DE FANATISMOS Y MANTRAS
Hay una tendencia humana a dejarse llevar por los extremos, como si la vida fuera en blanco o en negro y no hubiera posibilidad de grises y matices. Pero la realidad es policromática. Recuerdo la caricatura de un ‘9’ dibujado en el piso y una persona mirándolo desde abajo, alegando que es un ‘6’ y otra mirándolo desde arriba, alegando que es un ‘9’. Ambas están en lo cierto, pero desde su posición son incapaces de ver la verdad completa.
Y así pasa con mucha gente: personas que serían capaces de matar o hacerse matar (y hasta promover una guerra civil) por una verdad incompleta, parcial, fragmentaria. Ya hemos recorrido suficientes años de historia humana, como para no haberlo aprendido. El problema es que algunos están fervientemente convencidos de que su visión del mundo o su manera de entenderlo es la ‘mejor’ y hay que imponerla por convicción o por obligación.
Por su afán del otro, el ser humano se siente mejor en grupo. Solo que muchas veces esos grupos se convierten en comunidades humanas lideradas por personas que pretenden imponer su forma de pensar, que tiene la capacidad de convencer a otros de su posición personal y logran reivindi- car como generales, sus intereses particulares. Aprovechan esa necesidad humana de grupo, para erigirse como líder, guía, dirigente, cabecilla.
En el mundo, y Colombia no está ajena a ello, siguen brotando fanatismos políticos, económicos, religiosos, culturales. Pero así no puede ser. La historia humana ha demostrado que nunca esas camarillas, clanes, cofradías o sectas (como quieran llamarlas) han dejado algo bueno. “Cualquiera que dé una somera mirada a la historia sabe que cuando estas sectas o comunidades adquieren un gran éxito, suelen producir también verdaderas catástrofes colectivas”, escribió Estanislao Zuleta.
En un mundo que adora y cree ciegamente en los contenidos mediáticos, donde el perifoneo de las ideas invade la mente sin dar respiro ni tiempo para reflexionar, mucha gente acepta la posibilidad de renunciar a pensar para admitir una ‘verdad absoluta e incuestionable’, repetida mil veces por el líder y sus cortesanos.
No podemos crear ni fomentar el fanatismo. Hay que promover que la gente sea capaz de pensar por sí misma, sin necesidad de que su cerebro sea moldeado por la repetición infinita y mediática de algún mantra