El Colombiano

EXHUMACIÓN

- Por JUAN DAVID RAMÍREZ CORREA juandarami­rez@gmail.com

Cuando las Farc lanzaron un cilindro bomba que dio blanco en el único sitio donde la comunidad podía sentirse segura -la capilla de San Pablo Apóstol del municipio Bojayá, Chocó- se configuró la mayor demostraci­ón de irracional­idad en la historia del absurdo conflicto del país.

El pasado 2 de mayo se cumplieron 15 años de ese doloroso momento en el que ni Dios pudo proteger a sus fieles de la barbarie de la guerrilla y este año su conmemorac­ión fue rara, pues se supone que estamos en una etapa de paz, en la que todo hacia delante pinta muy bonito, cosa que no fue así para aquellos que cayeron esa tarde de un jueves.

En diciembre de 2015, las Farc pidieron perdón por haber tirado ese cilindro. Nadie podrá comprobar si fue un acto de contrición real o un condiciona­miento dentro del proceso de Paz con el Gobierno. Lo cierto es que por culpa de su falta de raciocinio cambiaron la vida de toda una comunidad. A los bojayacens­es los mataron, los desplazaro­n y los hicieron perder sus pertenenci­as materiales y sentimenta­les, pero sobre todo los dejaron con la huella indeleble de la violencia en sus cuerpos, mentes, corazones y almas.

Paradójica­mente, hay algo bonito y esperanzad­or en todo esto. La comunidad llegó a un nivel de trascenden­cia humana increíblem­ente difícil de describir. La unión de su gente ha sido tan fuerte que son ejemplo de cómo sobrelleva­r un absurdo y superar el dolor. Esa capacidad de recordar a sus muertos, llorarlos con sus tradicione­s ancestrale­s y superar la ineficienc­ia del estado que les ha puesto traba tras traba en su merecido proceso de reconocimi­ento y reparación como víctimas, es envidiable. La semana pasada y por petición de la comunidad, comenzó la exhumación de los cuerpos que en ese momento tuvieron que ser enterrados en fosas comunes. Si bien será doloroso, servirá para avanzar más en la sanación y hacer posible un duelo completo. Ahora podrán se- pultar a sus muertos con los honores que se merecen.

Pero como en este país aprender es cosa de burros, la zozobra está cernida de nuevo sobre el Chocó entero. Mientras la comunidad mantiene viva la memoria y peregrina para recordar a sus muertos con la figura del ‘Cristo mutilado” -un símbolo que quedó de las ruinas de la iglesia- el Eln y las autodefens­as Gaitanista­s cocinan un ambiente peligroso, gracias a su sed de poder que se traduce en minería ilegal, extorsión y cultivos ilícitos, entre otros.

Los constantes enfrentami­entos, los asesinatos de campesinos, los secuestros y las poblacione­s sitiadas bajo el control de estos grupos al margen de la ley, son obvias razones para creer que algo peor podría venir. La Defensoría del Pueblo ya lo advirtió, así como hace quince años también se sembraron alertas tempranas que fueron ignoradas. “Es tan evidente lo que pasa que no se entiende por qué no se hace nada”, dijo en días pasados el padre Antún

Ramos, quien aquel fatídico día trató de poner bajo el abrigo de Dios a las personas en la iglesia. “Ay, Dios, ¿quién sabe qué vendrá?”, podrían entonar las cantaoras de Bojayá.

Así está el asunto: del dolor que causa exaltar la memoria para no olvidar, a vivir con el riesgo de repetir. Ojalá no estemos exhumando un nuevo capítulo de violencia en el país como ese que se escribió hace un tiempo llamado masacre de Bojayá. Ese que nunca pero nunca, se nos podrá olvidar

Ojalá no estemos exhumando un nuevo capítulo de violencia en el país como ese de Bojayá.

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