El Caribe

Proteger y reactivar deben ser las prioridade­s

- PAVEL ISA CONTRERAS ECONOMISTA pavel.isa.contreras@gmail.com Twitter: @isapavel

Aveces cuando se le echa una mirada a las controvers­ias en que los grupos políticos están enfrascado­s y los discursos que se gastan, uno se pregunta si el liderazgo político tiene alguna claridad sobre la gravedad y la profundida­d de la crisis en la que el país se está internando.

En materia sanitaria, diferente al discurso oficial, la epidemia del SARSCOV-2 no da señales de ceder. La curva de contagios no se ha aplanado. De hecho, el número de nuevos casos positivos por día ha crecido, a medida que el número de pruebas por día ha aumentado. Mientras a fines de mayo, el promedio era de unos 350 nuevos casos por día, más recienteme­nte ha subido hasta alrededor de 440. Además, distinto al pasado reciente, los casos positivos como porcentaje de pruebas realizadas ya no baja y se ha estabiliza­do en cerca de 21%. Al mismo tiempo, en los últimos días el número de casos activos se ha disparado, ubicándose por encima de 8 mil.

Aunque es todavía temprano para sacar conclusion­es definitiva­s, el temor de que la reapertura de las actividade­s productiva­s y el relajamien­to de las medidas de distanciam­iento social estén resultando en una aceleració­n de los contagios podría tener asidero.

No habrá recuperaci­ón en forma de “V”

En materia económica, a pesar de la gradual reapertura de las actividade­s productiva­s, lo esperable es que la crisis cause un daño económico permanente. El Banco Central ha dicho que la economía experiment­ará una recuperaci­ón en forma de “V”, lo que significa un rebote rápido que permitirá alcanzar, en un plazo corto, el nivel de actividad observado antes de la epidemia y de las medidas de distanciam­iento social. Sin embargo, si no hay una rápida acción de política que recupere la disponibil­idad de divisas, eso no pasará. Menos aún si, además, la situación de la epidemia se agravase y obligara a dilatar la reapertura o a reintroduc­ir medidas de aislamient­o. Lo más probable es que la reapertura contribuya a un rebote inmediato pero limitado del nivel de actividad y que tardará mucho más tiempo para que la economía y las empresas vuelvan a producir y emplear a los niveles observados en febrero.

Hay que insistir en que la restricció­n más importante para volver a crecer es la falta de divisas. Sin ellas, no hay manera de pagar por las importacio­nes que son clave para reactivar la producción industrial y agropecuar­ia, así como el comercio y los servicios. Hasta que los sectores generadore­s de divisas no se ubiquen donde la paralizaci­ón los dejó, el nivel de actividad no terminará de volver al punto de partida antes de la crisis. El turismo y las remesas podrían ser las fuentes de divisas que más tarden en recuperars­e.

Otro factor limitante de la recuperaci­ón es que la demanda agregada está muy debilitada. Las suspension­es laborales y la drástica reducción en las actividade­s informales, especialme­nte en abril y mayo, han reducido sensibleme­nte la capacidad de compra de un muy elevado número de hogares. Esto retroalime­nta negativame­nte las posibilida­des de recuperaci­ón de la producción de las empresas porque sus perspectiv­as de ventas no son optimistas.

Los números del desempleo

Según datos oficiales, entre abril y mayo 530 mil personas en el sector privado formal dejaron de cotizar en la Tesorería de la Seguridad Social (TSS). Esto hizo reducir el total de personas registrada­s como formalment­e empleadas en el sector privado desde poco menos de 1.6 millones hasta casi un millón y el total de personas formalment­e empleadas en los sectores público y privado desde 2.25 millones hasta 1.7 millones. De esto se deduce que sólo por el efecto en el sector privado formal, el total de personas desocupada­s subió desde 518 mil a fines de 2019 hasta poco más de un millón de personas y el desempleo ampliado se incrementó desde casi 10% hasta el 20%.

Sin embargo, estas cifras no consideran el efecto de la crisis en la desocupaci­ón en el sector informal. No hay razones para suponer que en éste sería menos severo que en el formal. Si, en porcentaje, los efectos fuesen similares, en esos dos meses 500 mil personas en la informalid­ad habrían dejado de trabajar y percibir ingresos y la cifra del total de personas desocupada­s aumentaría hasta 1.5 millones. Esto equivale al 30% de la población activa, una cifra sin precedente­s en la historia económica del país.

Los números son tan grandes y el impacto negativo sobre la demanda agregada tan severo, que, como se argumentó arriba, la historia que sigue no será una en la que la reapertura implicará una rápida vuelta al trabajo de todas esas personas. Ya al menos dos voceros del sector industrial han adelantado que no todos los trabajador­es suspendido­s en el sector serán reincorpor­ados al empleo.

Esto supone dos cosas. Primero que, aunque disminuya en lo inmediato debido a la reapertura, los despidos definitivo­s mantendrán elevada la desocupaci­ón. Esto tendrá un efecto multiplica­dor negativo sobre la actividad económica en general a través de los salarios y el consumo. Con datos de la TSS se puede estimar que, si el 50% de los trabajador­es suspendido­s en el sector formal no fuesen reincorpor­ados a sus empresas, el gasto de los asalariado­s se comprimirí­a en más de 5 mil millones de pesos por mes. A esto habría que sumarle la reducción de aquellos en el sector informal que no logren reincorpor­arse de inmediato a la actividad productiva.

Segundo, las empresas van a ser golpeadas nuevamente porque se verán forzadas a pagar prestacion­es laborales a un elevado número de empleados y empleadas en un momento de muy alta restricció­n de recursos por las reducidas o nulas ventas en los meses previos. Aunque esto ayude a sostener de manera temporal el consumo de los desahuciad­os, restringir­á la capacidad de las empresas de operar y recuperars­e.

Implicacio­nes sociales y respuestas de políticas

Las implicacio­nes económicas y sociales de esa dinámica pueden ser devastador­as y no parece que el liderazgo político tenga suficiente conciencia de ello. El apoyo para la sobreviven­cia de la gente y la preservaci­ón de empleos para los próximos meses sigue siendo tan prioritari­o como hace dos meses. Lo que ha cambiado es que empieza a haber cierta recuperaci­ón a medida muchas empresas e iniciativa­s económicas empiezan a operar y una parte de los desocupado­s están siendo reincorpor­ados. Pero el riesgo de que una parte significat­iva de los desocupado­s temporales (suspendido­s) se conviertan en desemplead­os permanente­s es muy alto.

En ese contexto, si lo que se quiere es evitar retrocesos sociales graves con potenciale­s implicacio­nes políticas, hay al menos tres tipos de intervenci­ones que se deberían estar discutiend­o. La primera es mantener las transferen­cias sociales extraordin­arias y compensato­rias a favor de hogares pobres y vulnerable­s. Suspender o debilitar el programa en este momento no sólo reduciría la demanda agregada y el potencial de r e c u p e r a c i ó n, s i no q u e compromete­ría la subsistenc­ia misma de muchos hogares. Hay que plantearse seriamente mantenerlo­s por varios meses más.

Segundo, subsidiar el empleo formal para asegurar que la pérdida definitiva de puestos de trabajo sea lo menor posible. Una forma de hacer esto es fortalecim­iento y extendiend­o la segunda modalidad del programa FASE. Mientras bajo la primera modalidad, el gobierno está transfirie­ndo recursos a las personas suspendida­s, en la segunda está contribuye­ndo con fondos públicos al sostenimie­nto del empleo en el sector formal porque transfiere recursos a quienes no han sido suspendido­s. Las empresas pagan la diferencia entre la transferen­cia y el salario regular. Se trata, por lo tanto, de un subsidio a las empresas para que estas sostengan el empleo. Si a medida que las empresas reintegran trabajador­es, los recursos destinados a la primera modalidad se transfiere­n a la segunda, esto generaría un incentivo para que éstas reintegren a más empleados y desincenti­varía el despido definitivo.

Tercero, estimular mucho más la demanda agregada a través del gasto y las inversione­s públicas. Como no es previsible que la demanda de origen externo (exportacio­nes, turismo, remesas) se vaya a recuperar lo suficiente­mente rápido como para evitar que el daño económico se torne permanente, será imprescind­ible estimular la demanda doméstica. Por eso, a partir de agosto o septiembre, el nuevo gobierno deberá impulsar un programa grande de gasto e inversione­s que contribuya a reactivar la producción y las ventas.

Además de esto se puede considera la opción de apoyar con créditos con garantía gubernamen­tal, a través de un fondo u otro mecanismo, a empresas medianas y pequeñas que los requieran para mantenerse operando. Los estímulos monetarios podrían ser insuficien­tes y podrían necesitar un esfuerzo complement­ario.

El sufrimient­o humano que podamos evitar y la rapidez con la que salgamos de la crisis depende enterament­e de la capacidad del gobierno de apoyar el consumo de los más pobres, sostener el empleo y estimular el crecimient­o. Eso a su vez depende que se obtengan lo antes posible nuevos recursos para financiar el esfuerzo.

Buscar los recursos, seguir protegiend­o y reactivar son las palabras clave.

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