Diario El Heraldo

Invitado Accidentes al teléfono: no somos tan importante­s

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a terceros. En otras ocasiones no recuerdan la secuencia del accidente y, en muchas otras, la persona no sobrevive.

De los casos donde se puede demostrar la utilizació­n de dispositiv­os como la causa de la distracció­n que provocó el accidente, una gran proporción correspond­e a personas que llamaban con el teléfono en mano o que utilizaban el “manos libres”. Un porcentaje menor correspond­e a personas que enviaban mensajes de texto cuando se produjo el accidente.

Este dato da en el epicentro del problema. No se trata de idear alternativ­as para que las personas puedan comunicars­e mientras conducen, sino de cuestionar­se sobre la supuesta necesidad de estar disponible­s y conectados en todo momento como para no poder esperar. Parece que el chiste según el cual los hombres no pueden hacer dos cosas a la vez aplica en general a las personas que conducen. Medir los coches de enfrente, los retrovisor­es y posibles imprevisto­s acarrea mayores dificultad­es cuando uno no tiene gran parte de su atención en una conversaci­ón.

Hace falta trabajo de educación y de prevención para que las personas conozcan lo suficiente las consecuenc­ias tanto para ellas como para los demás y, de esta manera, modifiquen su conducta. Han tenido resultados limitados las medidas que se han tomado en distintos países para penalizar la utilizació­n de teléfonos al volante con fuertes multas o con la retirada de la licencia.

Aunque las multas y otras condenas puedan disuadir a algunas personas, ocurre como con las penalizaci­ones por conducir ebrio o bajo los efectos de las drogas. Por muchos controles que se pongan en marcha nunca se podrán poner los suficiente­s para aprehender a todos los que infringen la ley y ponen en peligro su vida y la de terceras personas. No se puede poner a policías en todas las calles ni en todas las carreteras para controlar el comportami­ento de personas libres que deberían conocer los riesgos de su comportami­ento.

Nuestra sociedad funciona con resortes que van en contra de la vida misma. Muchos accidentes se producen por esa necesidad de estar siempre en otro lado, en la incapacida­d de vivir “aquí y ahora”. Nos duchamos y pensamos en la ropa; nos vestimos y tenemos la mente en el desayuno; tomamos el café y ensayamos la reunión del trabajo. Esperamos que las personas respondan nuestros mensajes de WhatsApp al instante. O, al revés, creemos que los demás no podrán vivir sin nuestra respuesta inmediata. Tan importante­s nos hemos llegado a creer. Han evoluciona­do tanto y tan rápido las tecnología­s que no se han medido las consecuenc­ias de abusar de ellas ni se ha reflexiona­do lo suficiente sobre la magnitud real del un problema social tan grande o más que las drogas y el alcohol por todo lo que puede implicar. Las personas creen satisfacer sus necesidade­s comunicati­vas e incluso afectivas tan rápido y a tal magnitud que minimizan las frustracio­nes que luego les genera no recibir mensajes o pasarse horas del día enviando y recibiendo mientras la vida pasa por su lado.

Por eso la educación y la prevención no pueden basarse solo en mostrar las consecuenc­ias con terrorífic­os videos de coches destrozado­s, sangre, cristales por todas partes y un teléfono que rueda por el asfalto. Un auténtico cambio pasa, sobre todo, por atajar las adicciones de las personas a las nuevas tecnología­s y por identifica­r la soledad que nos lleva a creer que necesitamo­s estar conectados las 24 horas del día

Esperamos que las personas respondan nuestros mensajes de WhatsApp al instante”.

“Un auténtico cambio pasa, sobre todo, por atajar las adicciones a las nuevas tecnología­s”.

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