El Caribe

Duarte, siempre Duarte

- NÉSTOR ARROYO ABOGADO nestor_arroyo@hotmail.com

Siempre es tiempo para hablar de Duarte, nuestro atribulado Padre de la Patria. La idea de independen­cia nace con él, pero se concretiza con otros y el producto quizás no es lo proyectado por el patricio. Desde el inicio hubo necesidad de acuerdos con individuos que representa­ban sectores que por diversas razones no creían en la “independen­cia pura y simple de toda potencia extranjera”, aunque coincidían en la necesidad de la separación de Haití.

Estos, que podríamos llamar “conservado­res” –o “realistas” al decir de algunos-, ponen la fuerza necesaria en la coyuntura (Pedro Santana), o la experienci­a de Estado y el indispensa­ble conocimien­to del alma nacional para el manejo de la cosa pública, Tomás Bobadilla. Sin embargo, esta ayuda para la independen­cia contenía la semilla de todos nuestros males posteriore­s: caudillism­o, paternalis­mo, asistencia­lismo, segregació­n de la familia nacional y desconocim­iento del estatuto legal republican­o, entre otros.

Este sector, desde la independen­cia y salvo fugaces momentos, ha dominado el escenario público nacional. Incluso Duarte, con su desprendim­iento, entrega a la causa nacional e idealismo, visto desde la óptica del presente, ni siquiera parece dominicano.

Es difícil, por no decir imposible, que un dominicano se desprenda de sus bie- nes e implique en ello a su familia para buscar el bienestar general en una empresa que, por demás, presentaba muchos escollos. Pero Duarte lo hizo.

Pensar de igual forma en un dominicano capaz de idear tan magna obra e irse del país cuando la alcanza, quizás para no ser el motivo de pugnas internas y preferir humildes trabajos lejos de su amada patria es, poco más que inverosími­l.

Duarte fue proscrito en vida de la patria y utilizado como figura decorativa en la muerte. Habiendo muerto en Venezuela en precarias condicione­s económicas y físicas, por motivos políticos del dictador Heureaux, sus restos son traídos y le hacen compartir la proceridad con Sánchez y Mella. (Ver: El mito de los padres de la patria 1,2 y 3, de fecha: 11, 18 y 25 de agosto de 2014, pág. 8, 12 y 10, respectiva­mente, elCaribe).

Lilís necesitaba figuras tutelares que congregase­n el imaginario popular y, de igual forma, aplacar los sectores intelectua­les en disputa. Según el anecdotari­o, la pugna terminó con la frase del dictador: “No me muevan el altar, porque se me caen los santos”.

Es decir, Duarte idea la República, pero no participa de la concreción de la misma. Dura 20 años fuera del país, retorna brevemente y lo que encuentra le lastima y decide irse otra vez a morir lejos, olvidado y pobre. Y luego de muerto traen sus restos, por motivos políticos, y le hacen incluso compartir la titularida­d de Padre de la Patria.

Pobre Duarte. ¡Qué triste destino el suyo! ¡Ojalá encuentren paz sus restos a 203 años de su nacimiento!

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