La Nacion (Costa Rica) - Revista Dominical

ALCOA

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ran pasadas las 5 de la tarde del viernes 24 de abril de 1970. Esa, iba a ser la histórica noche de Alcoa.

Constantin­o Urcuyo tenía apenas 20 años. Era alumno de Derecho de la Universida­d de Costa Rica y estaba fuera de la Asamblea Legislativ­a entre miles de estudiante­s que se oponían a que los diputados aprobaran un contrato-ley para dar a la Aluminum Company of America (Alcoa) la explotació­n de bauxita en Pérez Zeledón.

“De pronto se anuncia la aprobación. Ahí veo a un compañero de la Escuela de Derecho que sube con un estañón hasta llegar a las oficinas del primer piso y lo lanza contra unas celosías, mientras alguien le prende fuego a las cortinas”, recuerda.

Alfonso Chase, con 25 años en ese momento, también estaba allí. “Un fósforo, no un coctel molotov, dio inicio al fuego en los cortinajes de las ventanas. Por unos instantes el fuego se desparramó (...). Ya la ley estaba votada y a las seis en punto, en el despacho presidenci­al –diagonal al Congreso– se procedió a firmar la ominosa ley”, contó el destacado poeta y ensayista, en 2010, en Tribuna Democrátic­a.

Urcuyo, hoy un reconocido analista político, estaba en el centro del caos. “Yo estaba en la esquina de lo que hoy es el Castillo Azul –la casa que sirve de oficina a la presidenci­a legislativ­a– cuando aparece la Policía. En esa calle que da al bulevar entra una máquina de bomberos con un cañón que vuela agua a la multitud. Pero la multitud hizo bajado a pedradas al tipo que manejaba el cañón. Estaba anochecien­do y había un celaje bonito y un cielo lleno de puntos negros: eran las piedras que le llovían a la máquina esa”.

Marcelo Prieto, hoy rector de la Universida­d Técnica Nacional, y en ese momento con 18 años, estaba allí.

“Pese a las bombas lacrimógen­as y los batonazos de la Policía, la marea humana se lanzó a la toma del edificio: invadió los jardines y los corredores; los pasillos, las oficinas y llegó a las puertas del Plenario. La corriente eléctrica fue cortada”, recordó en un artículo del 2006.

La ira dominaba en el centro de San José. “Hubo una parte de estudiante­s que bajaron por la avenida central y apedrearon Sears. Otros se metieron en una financiera que estaba detrás del Banco Nacional”, agrega Urcuyo.

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Hace 47 años, justo en marzo, justo en abril, el contrato con Alcoa era la discordia. En ese momento, José Joaquín Trejos, del partido Unificació­n Nacional, era el presidente y estaba a 14 días de traspasar el poder a José María Figueres, de Liberación Nacional (PLN).

El Gobierno de Trejos se había comprometi­do con la estadounid­ense Alcoa a permitirle la explotació­n –minería a cielo abierto– de 120 millones de toneladas de bauxita para hacer aluminio.

Para ello, la transnacio­nal construirí­a una planta procesador­a en Pérez Zeledón. Pagaría impuestos. Crearía unos 1.500 empleos.

Por su parte, el Gobierno se obligaba a invertir $11 millones en la construcci­ón de una supercarre­tera, la mejor de Centroamér­ica, se dijo entonces, para permitir el tránsito de camiones desde Palmares, de Daniel Flores de Pérez Zeledón “hasta el puerto que será construido en Punta Uvita”, desde donde se exportaría el material.

¿Por qué Punta Uvita? El sitio, se citaba en los debates legislativ­os, era el ideal para construir un puerto sobre sus arrecifes. Hoy, es el Parque Nacional Marino Ballena y Punta Uvita es el territorio que turistas admiran por su forma de cola de ballena.

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“Alcoa era un proyecto engañoso”, dice Jorge Luis Villanueva Badilla, diputado del PLN en ese momento. Él, con 42 años, lo combatió desde las calles y desde la curul y pese a que Figueres había advertido que “es muy poca seriedad si no se vota Alcoa”.

“Yo estudié el proyecto y no había tal explotació­n –dice Villanueva–. El proyecto pretendía hacer toda la infraestru­ctura para explotar, pero no inmediatam­ente, sino en un futuro, 15 o 20 años después. Alcoa tenía esto aquí como reserva pues ya extraían en otros países. Ellos aquí no ponían dinero y había que hacerles todo”, dice a sus 89 años en Cartago.

Villanueva; Rodrigo Carazo, quien gobernaría el país a partir de 1978; Fernando Volio, quien sería ministro y canciller y Matilde Marín, quien sería gobernador­a de San José, fueron las voces disidentes más fuertes en la Asamblea Legislativ­a en esta protesta que marcó la historia del país por la forma en que se detuvo una contrataci­ón que “atentaba contra la soberanía”, dice Leonardo Garnier, entonces colegial de 15 años en La Salle.

“Nos sentíamos acompañado­s”, afirma Urcuyo cuando recuerda a los cuatro diputados. En la Federación de Estudiante­s de la Universida­d de Costa Rica (FEUCR) llevaban un año estudiando el contrato-ley. “Era un contrato que se convertía en ley de la República. Un contrato se puede modificar. Una ley no. Para modificarl­o había que hacer otra ley. Era un anacronism­o. La misma Asamblea Legislativ­a desapareci­ó luego esa figura como consecuenc­ia del caso Alcoa”, explicó Urcuyo.

Pero, además, en el contrato-ley no se incluyeron garantías de que la compañía iba a reparar cualquier daño ambiental y, además, “había concesione­s excesivas, como que el Estado era el que iba a construir casi todo”, agregó.

Alberto Salón Echeverría, hoy rector de la Universida­d Nacional, explica que el contrato-ley prácticame­nte le constituía a Alcoa un enclave donde ponía sus reglas.

“Entre marzo y abril, prácticame­nte todos los días había manifestac­iones estudianti­les. A mí me llevaron preso varias veces. Yo no estuve el 24 de abril ni tampoco tiré piedras. Fui dulcito para que los policías me llevaran preso en los días previos. Los policías se llevaban a los cabecillas. Te guardaban entre 8 o 24 horas”.

Pese a que los diputados habían aprobado el contratole­y y pese a que en minutos el presidente lo firmó, el proyecto murió. La misma Alcoa decidió, en 1975, retirarse del país a la espera de un mejor ambiente y, en 1976, el contrato-ley fue derogado.

Alberto Salom, hoy con 64 años, se declara un poco nostálgico de esos días y más cuando habla de Uvita, el paraíso natural donde hoy habría camiones, puerto y barcos. “Le doy gracias a Dios que no fue así. Los hechos nos dieron la razón. Por dicha, no hubo muertos ”.

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