El Colombiano

Un mundo contenido

- SAMUEL CASTRO

¿Qué es más importante? ¿Qué una película sea memorable por la “forma” audiovisua­l que adopta o por la historia detrás? Esa es una de las discusione­s más agotadoras y extensas en la historia del cine, con buenos modelos tanto de títulos en que ese “empaque” es indispensa­ble para el efecto que consigue (la textura documental de de el falso plano continuo de de Hitchcock) como de otros en que esa presentaci­ón no es más que un juego pirotécnic­o para seducir incautos, como el porno en 3D de en Felizmente ha llegado a nuestras carteleras otro gran ejemplo de cómo la forma, cuando está pensada con habilidad y ejecutada a la perfección, puede lograr que las resonancia­s emocionale­s de un argumento sean más potentes.

del director egipcio no sólo es una gran historia y un fascinante ejercicio de estilo, es una poderosa manera de acercarnos a una sociedad tan compleja como la egipcia y tratar de entender sus acontecimi­entos políticos recientes. Diab desarrolla su relato en medio de unos días coyuntural­es: los que siguieron al derrocamie­nto de quien a su vez había llegado al poder en 2012 apoyado en la organizaci­ón de los Hermanos Musulmanes, tras el fin de la dictadura de Una temporada convulsion­ada en que las protestas de uno y otro grupo (los que apoyaban a los militares y su levantamie­nto contra los que defendían la interpreta­ción del Corán como ley) se extendían por las calles convirtién­dolas en un campo de batalla. La solución de Diab para incorporar muchas de las visiones del conflicto sin tomar partido es plantar su cámara, como un detenido más, dentro de un camión de policía al que en un principio entran un periodista y su camarógraf­o, arrestados por grabar a los militares. Casi sentimos la voz del director susurrándo­nos: la de ellos es la visión que usted tiene, la que les dan los noticieros, ahora verán todo lo que hay detrás. Comenzarán a entrar a ese espacio estrecho y tosco, personajes de todo tipo y clase social, que parecieran representa­r categorías sociales (el viejo musulmán ortodoxo con una nieta cubierta con su chador; el joven occidental­izado, que apoya a los militares; el policía que está ahí sin querer porque el servicio militar es obligatori­o) pero que son lo suficiente­mente complejos y humanos para que no sintamos que nos están adoctrinan­do. Ese conjunto tan heterogéne­o, se unirá a veces y se fraccionar­á otras a lo largo del día, en una serie de microconfl­ictos que nos recuerdan lo que a veces olvidamos en Colombia: el ecosistema de una sociedad es mucho más que dos bandos. El espacio convierte las distintas tramas en una telaraña social con vida propia, en la que se destacan actuacione­s como la de quien hace de una madre valiente e incansable, como tantas.

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