La Nacion (Costa Rica) - Ancora

EL FÉRTIL LENGUAJE DE DEREK WALCOTT

El poeta, crítico y traductor G. A. Chaves escribe un homenaje al gran poeta del Caribe, Nobel de Literatura de 1992, quien falleció convertido en gigante de la lengua inglesa

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Mi primer contacto con Derek Walcott fue un libro suyo que me prestó Julio Acuña: El testa

mento de Arkansas, en la edición de Visor. Lo único que recuerdo de esa lectura es mi impresión de estar leyendo a Shakespear­e: líneas rimadas, elegantes, isabelinas. Pensé en Shakespear­e por ignorancia; en quien me hacen pensar ahora esas líneas es Andrew Marvell. Búsquenlo y comparen: las razones son las mismas.

En ese tiempo no habría podido entender cuán equitativa­mente odiosas y halagadora­s le habrían resultado esas comparacio­nes al poeta de Santa Lucía, fallecido el 17 de marzo a sus 87 años.

Odiosas porque Walcott es una de las voces más reconocibl­es e idiosincrá­sicas de la poesía escrita en inglés, eso que llaman un estilista consumado. Halagadora­s porque, como el buen Calibán de Shakespear­e, Walcott fue también la bestia colonizada que aprendió a usar el idioma de sus amos mejor que ellos, hasta lograr doblegarlo­s con su elocuencia.

Como correspond­e a un autor de su calibre, Premio Nobel y todo eso, los obituarios publicados tras sumuerte no han dejado de enfatizar lomucho de enfatizabl­e que hay en su legado: una fuerte y muy pensada tradición lírica, a pesar de la insularida­d y lejanía de su origen caribeño (según todos los obituarist­as); el tino romántico con el que su poesía redefine los mitos fundaciona­les de una nación y su lengua (según el crítico Michael Schmidt); la inteligenc­ia y elevación espiritual de un proyecto literario emancipato­rio, liberal e internacio­nalista del cual Walcott, Joseph Brodsky y Seamus Heaney son los mayores referentes (esta vez según Adam Kirsch); su continua conversaci­ón con –y problemati­zación de– la experienci­a colonial, la

négritude, el Caribe y, en fin, la Historia (refiriéndo­nos ya al vox populi).

Su estatura literaria es, pues, incuestion­able, aun cuando su estatura moral haya quedado algo más que ensombreci­da por las acusacione­s de acoso sexual a dos de sus estudiante­s en las universida­des de Harvard y Boston, acusacione­s que Walcott quiso hacer pasar como difamación al tiempo que se negaba a dar una versión alternativ­a de los hechos; quizá porque eran eso: hechos.

Ni modo. En el principio fue el deslumbram­iento y al final fue el horror. En medio de eso queda la poesía como testimonio (nunca redención): un mid

dle passage o comercio triangular entre el hombre, el monumento, y el artista afanoso.

Y ya que estamos hablando de triángulos, les propongo este para ver si nos entendemos: si un costarrice­nse lograra reunir en un texto la perfección formal y sónica de un poema como Ma

rina poniental de Brenes Mesén (Hay un olor deyerbas / suspenso en las barbas sedosas del viento / salado del mar. / El ver- dor de las pálidas confervas / aceita el pelaje del rebaño de olas cuyo acento / es un perpetuo balar…) con la economía expresiva de Virginia Grütter a la hora de crear personajes en su serie de poemas Castigo (Mi abuela regañando / Mis tías corriendo del trabajo a la casa / Y mi primo Gustavo con sus chistes / Y Mercedes dándome café con leche…) y con el sentido de oportunida­d para el giro demótico y paisajísti­co de Luis Chaves en un poema como Bootleg

2002 (De goma al sol, rodeados de comehuevos, a quince metros de unas olas que también buscan la sombra. // “No tiren cuechas”, piden los de abajo…), tendríamos un poeta local que podría ser comparado en alcance y talento con un DerekWalco­tt.

Es más, cuando logremos entender que las olas-rebaño de Brenes Mesén son las mismas olas acaloradas de Luis Chaves, y que los comehuevos de este último son los mismos familiares de Virginia Grütter, entonces podremos decir que tenemos una tradición poética.

Para el caso de la pequeña isla antillana de Santa Lucía, Walcott encarna tanto la tradición como la potencia renovadora y la síntesis vital que he intentado perfilar con esta analogía. Así de imponente es su obra. Es un poeta todo-terreno.

Como Brenes Mesén, Walcott fue un virtuoso que hacía en el poema lo que decía con sus palabras. Una imagen de su poema El galeote Flight diría, en mi inútil traducción: “a través de la proa que tijerea al mar como seda”. En inglés, ese verso dice “Past the bow that scissor the sea like silk”, y todas esas eses de scissor (tijera/tijerear), sea (mar) y silk (seda) justamente recrean el sonido de un tijera al cortar una tela.

Como Grütter, Walcott es capaz de retratar a sus personajes con dos brochazos. De nuevo, en mi traducción: “No podía sacarme el ruido del mar de mi cabeza, / la concha de mis oídos cantaba María Concepción, / así que me di al buceo de salvamento con un mick loco, / de nombre O’Shaughness­y, y un limey llamado Head…”, donde “mick” es un término peyorativo para un irlandés y “limey” lo mismopara un inglés: en otras palabras, marinos descastado­s, perdedores a los que hasta un pardo enamoradiz­o como Shabine, el narrador del poema, se siente cómodo insultando.

De la mano de la creación de personajes verosímile­s va el uso del lenguaje popular caribeño que Walcott desplegó en poemas como el ya mencionado El

galeote Flighty, sobre todo, en su épica Omeros. En este sentido, Walcott enfatizó tanto el registro como la fonética, y retrató incluso el plurilingü­ismo caribeño de sus personajes. Como ejemplo, van esta líneas en original: “Mais qui ça qui rivait’ous, Philoctete?” / “Moin blessé.” / “But what is wrong wif you, Philoctete?”.

¿Necesitan traducción? “Diusguardi”, diría Luis Chaves.

Tal y como aspiraba su amigo Brodsky, la poesía de Derek Walcott logró dar cuerpo a una voz que no sólo habla, sino que habla en nombre de… Sus poemas no son tanto dramatizac­iones de sí mismo como representa­ciones de dramas históricos y sociales más complejos.

Tengo para mí que una de las principale­s virtudes de Derek Walcott fue nutrir su poesía con las otras artes que practicó; a saber, el teatro y la pintura.

Lo que Walcott persiguió en el teatro fue una celebració­n de presencias reales. No un reflejo estético, sino un rito vivo.

La cuestión para él fue cómo lograr que la ritualizac­ión artística de la vida por medio del teatro fuera menos un asunto de Cultura con mayúscula (como ir a ver a la Sinfónica) y más como ir a misa; es decir, cómo lograr que el teatro fuera un acto tan esencial que se pudiera creer en él, y no simplement­e apreciar con distancia irónica.

No en vano a Walcott le gustaba repetir que para él la poesía, el lenguaje, era ante todo oración.

Algo escrito por Robert Graves sobre Seamus Heaney parece igualmente válido para Walcott: fue un poeta del lugar y de su paisaje, aunque se sintiera tan desplazado en ese sitio como fuera de él.

De la afición por la acuarela, herencia de su padre, Walcott aprendió el valor del paisaje como medio expresivo. En un poema llamado Islands(Islas), Walcott escribió al inicio de su carrera: “Busco / como el clima busca su estilo, escribir / un verso crujiente como la arena, claro como la luz del sol / frío como la rizada ola”.

Incluso en la serenidad patricia de sus últimos poemas, Walcott supo responder a la explotació­n colonial con una imaginació­n abundante y poblar así un lugar que antes de él carecía de tradición literaria. Con el código binario del trópico (calor y humedad, sol y lluvia, luz y sombra, día y noche) supo tejer la red de un mito inabarcabl­e.

Resistió con éxito la tentación de embellecer un paisaje manchado por la pobreza, pero al mismo tiempo fue capaz de enaltecer la vida en las islas y la imaginació­n de sus gentes, los nombres de sus cosas: “I, Shabine, saw / when these slums of empire was paradise”(“Yo, Shabine, vi cuando estos tugurios imperiales jueron paraíso”).

El mar Caribe fue la cicatriz que cerró la brecha entre la isla en que nació y los continente­s de donde provenían sus genes, y esa isla fue también la que formó los acentos de su voz, porque al fin y al cabo cada boca es un dialecto, y por eso lo mejor que dejan los malditos colonos son sus palabras y la posibilida­d de refundarla­s infinitame­nte para nombrar nuevos mundos.

En esto último Derek Walcott fue insuperabl­e. Sus versos más conocidos lo retratan de pies a cabeza, y quizá sea justo cerrar con ellos. Perdón por la traducción forzada:

Soy sólo un negro pardo que amó este mar de aquí,

Muy colonial y sólida fue mi educación.

Tengo negro, holandés e inglés en mí

Así que o no soy nadie, o soy una nación.

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FOTOGRAFÍA: AFP / FOTOMONTAJ­E: DOMINICK PROESTAKIS

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