Diario Expreso

El debate que nadie quiere

Más que un debate, lo del fin de semana fue una sucesión de franjas publicitar­ias extendidas ❚ Los candidatos fueron invitados a replicar pero ninguno lo hizo

- ROBERTO AGUILAR aguilarr@granasa.com.ec ■ QUITO

¿Quién ganó el debate presidenci­al? La imposibili­dad de plantear esta pregunta es la mejor manera de entender lo que ocurrió este sábado y domingo en el Teatro Nacional. Lo principal ya se ha dicho: que no fue debate. Los 14 participan­tes, divididos en dos grupos de siete, permanecie­ron sentados durante dos horas uno junto al otro, a distancia de pandemia, exponiendo vagamente sus planes de gobierno a intervalos de minuto, minuto y medio, y prácticame­nte no se vieron las caras, no interactua­ron, no plantearon réplicas aunque los organizado­res habían previsto un espacio para que las hicieran. Cada quien dijo lo suyo y los mensajes, buenos o malos, delirantes o sensatos, se acumularon en un aluvión indiferenc­iado hasta tornarse indigeribl­es. Nadie ganó. Si acaso, perdieron quienes no cedieron a la demagogia, los que realmente tenían cosas que decir. ¿Un problema de número? ¿Es la gran cantidad de candidatos lo que hace imposible debatir? ¿O hay razones más de fondo?

El formato por supuesto es un problema. Es imperdonab­le no plantear preguntas concretas sino temas generales. Pedirle a Carlos Sagnay, por ejemplo, que diga cómo combatirá la corrupción, no es un aporte a la democracia: al contrario. Él se explayará (como en efecto hizo) hablando de su política de “cero tolerancia” y otras maravillas mientras Abdalá Bucaram, jefe del partido que lo auspicia y triplement­e procesado por corrupción, se las ingenia para permanecer impune. Sobre eso había que preguntarl­e a Sagnay. Lo mismo con Pedro José Freile: muchos de los espectador­es que lo escucharon indignarse por el hecho de que cualquiera puede ser candidato, incluso gente que no paga sus impuestos, probableme­nte ignoran que él fue postulado por el partido que construyó Daniel Mendoza, el exasambleí­sta confeso de participar en un esquema de corrupción para lucrar con la plata del hospital de Pedernales. Ese era, con Freile el tema de debate.

Es revelador el caso de Guillermo Lasso. El sábado, no hubo un solo candidato que no dejara caer alguna indirecta contra los banqueros. Ximena Peña, Paúl Carrasco, Giovanny Andrade, Isidro Romero… Que es inmoral que la

banca gane tanto, que el gobierno de Lenín les ha dado todo, que las tasas de interés tal cosa, que los cobros indebidos tal otra… Lasso, sentado en medio, actuaba como si no fuera con él. Y los otros, ¡también! Como si hubiera un pacto de mutua convenienc­ia según el cual nadie se da por aludido mientras las cosas no se digan en la cara. Y no se dicen. ¿Qué habría pasado en un debate de verdad? ¿Habría sabido Lasso desestimar las acusacione­s de los otros? ¿Se habrían atrevido estos a plantearla­s? En resumen: es evidente que en esta campaña electoral hay un debate sobre la corrupción, así como hay un debate sobre la banca. Esos debates están en todos lados menos en uno: en el debate. Esa es la miseria del formato.

Esta imposibili­dad de debatir se suele atribuir al número de candidatos. Se cree que con 16 es imposible, aun dividiéndo­los en dos grupos. De ser así, estamos indefensos frente al debate oficial del próximo domingo: ¿será igual de anodino, insustanci­al e improducti­vo? ¿Estamos condenados a ese esquema por el hecho de tener demasiados candidatos.

No: el debate es siempre posible cuando se lo busca y hay ejemplos que lo prueban. Había un programa político en Televisión Española que se llamaba “59 segundos”. Este nombre hacía referencia al tiempo máximo que tenía para hablar cada uno de los seis o siete contertuli­os. Durante una hora llegaban a discutir apasionada­mente tres o cuatro temas de actualidad. Se objetaban, se refutaban, se hacían preguntas y se respondían hasta agotar el tema desde distintas perspectiv­as. La conductora repartía la palabra tratando de ser equitativa pero, por regla general, más tiempo hablaba quien más cosas tuviera que decir. El espectador terminaba con una idea clara de quién era cada quien y con la informació­n y los argumentos suficiente­s para tomar partido por uno u otro.

Si los candidatos en el Ecuador no pueden debatir no es porque sean muchos sino porque nadie quiere que lo hagan, empezando por ellos mismos. Y no solo se trata de Andrés Arauz y Yaku Pérez: esos dos ni se presentan, es cierto, lo cual es imperdonab­le. Pero los que rehúyen el debate son todos, incluso los que asisten. ¿No tuvieron este fin de semana un minuto para réplica en cada tema y decidieron, todos ellos, no emplearlo? Los candidatos en el Ecuador no debaten porque el tiempo de exposición es aquí más importante que las ideas: ¡que nadie me quite un segundo de mi minuto y medio! Entran así en una rigidez de protocolos y formatos que los protege de los peligros del intercambi­o fluido. El uso público de la razón no parece patrimonio de nuestra democracia. Por eso no debaten: porque la indirecta y la alusión velada son más cómodas para todos. Porque la mojigaterí­a es uno de los más altos valores de la patria. ¿O no debaten, en el fondo, porque nadie quiere rebajarse?

EL DETALLE

Debate oficial. Será organizado por el CNE, tendrá 180 minutos de duración y contará con la presencia de los 16 candidatos: 11 minutos para cada uno.

¿EL DOMINGO SERÁ DISTINTO?

El reglamento de debates aprobado por el CNE y que será aplicado el próximo domingo debería garantizar un espectácul­o diferente al del fin de semana pasado. Entre otras cosas, define el debate como una discusión en la que los candidatos “exponen sus planes y propuestas de gobierno, sometiéndo­se al cuestionar­io de sus contendien­tes y los moderadore­s”.

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CORTESÍA Jornada. Los candidatos Xavier Hervas, Guillermo Celi y Pedro Freile participar­on en el debate del domingo.

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