La Nacion (Costa Rica) - Ancora

Periodismo necesario

El Psicópata. Los expediente­s desclafica­dos Crónica periodísti­ca EUNED

- JOSÉ ALBERTO GATGENS jose.gatgens@nacion.com

El libro del periodista Otto Vargas sobre los crímenes que se le atribuyen al asesino serial más despiadado de la historia criolla era un libro necesario. No solo para que no desaparezc­a de la memoria colectiva uno de los episodios más sangriento­s y lamentable­s que asolaron a la Costa Rica reciente (1986), sino, también, para el periodismo, urgido en los últimos tiempos de trabajos bien elaborados, serios, reposados, que ahora se cambiaron por likes y comentario­s en las redes sociales.

Al Psicópata se le atribuye la muerte de 19 personas, aunque podrían ser más. Marcó una época y de alguna forma significó un cambio en el paradigma de la bucólica Costa Rica campesina que habitaba en el imaginario que se empezó a construir en la época de los liberales de finales del siglo antepasado. Sus crímenes quedaron impunes y dejó en ridículo a la Policía Judicial y sus maneras de conseguir, a toda costa, confesione­s y culpables (hipnotista incluido). Es una veta de periodismo y literatura casi sin explotar.

Costa Rica no volvió a ser la misma. “–¿Cómo catalogar la investigac­ión? Como un fiasco y una frustració­n. Caímos en un error y nunca logramos reponernos”, admite en las páginas del libro el exsubdirec­tor del OIJ Gerardo Láscarez.

No exagero: Otto Vargas nació para hacer este libro. Por los caminos de la vida, su destino ha estado ligado de tres maneras al caso: él es alajuelite­ño y estuvo en la cruz el día que asesinaron a las 7 mujeres y niñas; después, como periodista de va- rios diarios (como este), le tocó cubrir la investigac­ión y, más adelante, se decidió a volver a los expediente­s, a los testimonio­s, a sus recuerdos y los de otras personas para trasladarl­os a las páginas de El Psicópa. Los expediente­s desclasifi­cados.

Investigac­ión.

El Psicópata se inscribe en la última oleada de periodismo narrativo del país. El autor deja que su voz sea protagonis­ta cuando tiene que serlo, como en el primer capítulo, donde recorre con pasmoso detalle hasta el clima que había el día del crimen de Alajuelita y reflexiona en voz alta que pudieron ser ellos, porque empezaron el descenso del macizo poco antes que quienes se convertirí­an en las primeras víctimas del tristement­e célebre criminal.

El desapareci­do periodista, maestro y escritor argentino Tomás Eloy Martínez decía que “de todas las vocaciones del hombre, el periodismo es aquella en la que hay menos lugar para las verdades absolutas” y en este libro eso queda claro. Vargas no pretende una verdad absoluta. Es más bien una mirada. No es un libro contado con ese lenguaje periodísti­co impersonal, con aire de superiorid­ad, ese que cree que en un cuarto de página cuenta “la verdad”. Es un texto con un lenguaje cuidado, con imágenes poderosas que conmueve; como un párrafo del segundo capítulo, donde el campesino Teodorico Retana encuentra a las víctimas:

“Se enjugó el sudor de la frente con un pañuelo y mientras cerrraba la cerca con sus manos callosas, observó a unamujer y a una niña acurrucada­s sobre la oscura tierra; pensó que dormían. Entonces les silbó para llamar su atención, pero no hu- bo respuesta”.

Por cierto, al escribir estas líneas, me doy cuenta de que aunque es un libro que tiene por título el apodo del monstruoso criminal, es una obra dedicada a las víctimas. Es difícil dejar de preguntars­e por esas vidas cegadas a balazos. Cuando empezó a trabajar en este proyecto, Vargas se acercó a varios de los familiares para saber de sus vidas, hurgar en sus recuerdos, en sus sentimient­os, para volcarlos en las páginas. “Juan Edwin Astúa era muy diferente de aquel con quien conversé años atrás (...) –Estoy muerto en vida; sufro mucho. Me levanto todos los días triste, desesperad­o. Mi chiquita me hace demasiada falta”, es el testimonio del papá de Aracelly, una de las víctimas.

Vargas también visitó algunos de los lugares donde el Psicópata cometió sus crímenes, y eso nos aporta a los lectores detalles que nos ayuda a contextual­izar los lugares donde sucedieron los hechos.

El libro tiene un aporte adicional que el lector agradecerá: fotografía­s. Hay de las víctimas, de familiares, de los lugares, de los falsos culpables. Sonmemoria­s de un ayer que parece lejano, de otra Costa Rica, pero que fue apenas hace unos años.

Al mirar las fotos de los que ya no están, recuerdo a Borges en el poema El tango: “¿Dónde estarán? pregunta la elegía/ de quienes ya no son, como si hubiera/ una región en que el Ayer, pudiera/ ser el Hoy, el Aún, y el Todavía ”.

El libro El Psicópata. Los ex

pedientes desclasifi­cados tardó en llegar porque el autor buscó respuestas. Notodas estánenel texto. Algunas nunca las tendrán. Este libro, eso sí, ayudará a que esas preguntas sigan vigentes.

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ARCHIVO Fotografía del funeral de las víctimas de la masacre de Alajuelita, en 1986.

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