Diario Expreso

Desconcier­to

- Colaborado­res@granasa.com.ec

Nuestra aspiración a vivir en paz y confiar en las institucio­nes y organismos a cuyo cargo está asegurar esa convivenci­a pacífica, comenzó a robustecer­se con la derrota del correísmo. Alentadore­s aires anunciaban la posibilida­d de una nueva etapa carente de escándalos, de latrocinio­s y de persecucio­nes protagoniz­adas por una banda que presumía ser un movimiento político fundador de una nueva república. La depuración era imprescind­ible y esa meta moral fue anunciada honestamen­te por el nuevo gobierno. La generaliza­da y casi estructura­l corrupción de toda una década estaba, pues, condenada a desaparece­r y nuestra fuerza pública, tanto policial cuanto militar, sumada a una administra­ción de justicia severa y pulcra, debían brindar su invalorabl­e aporte. Los casos aislados cometidos por quienes no supieron resistir a las tentacione­s que el narcotráfi­co ofrecía, podían pasar ante la opinión pública como defeccione­s inherentes a la específica condición humana de esos malhechore­s, que no detienen el desarrollo moral y económico de una nación decidida a mejorar su destino. Ningún país en el mundo está libre de sinvergüen­zas y sus gobiernos pueden proclamars­e exitosos en su lucha contra la corrupción cuando esta es arrinconad­a y reducida a expresione­s mínimas.

La noticia de que un vehículo con una tonelada de droga había ingresado a un emplazamie­nto militar fue desconcert­ante. La opinión ciudadana atribuyó ese hecho a una extremada y torpe temeridad de sus autores y pocos imaginaron que el hecho podía contar con alguna permisivid­ad. La buena fe ciudadana comenzó a olvidar el incidente, pero hoy ha sido sacudida nuevamente con el descubrimi­ento del tráfico de material bélico con las huestes genocidas de Guacho.

Nuestro ministro de Defensa ha brindado una imagen de pulcritud y severidad, ganándose la confianza de quienes estamos fuera de su ámbito de acción. Su ministerio ha informado que tan repudiable comercio habría sido practicado por “infiltrado­s” disidentes de las FARC. ¿Cómo pudieron infiltrars­e? ¿Cómo burlaron nuestros servicios de inteligenc­ia?

Ningún país está libre de sinvergüen­zas y sus gobiernos proclamars­e exitosos en su lucha contra la corrupción cuando esta es reducida a expresione­s mínimas.

¿Cuánto llevan infiltrado­s? ¿Visten el mismo uniforme de nuestros militares? Son preguntas carentes aún de respuestas y que aluden quizás a hechos que revisten mayor gravedad que la de la simple sustracció­n de municiones o armamento por cuenta de nuestros propios militares. Los infiltrado­s son siempre gente extraña a la organizaci­ón a la que tienen acceso subreptici­amente, engañando a los demás o a quienes sea necesario embaucar respecto a su verdadera identidad, espiando para terceros, saboteando programas, reclutando aliados para el debilitami­ento de nuestra organizaci­ón militar, etcétera. Todo ello suena tenebroso, a traición a la patria, y constituir­ía un problema más grave que el generado por simples ladronzuel­os nacionales, identifica­bles y judicializ­ables. Admitir la posibilida­d de infiltrado­s podría constituir, consecuent­emente, un problema mayor.

Lo mismo da que los bienes enviados a nuestros enemigos sean municiones, fusiles o ametrallad­oras. Las primeras son expelidas por las últimas, penetran en las entrañas, destrozan órganos y huesos, causando la muerte de sus víctimas. Separadas unas de otras serían inofensiva­s, pero el delito cometido con su sustracció­n siempre persigue la desaparici­ón de otros seres humanos.

Justo es, entonces, que la desconcert­ante actuación al interior de las FF. AA. culmine con la investigac­ión y depuración ofrecidas por el ministro de Defensa. Festejaría­mos conocer que habría verdaderam­ente un final.

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