NADIE PROMETIÓ NADA
Con su primer y reciente libro de cuentos, Diego Zúñiga resalta a la clase media más que como un grupo social, como un paisaje: allí donde muchos, en especial niños y jóvenes, libran a diario la batalla por la supervivencia.
Si aún es posible encasillar a Diego Zúñiga como un autor joven, esto será más por su capacidad de refrescar la mirada sobre ciertos temas antes que por lo que diga su carné de identidad. En tiempos cuando muchos de los narradores chilenos que rondan los 30 años han emprendido proyectos literarios que aún es muy pronto para sopesar ( varios no pasan del segundo libro), Zúñiga destaca no sólo por su productividad — las novelas Camanchaca ( 2009) y Racimo ( 2014), además de la crónica personal y futbolera Soy de Católica ( 2014)—, sino también porque con Niños héroes, su primer y reciente libro de cuentos, da un paso en la consolidación de lo único importante a lo que puede aspirar un narrador comprometido con su obra: una voz que dé cuenta del mundo. Zúñiga (Iquique, 1987) apela a la profundidad a partir de los detalles; apunta al rescate de la memoria y del pasado (a veces cercano, a veces lejano o bien situado en un lugar brumoso de la memoria) como aquel lugar indispensable para entender el presente como antesala de un futuro del que nadie nos ha prometido nada. Con esta idea, la narrativa de Diego Zúñiga resalta a la clase media más que como un grupo social, como un paisaje: allí donde muchos, en especial niños y jóvenes, libran a diario la batalla por la supervivencia. Los buenos libros de cuentos nunca descuidan la sintaxis que produce el orden de los textos, como si en la forma en que se suceden las historias haya, también, una manera de contar. De ahí que parte de la sensación de irregularidad que nos provoca alguna colección de relatos tiene que ver, en cierto modo, con las decisiones del índice. En literatura, lo sabemos, el orden de los factores sí altera el producto. En el caso de Niños héroes esto es prueba superada. El volumen abre con tres cuentos notables: “La ciudad de los niños”, una alegoría anclada en KidZania que lleva