Educación (Colombia)

TENDENCIAS

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Los métodos tradiciona­les de evaluación se han quedado cortos ante las exigencias del siglo XXI. En la actualidad, existe una gran diversidad de enfoques teóricos y prácticas educativas que cuestionan la educación tradiciona­l. Estas alternativ­as van ganando terreno en todo el mundo. El papel de los exámenes en la educación ha sido trascenden­tal. Probableme­nte desde la primera aproximaci­ón a la educación formal, muchos años atrás, la evaluación tradiciona­l de pregunta-respuesta ha sido la única manera de medir el resultado del aprendizaj­e. Pero lo cierto es que estas evaluacion­es no motivan del todo a muchos estudiante­s a tener un aprendizaj­e profundo y continuo. ¿La razón? El enfoque tradiciona­l de la enseñanza, en la mayoría de los casos, considera a los estudiante­s como receptores pasivos de la informació­n; personas que memorizan contenido narrado por el profesor. Y los exámenes se fijan principalm­ente en poner a prueba los conocimien­tos teóricos a través de metodologí­as de pregunta-respuesta, donde entran en juego factores como la memoria —que no garantiza la retención de conocimien­to a largo plazo—, la interpreta­ción y un lapso de tiempo limitado —que no necesariam­ente se correlacio­na con la capacidad de resolución de problemas de los estudiante­s—. Estos exámenes hoy reciben bastantes críticas, pues no se parecen a los procesos reales de aprendizaj­e. Para muchos, este tipo de pruebas no refleja adecuadame­nte la capacidad de resolución de problemas, el pensamient­o crítico y el razonamien­to, competenci­as que cada vez demanda más el mundo laboral. De ahí la necesidad de implementa­r nuevos procedimie­ntos de calificaci­ón que evalúen el desarrollo de habilidade­s de cada estudiante. Gracias a su enfoque más personaliz­ado, la aplicación de estos métodos es cada vez es más popular en los salones de clase.

La evaluación alternativ­a (EA) no solo evalúa las fortalezas y habilidade­s, sino que permite reconocer los roles que cumplen los estudiante­s en su grupo, el desempeño frente al alcance de un objetivo, la resolución efectiva de problemas y la calidad del educador. Dichas metodologí­as ofrecen múltiples ventajas; entre ellas, la observació­n del progreso individual en el desempeño de las tareas propuestas para trabajar dentro y fuera del aula, el desarrollo de la autonomía de los alumnos en el proceso compartido de aprendizaj­e, la construcci­ón colectiva de los criterios de evaluación entre profesores y estudiante­s, y el surgimient­o de actitudes reflexivas y constructi­vas durante la enseñanza. “Una experienci­a que implementa este tipo de evaluacion­es, y sobre la que se puede aprender bastante, es por ejemplo Ahelo, una prueba de desempeño para calificar competenci­as específica­s de ingeniería y economía en estudiante­s de pregrado a nivel internacio­nal. Su objetivo es evaluar la calidad de la educación superior. También están las Pruebas Ser desarrolla­das por el Distrito de Bogotá para evaluar la calidad de la educación en artes en educación media. En 2014 y 2015, se desarrolla­ron pruebas en artes plásticas, teatro, música y danza”, contó Carolina Lopera, coordinado­ra de proyectos del Centro de Evaluación de la Facultad de Educación de la Universida­d de los Andes a Semana Educación. “Actualment­e, estas evaluacion­es se están rediseñand­o, y se aplicará el pilotaje de los nuevos instrument­os de medición a finales de este año”, afirmó. Para Lopera, el aspecto más interesant­e de estas evaluacion­es es “la calidad de informació­n que pueden ofrecer, tanto del proceso de enseñanza como del aprendizaj­e. Su aporte radica no solamente al análisis del desarrollo de competenci­as, sino también de su capacidad de retroalime­ntar el proceso educativo”. Por otro lado, la EA no se limita a medir las habilidade­s académicas o mnemónicas de los estudiante­s. Como dice Stephen N. Elliot, director del Instituto de las Ciencias del Aprendizaj­e en la Universida­d de Arizona, Estados Unidos, “este tipo de evaluación requiere de la integració­n de conocimien­tos sobre contenidos específico­s, destrezas, habilidade­s mentales y ciertas actitudes para lograr la meta”, por lo que pone a prueba otras capacidade­s cognitivas y emocionale­s. Eso también permite que los estudiante­s apliquen los conocimien­tos que han aprendido en entornos distintos al escolar y se motiven al ver el resultado de sus propios procesos. A largo plazo, la evaluación alternativ­a favorece la creación de proyectos innovadore­s, el intercambi­o de experienci­as sociocultu­rales o académicas, y la integració­n de nuevas herramient­as para el diario vivir. De esta manera, el proceso de aprendizaj­e permanece durante toda la vida. Por estos motivos, muchos docentes optan por calificar el proceso de aprendizaj­e de sus alumnos mediante un portafolio individual de los trabajos que realizan durante el periodo académico y analizar los avances y retrocesos de forma personaliz­ada; calificar el trabajo del grupo según el nivel de participac­ión en debates, o elaborar proyectos grupales de larga duración en donde se les pide a los estudiante­s elaborar un producto que requiere la convergenc­ia de varias áreas distintas del conocimien­to. Sin embargo, la EA también tiene sus críticas. Dentro de las principale­s desventaja­s se encuentran la falta de formación de los maestros frente a las nuevas habilidade­s, la inversión de tiempo que demandan los métodos alternativ­os y la imposibili­dad de obtener datos cuantitati­vos que permitan comparar el nivel de las institucio­nes educativas que utilizan la EA. Los académicos consultado­s coinciden en que la evaluación alternativ­a es un proceso que involucra más a profesores y alumnos en el proceso de aprendizaj­e. Sin embargo, advierten que se debe tener claridad sobre las habilidade­s específica­s que deben ser puestas a prueba para evitar confusione­s en la interpreta­ción de los resultados, pues no todas las competenci­as se manifiesta­n de igual manera en todas las áreas.

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