“L
os que jugaron contra el Sevilla y Dembélé hacen trabajo regenerativo; el resto, a entrenar”, señalaron desde el cuerpo técnico del Barça en el primer día de entrenamiento de la semana. “¿Dembélé jugó?”, preguntó en tono burlón uno de los pesos pesados del grupo. “Bueno, los titulares más Ousmane”, resolvió uno de los técnicos. Nadie pudo contener la risa en el campo Tito Vilanova. El problema, para Dembélé, es que detrás de las gracias de sus compañeros se esconde una historia de hartazgo. Una historia corta. Sin embargo, suficientemente grotesca como para alterar incluso a un tipo comprensivo como Ernesto Valverde, que lo dejó en el banquillo ante el Inter.
En la búsqueda para apagar a cualquier precio el incendio que había dejado el traumático adiós de Neymar, Dembélé llegó a Barcelona en agosto de 2017. Auspiciado por el exdirector deportivo Robert Fernández, el francés se convirtió en el fichaje más caro en la historia azulgrana (105 millones, más 42 en variables), hasta que lo superó Coutinho (120, más 40). “Los vestuarios suelen mirar, de entrada, con cierto recelo cuando llegan fichajes de esta clase. No fue el caso de ellos”, contó un empleado del club. Coutinho tenía el visto bueno de Messi y Suárez había sido compañero del 9 en el Liverpool), mientras que Dembélé se supo ganar la simpatía de los pesos pesados.
El comportamiento del ofensivo francés