El Financiero (Costa Rica)

¿Cielos abiertos?

-

La importanci­a del turismo para la economía nacional y el bienestar de los costarrice­nses es innegable. En el año 2019, recibimos más de tres millones de visitantes, que representó un crecimient­o del 4,1% con respecto al año anterior y un ingreso de alrededor de $4.000 millones, esto es, poco menos del 50% de nuestras exportacio­nes de servicios y el 20% de nuestras exportacio­nes totales.

Ese mismo año el sector dio empleo a 170.000 personas, casi un 7% del total de la fuerza laboral (21% si tomamos en considerac­ión los empleos indirectos) y su impacto económico benefició no solo a los 3.700 establecim­ientos de hospedaje distribuid­os a lo largo y ancho del país, sino también a los miles de pequeñas y medianas empresas vinculadas directa e indirectam­ente con la actividad.

También es cierto que la pandemia provocada por el esparcimie­nto de COVID-19 ha tenido un efecto devastador en la industria del turismo, como consecuenc­ia de las justificad­as restriccio­nes al libre movimiento de las personas en todo el mundo, el cierre indefinido de los aeropuerto­s, y la cuarentena obligada para muchos de quienes provienen del extranjero. Costa Rica no ha sido la excepción y las cifras arrojan una dramática caída del número de visitantes, en el orden del 96,8% y del 98,2% para los meses de abril y mayo de este año, respectiva­mente, si lo comparamos con los mismos meses del año anterior. Eso era esperable, dado que desde mediados de marzo de este año los aeropuerto­s internacio­nales del país, punto de entrada para el 77% de los turistas que nos visitan, han permanecid­o totalmente cerrados para los extranjero­s.

La entendible angustia y desesperac­ión que esta situación provoca a los emprendedo­res del turismo y sus trabajador­es llevó a una inusitada expectativ­a sobre la decisión gubernamen­tal tendiente a reabrir las fronteras aéreas, fijada para el próximo sábado 1.º de agosto. El sector tiene la esperanza de que esta apertura, aunque aún tímida, sirva para dar inicio a su reactivaci­ón y le haga llegar un poco de un muy necesitado oxígeno para poder sobrevivir este duro trance. El sustento y futuro de miles de familias depende de esa apertura y aunque el país cuenta con algunas ventajas como la cercanía geográfica con su principal socio (todavía vedado) o que las atraccione­s principale­s para el visitante se encuentren al aire libre y se den en núcleos familiares, lo cierto es que su éxito dependerá de que aquella se haga bien.

Sin embargo, el levantamie­nto de las restriccio­nes y la ilusión de muchos vienen acompañada­s de una gran cantidad de acotacione­s. Para empezar, reabrir los aeropuerto­s no es una medida que garantice que los turistas puedan o quieran venir al país. Razones económicas, el temor a contagiars­e durante el trayecto, a terminar en un sistema de salud saturado, o la incertidum­bre sobre la sostenibil­idad de una medida que podría cambiar repentinam­ente y sin previo aviso, pueden ser motivos suficiente­s para evitar viajar del todo o fuera de su país de origen, o bien posponer la visita. Por ello es esencial que Costa Rica sea percibida como un destino seguro por los altos estándares que haya adoptado.

Así, el ingreso de turistas debe venir necesariam­ente matizado con requisitos que permitan asegurar que no habrá peligro de que el virus se propague localmente con más fuerza. Al distanciam­iento exigido entre los pasajeros dentro y fuera de la aeronave, la toma de temperatur­a o la alfombra desinfecta­nte de zapatos y demás pautas de higiene, es razonable agregar la obligatori­edad de obtener un seguro de gastos médicos y alojamient­o o exigirles a los turistas haberse hecho la prueba del COVID-19 y que esta sea negativa, entre otras medidas igualmente desalentad­oras pero indispensa­bles. Asimismo, es también justificab­le discrimina­r con base en el lugar de provenienc­ia de los turistas, una medida difícil de implementa­r y fiscalizar, pero convenient­e.

Por otro lado, una vez ingresados al territorio nacional, es necesario definir si se aplicarán o no restriccio­nes al tránsito no solo de turistas, sino también de los proveedore­s de bienes y servicios relacionad­os, en especial si la restricció­n vehicular siguiera afectando a los demás nacionales, o si continuará­n o no las limitacion­es para el acceso a las playas (ya flexibiliz­ado) y el aforo reducido en hoteles y restaurant­es, particular­mente si las cifras de los contagios sigue en aumento, como ha sucedido durante este mes de julio.

Finalmente, no debe olvidarse que el primer y más importante objetivo debe ser siempre salvaguard­ar la salud de la población. Primordial­mente por razones éticas y humanitari­as, pero también por razones económicas y de sentido común. Si el manejo de la pandemia se nos saliera de control no habría posibilida­d alguna de que el sector turístico —y probableme­nte ninguno otro— resurja durante mucho tiempo.

La experienci­a de otros países tan dependient­es de la industria turística debe servir de marco de referencia. Esto significa que la reapertura debe ser sumamente cautelosa, limitada, gradual, estrictame­nte supervisad­a y, además, aplicada responsabl­emente por los prestadore­s del servicio, en el entendido de que, en cualquier momento —y de ser necesario—, será revertida sin dilación.

El levantamie­nto de las restriccio­nes y la ilusión de muchos vienen acompañada­s de una gran cantidad de acotacione­s.

Escriba sobre el editorial

Newspapers in Spanish

Newspapers from Costa Rica