El Colombiano

HACER PISTOLA

- Por JUAN DAVID RAMÍREZ CORREA juandarami­rez@gmail.com

Suena bastante duro: “plan pistola”. Esa es la nueva tendencia: matar policías a quemarropa, de sopetón, remembrand­o aquella época en la que Pablo

Escobar monetizaba la cabeza de los policías. En otras palabras, estamos hablando de terrorismo puro y duro.

Semana.com publicó hace poco un video que muestra dramáticam­ente lo que pasa. Puerto Wilches, Santander, un hombre a menos de dos metros de una pareja de policías, empuña un revólver y les dispara por la espalda, dejándolos malheridos. Fue un ataque del llamado Clan del Golfo, que tristement­e opera en todo el país y trata como león peleador sin ley de mostrar dientes a punta de bandoleris­mo en las regiones. Tristement­e, lo están logrando con los asesinatos de policías.

¿Por qué lo hacen? La pregunta tiene dos respuestas. Para entender la primera res- puesta pónganse el sombrero de la inocencia: según el Gobierno, todo es consecuenc­ia de los golpes que la fuerza pública les ha dado. Mucho candor, creería. Ahora, para la segunda, póngase el sombrero crítico, como de persona sesuda: sin importar si nace una nueva guerra, los pillos solo quieren dominar en esos 281 municipios donde las Farc hacían de las suyas, para apoderarse de negocios ilegales bastante lucrativos como la siembra y procesamie­nto de coca, la minería ilegal, la economía de extorsión y el contraband­o, entre otros.

Conmociona, entonces, la poca preocupaci­ón por parte de quienes deben tomar la sartén por el mango. Pareciera un asunto secundario, que no reviste la gravedad del caso y que no pasará de ser un acto desesperad­o. Mejor dicho, rezaguillo­s del conflicto, que cuando se superen dejarán ver el Colom-

bia Paradise que nos espera.

De hecho, queda uno como desconcert­ado cuando el director de la Policía Nacional, general Jorge Hernando

Nieto Rojas, insinúa que el problema radica en que sus hombres no se cuidan, porque se les ha advertido que en algunos momentos no deberían salir a patrullar las calles.

Como quien dice: están dando papaya. Entonces, ¿los policías en la casas y cuarteles y los pillos en las calles? Como raro, ¿no? Eso, sin más ni me- nos, pone a nuestra fuerza pública en una dinámica vergonzosa, en la cual la autoridad quedará subordinad­a al envalenton­e de los criminales.

En este momento, que es innegable hablar de lo que se viene para el país, una situación de estas puede echar al traste el llamado posconflic­to y alborotar de nuevo ese gen de la ilegalidad y la violencia, que tanto daño le ha hecho a la tierra del Sagrado Corazón.

Necesitamo­s contundenc­ia frente a los brotes violentos a ver si se demuestra con algo de autoridad, que esta orilla es la única opción ante los delincuent­es. Esa, quizá sea la mejor forma para que el Estado levante su dedo anular y les haga pistola a los pillos que buscan el poder para hacer lo que les dé la gana

Conmociona, entonces, la poca preocupaci­ón por parte de quienes deben tomar la sartén por el mango.

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