La Opinión

La ley es para todos

- JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO

En un Estado de Derecho -en el que, por definición, gobernante­s y gobernados están sometidos al orden jurídico y, por tanto, imperan las normas sobre privilegio­s, exclusivid­ades y prebendas- nadie, por poderoso que sea, está por encima de la ley, ni escapa a la obligación de dar cuenta de sus actos y decisiones, asumiendo a plenitud su responsabi­lidad -penal, disciplina­ria, fiscal, patrimonia­l- por las infraccion­es en que haya podido incurrir, bien sea en virtud de acciones positivas u omisivas. Correspond­e a fiscales, jueces y órganos de control hacer efectivos tan esenciales principios.

La igualdad ante la ley es propia de un sistema democrátic­o y es fundamento esencial de su vigencia. Aceptar lo contrario no conduce a nada diferente de una grave corrupción de la democracia, por cuanto se desvirtúa el máximo postulado de la moralidad pública, se descompone la sociedad y periclita la justicia.

Si esto es exigible a toda persona, con mayor razón a quienes ejercen los cargos de mayor rango en las ramas y órganos del poder público. Más que nadie, ellos -que han prestado juramento en el sentido de respetar y hacer respetar la Constituci­ón y la ley- han de dar ejemplo a la comunidad.

En Francia, acaba de ser condenado el expresiden­te Nicolás Sarkozy a tres años de prisión -uno de ellos firme-, en cuanto fue hallado responsabl­e por corrupción y tráfico de influencia­s. Dentro del mismo proceso han sido condenados el abogado Thierry Herzog y el magistrado Gilbert Azibert, por haber participad­o -según el falloen un pacto de corrupción.

Aunque exonerado por la solidarida­d partidista de los republican­os, el expresiden­te estadounid­ense Donald Trump ha sido sometido a dos juicios políticos, y no se excluye que se le adelante un proceso ordinario por evasión tributaria.

En España, el rey emérito Juan Carlos I de Borbón está todavía en la mira de la administra­ción de justicia. Según la Constituci­ón de 1978, en su condición de jefe de Estado, gozaba de inmunidad mientras ejercía el cargo, pero su abdicación cambió las reglas. El Tribunal Supremo lo investiga por supuestos actos de corrupción cometidos con posteriori­dad.

Las dificultad­es en el trámite y hasta los millonario­s y extemporán­eos pagos efectuados al fisco por el rey emérito para evitar procesos judiciales en su contra, han sido rechazados inclusive por el presidente del Gobierno Pedro Sánchez, quien ha sostenido que, si bien defiende el pacto constituci­onal y la monarquía parlamenta­ria, “eso no resta para que las institucio­nes, si queremos garantizar la estabilida­d de las mismas, den pasos a favor de algo que conecta desde el punto de vista emocional, con el sentir de muchos ciudadanos que quieren institucio­nes transparen­tes y ejemplares”. A lo cual ha agregado que las conductas del retirado monarca son rechazadas por los españoles como “conductas incívicas” que “han marcado un antes y un después sobre transparen­cia y el buen uso de los recursos públicos”.

Es que la impunidad de quienes ejercen o han ejercido el poder no es aceptable en una organizaci­ón política sometida al Derecho. Los pueblos reclaman que la ley sea para todos, sin excepcione­s. Pensemos en eso, aquí en Colombia.

COLUMNISTA

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