¿DÓNDE ESTAMOS Y PARA DÓNDE VAMOS? ANTES Y AHORA
La crisis política que venimos sufriendo al menos de los últimos cinco años y que se expresó claramente en la última elección de diputados hace tres años se ha profundizado con el gobierno del presidente Bukele; el actual gobierno ha agudizado la polarización política, herencia del militarismo, a un nivel solo comparable con la de finales de los setenta que abrió las puertas a la guerra civil; la agresiva retórica presidencial y su gobernanza unilateral tiende a dividir el país en dos bandos irreconciliables: “Nosotros” (los que lo apoyan o adulan) y “Ellos” (los que lo critican), que cierran las puertas a las indispensables concertaciones, propias de la gobernanza democrática y que reproduce la clásica denominación de “amigos vs. enemigos”, desarrollada por el teórico del Nazismo Carl Schmitt, y que caracteriza a los regímenes autoritarios y dictatoriales sean estos de derecha o de izquierda.
La crisis adquiere un giro más profundo al descubrirse el real sentido de su implementación, se trata de la aspiración del presidente de la República de controlar ya no solo el Órgano Ejecutivo, sino también los otros dos Órganos Fundamentales del Gobierno y para lograrlo lo primero es conseguir una mayoría en el Legislativo el próximo 28 de febrero, que le permita una Asamblea Legislativa fiel a sus designios y le garantice suficientes votos para que elija en los puestos claves funcionarios a su servicio. En otras palabras, esta elección es vista por el gobierno como el instrumento para agenciarse el control del Estado, tal y como lo fue durante los 60 años de gobiernos militares, cuando la Presidencia controlaba la Asamblea Legislativa, la Corte Suprema de Justicia, la Corte de Cuentas, el fiscal general y el procurador y hasta la década de los setenta al aparato electoral.
El proyecto del presidente de la República está en clara contradicción con lo que nuestra Constitución establece en el artículo 86: “Los Órganos del Gobierno los ejercerán independientemente dentro de las respectivas atribuciones” y lo reitera en el párrafo final del artículo, el 87: “Las atribuciones y competencias que corresponden a los órganos fundamentales establecidos por esta
Constitución, no podrán ser ejercidos en ningún caso por una misma persona o por una sola institución”. Sin embargo, el presidente Bukele en uno de sus tuits afirmaba todo lo contrario: “la función de la Asamblea es apretar el botón aprobando lo que el presidente les manda”...
Debido a que el presidente Bukele considera la Constitución y leyes secundarias como obstáculos para ejercer su poder, se ve obligado a llevar la crisis política hasta las estructuras de la institucionalidad democrática, es decir, a crear una crisis constitucional.
En el periodo de dominación militar, las recurrentes crisis del sistema político tendían a resolverse mediante el golpe de Estado; los conflictos eran entre grupos de militares y los otros dos Órganos Fundamentales del Gobierno no tenían vela en el entierro. Hoy, ese perverso camino enfrenta cada vez más serias dificultades tanto a nivel nacional como internacional y siempre terminó siendo útil para cambiar algunos rostros tanto de militares como de civiles en el gobierno, sin tocar su raíz autoritaria; el contexto actual es diferente, pues tenemos ya 30 años de elecciones básicamente libres y confiables, el sistema de partidos, a pesar de su crisis, es más sólido que el anterior, la separación de los militares del gobierno aún funciona y la institucionalidad democrática ha logrado un mayor desarrollo.
Las próximas elecciones van a definir no solo quienes serán diputados, sino y esto es lo más serio, definirán el rumbo de la crisis política; pues al elevarla al nivel institucional, como lo está haciendo el presidente Bukele, será el momento crucial que definirá si lo que hemos logrado de institucionalidad democrática en la posguerra se mantiene y se puede seguir desarrollando o si el autoritarismo antidemocrático se consolida e institucionaliza; por ello es necesario decirlo claramente, en esta elección lo que nos estamos jugando es la democracia; en ellas vamos a decidir si se institucionaliza un régimen no democrático o si mantendremos la posibilidad de tomar la democracia en serio.
Esta elección es vista por el gobierno como el instrumento para agenciarse el control del Estado.