El Colombiano

DE FANATISMOS Y MANTRAS

- Por ANA CRISTINA ARISTIZÁBA­L URIBE anacauribe@gmail.com

Hay una tendencia humana a dejarse llevar por los extremos, como si la vida fuera en blanco o en negro y no hubiera posibilida­d de grises y matices. Pero la realidad es policromát­ica. Recuerdo la caricatura de un ‘9’ dibujado en el piso y una persona mirándolo desde abajo, alegando que es un ‘6’ y otra mirándolo desde arriba, alegando que es un ‘9’. Ambas están en lo cierto, pero desde su posición son incapaces de ver la verdad completa.

Y así pasa con mucha gente: personas que serían capaces de matar o hacerse matar (y hasta promover una guerra civil) por una verdad incompleta, parcial, fragmentar­ia. Ya hemos recorrido suficiente­s años de historia humana, como para no haberlo aprendido. El problema es que algunos están fervientem­ente convencido­s de que su visión del mundo o su manera de entenderlo es la ‘mejor’ y hay que imponerla por convicción o por obligación.

Por su afán del otro, el ser humano se siente mejor en grupo. Solo que muchas veces esos grupos se convierten en comunidade­s humanas lideradas por personas que pretenden imponer su forma de pensar, que tiene la capacidad de convencer a otros de su posición personal y logran reivindi- car como generales, sus intereses particular­es. Aprovechan esa necesidad humana de grupo, para erigirse como líder, guía, dirigente, cabecilla.

En el mundo, y Colombia no está ajena a ello, siguen brotando fanatismos políticos, económicos, religiosos, culturales. Pero así no puede ser. La historia humana ha demostrado que nunca esas camarillas, clanes, cofradías o sectas (como quieran llamarlas) han dejado algo bueno. “Cualquiera que dé una somera mirada a la historia sabe que cuando estas sectas o comunidade­s adquieren un gran éxito, suelen producir también verdaderas catástrofe­s colectivas”, escribió Estanislao Zuleta.

En un mundo que adora y cree ciegamente en los contenidos mediáticos, donde el perifoneo de las ideas invade la mente sin dar respiro ni tiempo para reflexiona­r, mucha gente acepta la posibilida­d de renunciar a pensar para admitir una ‘verdad absoluta e incuestion­able’, repetida mil veces por el líder y sus cortesanos.

No podemos crear ni fomentar el fanatismo. Hay que promover que la gente sea capaz de pensar por sí misma, sin necesidad de que su cerebro sea moldeado por la repetición infinita y mediática de algún mantra

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