Un desafío entre la división colonial
PARÍS — En 2013, el Museo del Quai Branly fue escenario de una extensa muestra del arte de Nueva Caledonia, un archipiélago en el Pacífico Sur, que fue colonizado hace casi dos siglos y que aún es gobernado como parte de Francia.
La exposición presentó más de 300 artefactos relacionados con la población indígena melanesia de Nueva Caledonia. Emmanuel Kasarhérou, su cocurador y él mismo de ascendencia melanesia, se aseguró de que, además de las estatuas, armas ceremoniales y ornamentos, se incluyeran también objetos que representaran el punto de vista de los colonizadores.
“Los objetos se mostraron en el contexto de la historia colonial, lo que fue un total alejamiento de lo que había sido la política del Museo del Quai Branly hasta entonces — ignorar por completo la dimensión colonial”, afirmó Benoît de l’Estoile, profesor de antropología de la Escuela Normal Superior en París.
El mes pasado, se nombró a Kasarhérou como nuevo presidente del Museo del Quai Branly. Un enorme museo en el centro de París, fue inaugurado en 2006 para exhibir el patrimonio de las ex colonias de Francia en África, Asia, Oceanía y
América. Kasarhérou se une a un club de altos directivos, que es casi exclusivamente blanco. Su labor será transformar al Museo del Quai Branly en un centro del siglo XXI, que examine las culturas no europeas y sus pasados coloniales.
Su herencia dual lo posiciona de forma especial para la tarea: su padre es melanesio; su madre es de Francia continental.
Su primer reto importante será honrar una promesa que hizo el presidente Emmanuel Macron en 2017 de devolver el patrimonio cultural de África subsahariana. El Museo del Quai Branly posee alrededor de 70.000 piezas. Las figuras a ambos lados del debate de la restitución esperan que los antecedentes de Kasarhérou lo hagan ser más receptivo a sus opiniones.
“Me siento tan descendiente de personas que fueron colonizadores de cierto lugar, como de personas que fueron colonizadas”, manifestó Kasarhérou, quien añadió que cualquier restitución sería sopesada en una base individual. “No estoy a favor de que se envíen objetos al mundo y dejar que se deterioren”.
El debate de la destitución llegó a su punto crítico en 2018, cuando dos académicos comisionados por Macron recomendaron que los objetos tomados en épocas coloniales, sin el consentimiento de su país de origen, se regresaran si así se solicitaba. Macron anunció que 26 tesoros del Museo del Quai Branly serían devueltos. Los objetos siguen ahí, a la espera de que se culmine un museo en Benín.
Kasarhérou parecía reacio a adoptar las recomendaciones. El Quai Branly ha pasado aproximadamente el último año revisando sus pertenencias africanas para identificar objetos que ingresaron a las colecciones de forma ilegal o por la fuerza. “Lo que hemos visto hasta el momento es que pocos objetos se ajustan a la definición”, indicó, al añadir que muchos artículos habían sido adquiridos como resultado de intercambios —ofrecidos por comunidades africanas como regalos, o llevados a Francia por misioneros.
Kasarhérou nació en 1960 en Numea, la capital de Nueva Caledonia, y ahí pasó su infancia.
Su padre, un sastre, fue a París en los 50, donde conoció a una joven francesa que estudiaba lingüística. Se casaron y tuvieron tres hijos. “Tuve suerte de tener una infancia feliz, a pesar de que fue complicada, porque necesariamente tienes que manejar dos visiones que a veces son diferentes”, dijo Kasarhérou.
En los 70, sus padres se habían divorciado. Terminó sus estudios secundarios en París y estudió historia del arte y arqueología en la universidad. Kasarhérou tiene más o menos una década en el Museo del Quai Branly. Al ser un allegado, tanto como una persona externa, ahora enfrenta presión de todas partes.
“Sé que inevitablemente decepcionaré a la gente”, expresó. “Siempre es así”.