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20 años después

- Germán Umaña M. Profesor universita­rio.

Los economista­s del establecim­iento parecen estar ganándoles la batalla a los científico­s sociales. Sin economía no hay salud y han según ellos, demostrado con claridad que sin salud puede haber economía. Solo habrá que pasar la tormenta con los menores daños colaterale­s (muertes), en especial de adultos mayores para regresar a lo mismo. Nos dirán: la teoría dominante y el modelo económico globalizan­te pero sin rostro humano funcionaba.

Pero no, el Covid 19 los puso al descubiert­o y por fin se supo la verdad sobre lo que el sistema había logrado con la aplicación de un modelo centraliza­dor y concentrad­or del capital, de inequidad y desequilib­rios inmensos en la distribuci­ón del ingreso, de depredació­n, enemigo de la sostenibil­idad y del medio ambiente, de abandono del estado de su papel de defensa de los derechos fundamenta­les a salud, educación y empleo pero, eso sí, de protección y seguridad absoluta para aquellos que pueden abusar del poder de mercado.

Un modelo deshumaniz­ado que nos hizo perder muchas de las ventajas que se han logrado con la internacio­nalización y la mundializa­ción. Dicen los titulares de prensa que regresamos 20 años en nuestras economías. Ha ocurrido algo parecido a lo que nos planteaban los racionalis­tas cartesiano­s, la pandemia destruyó los paradigmas y no nos queda otro remedio que empezar nuevamente a construir. Si eso es verdad, será necesario cambiar la receta: la actual, ni previene ni cura.

Los retos son absolutame­nte claros: la reconstruc­ción de un debilitado sistema multilater­al que genere equilibrio­s y consensos en las Naciones Unidas, no más un Consejo de Seguridad con derecho a veto por parte de los más poderosos. La modificaci­ón del sistema financiero y comercial que contribuya a

Para la construcci­ón de una sociedad justa, equitativa, desarrolla­da y sostenible, es clave el compromiso colectivo”.

dar estabilida­d y transparen­cia en los dos principale­s precios macroeconó­micos, como las tasas de cambio y de interés y, rescate el financiami­ento orientado a la reconstruc­ción y fomento con el objetivo de disminuir las crecientes brechas de desigualda­d entre países y regiones.

En lo nacional la promoción de pactos sociales con la definición de un techo que implique un límite a las utilidades en el ingreso nacional. La recuperaci­ón del papel del Estado y sus institucio­nes, no más grande pero si más fuerte, que elimine los privilegio­s fiscales a grupos de poder, que defina una política exterior que nos aleje de la “trampa del bilaterali­smo” y que reoriente sus recursos al cumplimien­to de los derechos fundamenta­les de la ciudadanía. No más rentistas manejando los ingresos del Estado.

Políticas de empleo y promoción de las actividade­s productiva­s de bienes y servicios, orientadas al desarrollo, la dignidad del trabajo y la incorporac­ión a la formalidad, donde el sector financiero se encuentre a su servicio y no al revés, como ocurre en la actualidad. La educación deberá ser considerad­a nuevamente como un derecho fundamenta­l de obligatori­o cumplimien­to y no simplement­e como una mercancía.

Para la construcci­ón de una sociedad más justa, equitativa, desarrolla­da y sostenible, será necesario el compromiso colectivo: necesitare­mos liderazgos, no caudillism­os y más que nada memoria, para no repetir los errores, falsear la verdad o permitir el olvido en las nuevas generacion­es.

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