Diario Expreso

El animero, una costumbre centenaria de Chimborazo

Un hombre que durante nueve noches pide por las almas de los difuntos

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Vestido de blanco. Una cruz, una campana, el rosario y un cráneo humano como herramient­as, atraviesa las calles de los pueblos andinos confundién­dose con una de las almas por las que pide piedad. “¡Despierten las almas dormidas, de ese profundo sueño, para rezar un Padre Nuestro y un Ave María, por las benditas almas del santo purgatorio, por el amor de Dios!”, grita con mucho respeto el pregonero.

Se trata del animero, el hombre que durante nueve noches pide por el alma de los que ya no están.

La tradición centenaria en la provincia de Chimborazo tiene su origen cuando la religión católica se instauró en las ciudades fundadas por los españoles.

En algunos sectores prácticame­nte este ritual ha desapareci­do, debido a que la doctrina ha cambiado, explica el teólogo Juan Hidalgo. “Antes estaba muy implantada la idea de la penitencia del alma. Ahora la Iglesia católica se ha renovado y habla de un Dios benevolent­e y una fe de amor”, afirma.

En Chimborazo, el rito se mantiene en varios pueblos, con pequeñas diferencia­s. Penipe, Bayushig, Cubijíes, Químiag, Punín y Yaruquíes tienen su animero que recorre las calles con su fúnebre canto para culminar con la misa por todas las almas el 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos.

En Cubijíes, quien personific­a a este enigmático personaje es Michael Lara, de 24 años, quien debe repetir el rito por nueve años y luego pasar la posta a quien lo solicite. Hasta ahora, Michael, a quien le falta seis años como animero, ha sido el más joven en esta distinción. “Solicité esta responsabi­lidad por fe ”, manifestó.

La noche del 24 de octubre inició el ritual. Una hora antes de la medianoche se dirige hasta el lugar donde reposa todo el año la vestimenta. En un cuarto pequeño, considerad­o sagrado por la fe de su familia, hay una urna representa­da por los colores blanco, por la paz, y azul por el color del cielo. Dentro del pequeño depósito se encuentra el alba blanca, la campana, los crucifijos, el fuete y la calavera que pertenecen al primer animero de la parroquia.

Durante la novena, se dispone todo sobre una mesa blanca y se prenden velas. Encima de la urna, cada noche, se depositan las limosnas entregadas por los fieles, que luego se donan a la iglesia el día de la misa.

Ahí, de rodillas, reza sus oraciones y se viste, sale con premura en dirección a la iglesia, abre el candado de la puerta e ingresa hasta el altar mayor, donde vuelve a rezar y sale caminando de espaldas.

Aunque se presentan varios curiosos, nadie se atreve a seguirlo, porque según la tradición, si bien la gente puede observar, nunca debe verlo de forma directa y mantener una distancia prudente.

Una vez que sale de la iglesia va muy presuroso hasta el cementerio. Ahí realiza el primer canto para recorrer el pueblo. Luego, hace sonar tres veces la campana. Cuando termina, ora y descansa. El agotamient­o físico es evidente, pero su abuela le deja un ponche y cuando lo toma, Michael va hasta su cuarto a dormir sin hablar con nadie hasta el día siguiente.

Este ritual se repite cada dos o tres cuadras alrededor de todo el pueblo para invitar a rezar por las almas. Le toma cerca de dos horas cumplir el ciclo, indica Arturo Lara, padre del animero.

EL DETALLE Proceso. En el ritual se realizan varias tradicione­s, entre preparar los objetos, dar limosna, orar por las almas y descansar sin contar lo ocurrido.

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PATRICIA OLEAS / EXPRESO Indumentar­ia. El animero viste un traje blanco y otros elementos.

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