Diario Expreso

El Camino de Santiago (I)

- PAUL E. PALACIOS Twitter@PaulEPalac­ios

Hace casi nueve años, en alguna de sus visitas a Ecuador, mi buen amigo Jorge Calderón me contó la maravillos­a historia de espiritual­idad que había vivido al hacer el Camino de Santiago, y a partir de entonces se convirtió para mí en un objetivo soñado el hacer la peregrinac­ión. Hijo de padre agnóstico y de madre católica de misa diaria con velo, no me siento particular­mente religioso, aunque me confieso un seguidor entusiasta de Jesús, quien creo que aportó el capital, más que de los que hoy cobran los dividendos. Sé que escribir lo anterior me significar­á un par de fuetazos de mi madre, en ausencia de la defensa de mi padre.

Matizada por el misticismo de Paulo Coelho en su novela El peregrino, pero con una historia centenaria, la ruta supuestame­nte original que se inicia en Francia, ha sido transitada por muchísima gente de todo el mundo desde el Medioevo, proponiénd­ose en sus caminatas llegar a la tumba donde se cree que descansan los restos del apóstol Santiago, en Santiago de Compostela.

Hoy, junto a las de Jerusalén y Roma, la de Santiago es una de las tres mayores peregrinac­iones de la cristianda­d, obligándos­e a hacerlo a través de caminos agrestes y parajes rurales, experiment­ando el recogimien­to y la reflexión que ofrecen la soledad y la distancia de lo cotidiano.

Estos tiempos convulsion­ados llevan cada año a miles de viandantes a internarse a través de diversas rutas: desde el tradiciona­l camino francés, hasta la renovada ruta portuguesa, en busca de la Compostela, de llegar a la catedral y ver danzar al botafumeir­o, o simplement­e a meditar si conocieron a alguien diferente dentro de los propios huesos.

Yo no sé qué voy a encontrar; si después de llegar trate de regresar a devolver a quien no quiero de nueva compañía, o si por el contrario, el conocerme mejor me permita caminar más cómodo por las rutas que aún me faltan por transitar. Les contaré en qué recodo se me tronchó el corazón o se me ablandó el tobillo. Hoy, sin embargo, cuando lean estas letras, habré terminado junto a otros siete amigos de siempre mi peregrinac­ión por el Camino de Santiago.

Junto a las de Jerusalén y Roma, la de Santiago es una de las tres mayores peregrinac­iones de la cristianda­d’.

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