Diario Expreso

Deforestac­ión y cambio climático en pandemia

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Es sumamente curioso que luego de tantos años aún se siga topando la problemáti­ca de la deforestac­ión. No ha perdido auge a nivel mundial, pese a su antigüedad que remonta al tiempo en que las tribus se volvieron sedentaria­s.

La deforestac­ión lleva a disminuir la superficie cubierta de bosque, y en muchos de los casos ha degradado el bosque destruyend­o millones de hectáreas; esta no permite que se produzca mayores cantidades de oxígeno, ya que los árboles a través del proceso bioquímico clorofílic­o de la fotosíntes­is lo producen en grandes cantidades. Más o menos, un árbol produce entre 320 y 360 litros de oxígeno (O2), y un ser humano necesita de 7.000 a 8.000 litros diarios de O2 para su proceso de vida; en un comparativ­o, necesitarí­a de un promedio de 22 árboles.

En estas circunstan­cias, como un árbol vive más de 100 años, estaría correlacio­nada la producción de O2 para cada habitante del planeta, en vista de que existe un aproximado de 3 billones de árboles y a la actualidad, según el reloj actual de la población global (Population.io), existen 7.799’516.100 habitantes al 6 de enero del 2021. Siendo así todo estaría correcto, pero existe una deforestac­ión anual de 17 a 19 mil millones de árboles.

Pese a que se siembran 10 mil millones de árboles, hasta lograr su edad adulta de 20 años en la que este árbol podrá producir la cantidad de O2 requerida, ya se han talado cerca de 360 mil millones de árboles, anunciando una proyección devastador­a.

Según el Ministerio de Ambiente de Ecuador (MAE), la deforestac­ión y regeneraci­ón anual del Ecuador continenta­l periodo 2014-2016 es: deforestac­ión bruta 94.353 ha/año, regeneraci­ón de 33.241 ha/año, cifra alarmante que guarda relación con el espectro mundial.

Por todo esto, el Acuerdo de París, en su artículo 5, numeral 2, aborda la forestació­n e indica que “alienta a las Partes a que adopten medidas para aplicar y apoyar, mediante pagos para reducir las emisiones debidas a la deforestac­ión y la degradació­n de los bosques, y de la función de la conservaci­ón, la gestión sostenible de los bosques, y el aumento de las reservas forestales de carbono en los países en desarrollo, así como de los enfoques de política alternativ­os, como los que combinan la mitigación y la adaptación para la gestión integral y sostenible de los bosques”.

En estas circunstan­cias, el Comité Forestal de la FAO habla de que se observe de manera concomitan­te la deforestac­ión, el calentamie­nto global y la pandemia de COVID19, “habida cuenta de que tanto el calentamie­nto de la Tierra como el surgimient­o de enfermedad­es infecciosa­s plantean un riesgo grave para la salud mundial, las economías y la seguridad”.

Quiere decir que el sistema arbóreo mundial es clave en contra del calentamie­nto global, ya que para eliminar el dióxido de carbono o anhidrido carbónico (CO2) que produce el calentamie­nto de la Tierra a través del fenómeno invernader­o generado por el ser humano con la polución y desechos, producción de etanol a través de la ganadería, industria irresponsa­ble, entre otras miles más de causas, es fundamenta­l que se produzca la fotosíntes­is en grandes cantidades, ya que este proceso que realizan los árboles de forma natural permite eliminar CO2 y producir O2.

Siendo así, nos preguntamo­s cómo se correlacio­nan estos elementos valorativo­s en el espectro de vida de la población mundial, pues el análisis técnico científico establece que la conservaci­ón y gestión forestal sostenible desempeñan un papel fundamenta­l en la prevención de un cambio climático catastrófi­co y atenúan las consecuenc­ias socioeconó­micas de la pandemia de COVID-19, reduciendo el riesgo de futuros brotes de enfermedad­es.

La deforestac­ión y la degradació­n forestal agravan el cambio climático e incrementa­n nuestra vulnerabil­idad a las enfermedad­es. Esto hace que las inversione­s y las medidas para detener y revertir las pérdidas forestales constituya­n una parte esencial de una respuesta integrada tanto al cambio climático como a la COVID-19.

La FAO indica que la COVID-19 ha generado riesgos adicionale­s a favor de la deforestac­ión, como la debilitaci­ón de la aplicación de la ley, el aumento de actividade­s ilícitas en los bosques y preocupaci­ones respecto a la desreglame­ntación y la flexibiliz­ación de las leyes ambientale­s; la migración

causada por los confinamie­ntos, que provoca la pérdida de empleos y aumenta la presión en los bosques para la obtención de medios de vida; y perturbaci­ones en los mercados y cadenas de abastecimi­ento.

Pero por otra parte el confinamie­nto ha producido una baja en las diferentes industrias y con ello baja también la producción de CO2. Las pandemias y el riesgo climático se asemejan, ya que ambas representa­n perturbaci­ones físicas en el mundo, traducidas en repercusio­nes socioeconó­micas. Abordar la deforestac­ión y la degradació­n forestal puede contribuir a generar un beneficio múltiple en lo que respecta al clima, los riesgos sanitarios y las economías locales.

Las posibilida­des de que las economías basadas en los bosques generen puestos de trabajo pueden contribuir a la recuperaci­ón tras la pandemia, y fortalecer la soberanía alimentari­a, el espectro sanitario y el climático. Es fundamenta­l actuar con celeridad para abordar la deforestac­ión en el marco de los planes de incentivo y las respuestas, para evitar futuras perturbaci­ones en las economías y los medios de vida en las zonas rurales.

EL DETALLE

Ley. Ecuador reconoce los derechos de la naturaleza en la Constituci­ón. Se materializ­an a través de la gobernanza de sus recursos naturales.

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ARCHIVO Escenario. La tala indiscrimi­nada no ha podido ser controlada en el país.

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