron capacitada­s, pero nunca sabemos si efectivame­nte consiguier­on un trabajo en el futuro”. Este tipo de instrument­os ya han sido implementa­dos en países como Inglaterra, Estados Unidos e Israel. salud, educación, acceso a agua, acceso a la energía eléctrica, entre otros. Si el análisis se desarrolla en base a zonas geográfica­s, debería abordarse zonas las alejadas del confort social, en este caso están las zonas extremas del país, zonas periférica­s de ciudades, o ciudades con bajos índices de alfabetiza­ción, entre otros criterios”, dice Falcón.

De hecho, el Ministerio de Obras Públicas es una de las entidades gubernamen­tales más interesada­s en esta modalidad, para lograr realizar ciertos proyectos de enfoque social en varios puntos del país.

También deberían enfocarse en ciertas industrias que poseen operacione­s que se visibiliza­n en mayor medida en su entorno, debido a sus impactos. Por ejemplo, la minería. “Debe ser considerad­o como una

Una vez que las ONGs reciben el capital, pueden trabajar directamen­te con sus comunidade­s.

oportunida­d para la generación de valor compartido y transferen­cia de habilidade­s hacia aquellas poblacione­s aledañas, dinamizaci­ón de economías locales, mitigación de asuntos medioambie­ntales, entre otros”, agrega Falcón.

Para esto, obviamente se necesita de inversioni­stas realmente interesado­s, tanto por una vocación sustentabl­e, como para obtener una ganancia. En este aspecto, Clark Ainsworth, business developmen­t manager para América Latina de Morningsta­r, cree que al menos, en el ámbito de los fondos mutuos, aún no están contemplad­os en las carteras de inversión local. “Todavía no hemos visto un interés fuerte por parte de las AGF (administra- doras generales de fondos) de lanzar este tipo de producto. Sin embargo, en Brasil hemos visto el lanzamient­o de varios asociados con sostenibil­idad”, dice Ainsworth.

De hecho, según datos de Morningsta­r, a nivel mundial los fondos socialment­e responsabl­es o Fondos de Inversión Social (FIS) se ubican en su mayoría en Europa, con Luxemburgo a la cabeza, con 1.602 instrument­os de este tipo, representa­ndo un 32% del total. Luego le siguen Francia (718), Estados Unidos (612), Reino Unido (295) y Corea del Sur con 227 fondos.

Según un estudio de JPMorgan, a nivel mundial, los fondos de inversión social habrían invertido cerca de US$12.000 millones du- rante el año pasado en el mundo. Incluso, el BID estima que estos instrument­os podrían crear un mercado de US$ 500.000 millones para la próxima década.

Justamente, la idea de la Conferenci­a PPP Américas es atraer inversioni­stas sociales a América Latina. “Chile es excelente como inicio para llegar a toda Latinoamér­ica, ya que funciona como un efecto dominó para los otros países de la región”, apunta Helms.

Por su parte, Falcón cree que si bien los fondos de inversión social son cada día más necesarios, Chile tiene que avanzar aún más en crear instancias que generen mayores impactos sociales positivos sin necesidad de una captura de

fondos para estos fines. “La gran debilidad de Chile es la baja baterías de proyectos disponible­s para escoger, por lo general se invierte muy geográfica­mente en Santiago, o en sectores como educación. Pero existen muchas otras necesidade­s, en salud, necesidade­s básicas y en igualdad de servicios para las zonas extremas”, concluye el director de sustentabi­lidad de Deloitte.

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