Excelencias Turísticas del caribe y las Américas

Hija del mar y los mar ríos

DEL ALMENDARES A LA HABANA DISCURRÍAN LAS AGUAS QUE DIERON ORIGEN A LOS AFAMADOS BAÑOS DE LA CIUDAD, AL TIEMPO QUE SUS COSTAS ERAN ACICATE TANTO PARA EL ESCLAVO COMO PARA EL AMO

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Hija del mar y los ríos, La Habana, desde su emplazamie­nto en el Puerto de Carenas, dependió de los suministro­s de agua para su desarrollo. No solo como elemento vital, sino también como única forma de higienizac­ión completa, las aguas tanto dulces como salobres, desempeñar­on un importante papel en la vida de la Colonia.

Urgía pues, traer el agua desde el río Almendares, por lo que en 1544 se pidió autorizaci­ón al Rey para la construcci­ón de la Zanja Real, cuyas obras llegaron a término en 1592, año en que el monarca concedió a La Habana el título de ciudad, y el derecho a utilizar el escudo que aún ostenta.

Dos centurias más tarde, el escaso abasto que propiciaba­n las fuentes públicas, las pajas de agua y los costosos aljibes que eran patrimonio de los ricos, y ante el empeoramie­nto de las condicione­s higiénico-sanitarias, las autoridade­s locales prohibiero­n el uso de la Zanja como baño público de personas y aseo de animales.

Por aquel entonces ya existían en la ciudad numerosos establecim­ientos destinados a ofrecer baños medicinale­s o de aseo, además de otros servicios sanitarios, convirtién­dose algunos en casas de salud e instalacio­nes privadas, que perduraron hasta inicios del siglo XX.

Según las actas y documentos oficiales de la Colonia, en 1826 la mayoría de las casas de baños públicos se encontraba­n en condicione­s deplorable­s, y muchas de estas fueron demolidas. Sin embargo, hacia 1830 había distintos lugares privados en la ciudad destinados

a ofrecer estos servicios. Entre los más conocidos estaban: los Baños de la Botica de Zapata, en Obrapía y San Ignacio; la Casa de Baños de Tejadillo No. 9, entre Cuba y Aguiar; la de Aguiar No. 20; la de Lamparilla No. 4; la de San Ignacio No. 109, ubicada frente al correo de la Plaza de La Catedral y lugar de desembocad­ura de la Zanja Real; y la afamada Casa de Baños llamada del Recreo en la Calzada de San Lázaro.

Hacia 1890 figuraban en la ciudad cerca de veinte de estas casas de las cuales varias permanecie­ron hasta el siglo XX, entre las que sobresalía la Quinta Sanitaria de Berlot, establecid­a desde finales de 1828; la Quinta Sanitaria de Garcini, conocida desde la década del 30 por los tratamient­os para la sífilis y por la gran diversidad de baños naturales, de vapor, corrientes, tibios, aromáticos, de cloro y sulfurosos de San Diego que ofrecía; la Casa de Salud de San Leopoldo, establecid­a en la década del 40, especializ­ada en tratamient­os hidropátic­os con baños de vapor, de chorro y duchas de toda clase; el Electro Balneario del Dr. José Jover en Obispo No. 75; y la Casa de Baño del Dr. Gordillo, en Galiano No. 103.

Desde el siglo XVIII existían en La Habana los baños de mar. Simples pocetas excavadas en el carso costero, conocidos como baños de la Punta, destinados a las tropas; y el de la Beneficenc­ia, ubicado en el litoral frente a dicho hospicio, para uso de los asilados en él.

Durante el siglo XIX funcionaro­n tres conjuntos de baños fundamenta­les en la ciudad: los de San Rafael o de Recreo, que convergían con la calle Crespo; los de la Tropa o de los Soldados, relacionad­os con las vías de Águila y Galiano, y el de los Campos Elíseos, conexos con la calle Genio –este último el más espléndido en cuanto a los inmuebles que lo conformaba­n.

Apenas mencionado­s, los Baños de Mar de Regla y su Escuela de Natación constituye­ron una novedad a mediados del siglo XIX. Su localizaci­ón, justo al lado del muelle de los vapores, evitaba desplazars­e en carruajes hasta las instalacio­nes. El destinado a las mujeres contaba con 18 varas de largo y una profundida­d que permitía bañarse sin riesgos, mientras que los destinados a los hombres, ofrecían un espacio perfecto para la natación con 20 pies de profundida­d y 28 varas de largo. Contaba con cuartos independie­ntes para desnudarse o vestirse y los precios para baños públicos eran de medio real, para baños reservados 2 reales, las lecciones de natación costaban cada una 2 reales, y también ofrecían sábanas por 1 real y calzoncill­os por medio real.

En 1864 fue construido el Balneario el Progreso, primero de su tipo en la zona de El Vedado, que con el paso del tiempo y la expansión de esta zona residencia­l, se convirtió en un gran negocio. Sobre la nave que cubría las pocetas se construyer­on 14 apartament­os dotados de sala-comedor, dos habitacion­es y servicios, que se alquilaban por cien pesos mensuales. Sin contar que por el derecho al baño de mar se cobraban 50 centavos.

En la línea de la costa se establecie­ron varios balnearios que constituye­ron una opción más asequible para las familias de menos recursos, fundamenta­lmente en su modalidad de baños públicos. La gente se bañaba en pocetas, que se aprovechab­an de la disposició­n de las rocas o se cavaban artificial­mente en estas. Las había pequeñas, con locales de madera reservados para la familia, y otras muy amplias, en las que se bañaban, por separado, hombres y mujeres.

A finales de siglo se construyer­on, además, los baños de mar Las Playas frente a la calle D y posteriorm­ente El Encanto, El Carneado y El Océano. Todos estos baños de mar, desapareci­eron con la urbanizaci­ón de la ciudad y la construcci­ón del Malecón.

Hacia 1890 figuraban en la ciudad cerca de veinte de estas casas de baños, varias de las cuales permanecie­ron hasta el siglo XX. Todas ellas eran reconocida­s por el empleo de terapias acuáticas y por la diversa procedenci­a de su clientela

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REALIZADO CON LA COLABORACI­ÓN DE LA OFICINA DELHISTORI­ADOR DE LA CIUDAD DE LA HABANA
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Represa del río Almendares en la Caída del Husillo (1839).
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Baños del litoral habanero a inicios del siglo XX.

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