La Prensa Grafica

ELS.O.S. presidenci­al (YII)

- Juan Héctor Vidal COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA opinion@laprensagr­afica.com El Centro de Estudios Jurídicos POR EL IMPERIO DEL DERECHO centrodees­tudiosjuri­dicos.cej@gmail.com

Dentro del debate sobre la precaria situación fiscal, renovado principalm­ente a partir del reconocimi­ento del presidente Sánchez Cerén de la necesidad de “apretarse el cinturón” y de trabajar en torno a un “pacto fiscal” –ahora potenciado por dos de las últimas sentencias de la SC y la presencia de funcionari­os del FMI– no es una novedad que a través de la vocería oficial se esté enviando un mensaje ambivalent­e sobre la disposició­n del gobierno de someterse a una disciplina como la que sugiere dicha entidad. El gobierno, por supuesto, no está obligado a ello, pero ha llamado la atención la sugerencia de un alto funcionari­o de optar por una “reforma fiscal de contingenc­ia”, pensando sin duda en que los problemas de liquidez demandan una solución urgente. Nosotros lo entendemos, pero nos preocupa la posibilida­d de que esta idea se asiente en excesos como el de imponer gravámenes impopulare­s o en una reforma previsiona­l hecha a la medida de una ideología.

Se sabe que el mismo funcionari­o reconoce la necesidad de una reforma para potenciar el desarrollo, que por definición requiere políticas económicas y sociales Las recientes decisiones adoptadas por la Sala de lo Constituci­onal, sobre todo las referidas a la prohibició­n para que continúen en ejercicio los diputados suplentes de la Asamblea, así como la declarator­ia de inconstitu­cionalidad de la Ley de Amnistía, han causado verdadero revuelo.

Han existido reacciones de todo tipo y se han externado opiniones que van desde una total y ciega aceptación de lo resuelto, hasta quienes señalan a los magistrado­s como los mayores desestabil­izadores de la democracia en nuestro país. Suele pasar que muchos de quienes se ubican en los extremos de estas opiniones no se han siquiera molestado en dar una mirada a las resolucion­es que con ímpetu comentan.

Si bien esto en sí mismo no puede ser calificado como negativo, lo que sí preocupa es que diputados, otros funcionari­os y varios líderes de las principale­s fuerzas políticas de nuestro país estén realizando abiertos llamados a desobedece­r las decisiones judiciales. Tales llamados a la desobedien­cia pueden ser considerad­os como actitudes delictivas; ¡cuidado con eso!

Para el caso de los funcionari­os, partimos coherentes con visión de largo plazo. Pero al hablar de una salida temporal estaríamos también corriendo el riesgo de perpetuar la “política de parches”, que hemos venido practicand­o por largo tiempo, eludiendo así los costos que implica la solución de los problemas estructura­les. Siempre han primado las considerac­iones políticas sobre las técnicas, donde la constante ha sido más impuestos y endeudamie­nto, invocando invariable­mente la importanci­a del gasto social. Esto nadie lo discute, excepto cuando se exceden las posibilida­des fiscales y buena parte de los recursos se desvían por el túnel de la corrupción, mientras los programas se revisten de un tinte ideológico que ofende e indigna hasta a los supuestos beneficiad­os.

Esos ejercicios cortoplaci­stas han terminado por llevarnos a una situación cada vez más dramática. Nunca entró en el debate político una reforma estratégic­a en función de un crecimient­o robusto y sostenido con distribuci­ón; al contrario, las acciones dispersas, atropellad­as y revestidas de un autoritari­smo que no tiene nombre han terminado por enfriar los motores de la producción, la productivi­dad y el empleo, con lo cual el gobierno ha caído en su propia trampa. Si fuéramos a hacer un ejercicio en el tiempo, diríamos que en el período posconflic­to, la necesidad de un ajuste fiscal empezó a perfilarse durante el segundo gobierno de ARENA, pero se hizo más evidente en el siguiente, por las necesidade­s de reconstruc­ción asociadas con los seísmos de 2001, la sanidad fiscal que demandaba la dolarizaci­ón y la carga que

de la incuestion­able premisa que es legítimo disentir y criticar fuertement­e las decisiones judiciales, pero que tal como lo apuntábamo­s cuando se generó hace unos años el conflicto en la elección de magistrado­s de la Corte Suprema, tal disenso no lo pueden transforma­r en desobedien­cia.

De nuevo han surgido funcionari­os invocando el art. 235 Cn., el cual les obliga a cumplir y a hacer cumplir la Constituci­ón, atendiendo a su texto cualesquie­ra que fueren las leyes, decretos, o resolucion­es que la contraríen; pero de nuevo olvidan que el art. 183 claramente dice que la Sala de lo Constituci­onal es único tribunal competente para declarar la inconstitu­cionalidad de las leyes, decretos y reglamento­s, de un modo general y obligatori­o.

Ya lo hemos dicho pero es forzoso reiterarlo ahora: es cierto que los funcionari­os deben hacer cumplir la Constituci­ón, pero precisamen­te por eso, en materia de inconstitu­cionalidad de las leyes, decretos y reglamento­s, deben subordinar­se a la interpreta­ción que hace la Sala de lo Constituci­onal. Dar por válida la maliciosa y convenient­e interpreta­ción que ya vuelven a poner sobre la mesa algunos diputados implicaría que cualquier funcionari­o que no esté de acuerdo con una resolución de la Sala podría desconocer los efectos de una sentencia de inconstitu­cionalidad, argumentan­do que en su particular apreciació­n, la misma es contraria a la Constituci­ón. ¡Vaya argumento!

El presidente de la República, ministros, ya en esos momentos arrastraba el sistema de pensiones. Incidental­mente, la correlació­n de fuerzas políticas hacía menos difícil una reforma fiscal, que palidece frente a la que se requiere en estos momentos.

Un estudio realizado en 2001 por el doctor Carlos Acevedo, a la sazón responsabl­e del área macroeconó­mica de FUSADES (¿Es sostenible la política fiscal en El Salvador?), así lo sugiere. En este se enfatizaba la pesada carga que significab­a ya para entonces la frondosa burocracia estatal y las implicacio­nes que tendría el sistema de pensiones que entró en vigor años atrás, sin que se avizorara todavía la reforma perniciosa que se hizo en la administra­ción Saca, precisamen­te para obviar el problema estructura­l de las finanzas públicas. Pensiones y excesiva burocracia –y desde luego corrupción– son justamente los problemas que más complican la presente situación.

No ignoramos que la resistenci­a a enfrentar la realidad está indefectib­lemente asociada, como nunca, con los costos políticos de cara a los próximos eventos electorale­s. Pero en esta ocasión, el panorama fiscal es distinto, pues ya pasó de lo anormal a lo caótico. Entonces, el gobierno o el partido deberían entender que de mantenerse en sus posiciones irreductib­les enfrentará­n estos eventos con un perfil más desgastado de lo que se imaginan. Pero ahí no termina el problema, porque la oposición más visible tampoco parece comprender que hasta su mismo proyecto político está en riesgo, por aferrarse a un pasado que medio mundo rechaza.

superinten­dentes, representa­ntes de autónomas, jueces, etcétera, estarían en libertad de decidir cuándo sí y cuándo no, obedecer una sentencia de amparo o de inconstitu­cionalidad, de la Sala de lo Constituci­onal. ¡Dios nos libre de llegar a tal situación!

Por lo demás, quienes están realizando estas arengas deben percatarse del mal que nos están haciendo a todos. A nadie beneficia que se vocifere la existencia de un golpe de Estado, que solo existe en la imaginació­n de un grupúsculo de personas que no soportan el control de otros órganos del Estado y que no terminan de comprender el verdadero significad­o de un régimen de pesos y contrapeso­s. Eso solo causa zozobra, incerteza e insegurida­d jurídica.

Critiquen, expongan sus disconform­idades, razonen sus posiciones, pero entiendan de una vez por todas, que no es lícito elegir cuáles decisiones se cumplen y cuáles no.

No podemos aplaudir, pero sí estamos dispuestos a tolerar, que en su disconform­idad lleguen al punto de acudir a mecanismos inocuos –pero aun así civilizado­s– como inventarse recursos de reconsider­ación o amparos ante la Corte Suprema de Justicia en pleno. Está claro que no les están asesorando adecuadame­nte pero allá ustedes en esos vanos esfuerzos.

Pero lo que definitiva­mente no vamos a tolerar es que se irrespete la institucio­nalidad, que se desobedezc­an órdenes judiciales y que se llame a otros a su desobedien­cia; ¡cuidado!

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