Efecto búmeran
Recientemente los noticiarios anunciaron desde Brasil el sorpresivo triunfo en elecciones presidenciales de primera vuelta de un candidato poco conocido llamado Jair Messias Bolsonaro.
El político de ultraderecha se alzó con una victoria holgada ante Fernando Haddad del Partido de los Trabajadores (PT) brasileiro (sustituto in extremis del reo Lula Da Silva). Lamentos de distinta procedencia empezaron a leerse en redes sociales por esa radical decisión del pueblo del gran país del sur de América, que se volcaba a apoyar a un tipo políticamente incorrecto: “machista”, “misógino”, “homofóbico”, “racista” son apenas parte de los epítetos más comunes con los que se le denomina, al punto que no pocos -olvidando las delicadezas del lenguaje- acusaron al “soberano brasileño” de haber enloquecido.
Días después, un profesor de filosofía (Gustavo Bertoche Guimaraes) compartió en redes sociales un texto (ampliamente difundido por medios electrónicos) en el que responsabilizaba a “la incapacidad de hacer la necesaria autocrítica” desde la izquierda y a “la negativa de conversar con el otro lado” de ese vuelco masivo en favor de un candidato presidencial que representa una “pesadilla” para la promoción de valores democráticos como la tolerancia, la igualdad y el respeto al otro.
“El voto a Bolsonaro -escribióno nos engañemos… fue el voto antisistema, fue el voto anticorrupción… tuvo los votos que tuvo porque evitamos, a toda costa, mirar nuestros errores y cambiar la forma de hacer política… por haber preferido el poder a la virtud…”. Sus líneas incluyen más reflexiones y sugerencias a la izquierda de su país, pero bien sirve a otros idearios: “No culpen a la gente de nuesantiguo tros propios errores”, pues solo responde a la incomprensión de sus necesidades como pueblo y a nuestra falta de prácticas democráticas.
Ninguna reacción colectiva como la brasileña -que apenas un par de lustros antes votó en masa a favor del PT y Lula- puede explicarse si no es por el hartazgo de la población con retóricas salvavidas vacías, plagadas de estadísticas imposibles y burbujas de felicidad inexistentes. Como bumerán, las acciones de una élite política incapaz ya de “conectar” con la gente provocaron una reacción newtoniana que quizás se confirme en sus pronósticos este 28 de octubre.
Nosotros ya hemos vivido este cansancio en las últimas jornadas electorales: el sistema bipartidista más del continente se ha enfrentado a Salvador Nasralla, versión local de la ola de disconformidad que ya definió ocupante en la casa de gobierno en Estados Unidos (Donald Trump), Italia (Giuseppe Conte) y alcaldesa en Madrid (Manuela Carmena); también ha permitido avanzar entre el electorado serbio a un comediante y estudiante de comunicación (Luka Maksimovic) y tiene punteando en la carrera presidencial salvadoreña a un outsider (Nayib Bukele).
La voz del votante, implacable e insumiso, responde así a la indolente e insuficiente respuesta histórica a sus necesidades básicas, a la corrupción de sus autores. Rauda, cual bumerán, les pega, hostiga y atonta. Justicia terrena, voz del Pueblo, voz de Dios
El voto a Bolsonaro (...) fue el voto antisistema, fue el voto anticorrupción… tuvo los votos que tuvo porque evitamos, a toda costa, mirar nuestros errores y cambiar la forma de hacer política”.