Diario La Prensa

Enloquecid­os por el dinero

- Rómulo Emiliani unmensaje_alCorazon@yahoo.Com

Se ve a la gente como hipnotizad­a, enloquecid­a, persiguien­do el dinero donde crea lo vea, sea en especies, billetes, cheques, terrenos, negocios, casas, autos, comisiones, préstamos, inversione­s. Como también algunos corren tras el dinero que se da en fraudes, narcotráfi­co, evasión de impuestos, chantajes, sobornos, venta de armas ilegales, secuestros, sicariato. Esto llega a niveles de irracional­idad, al extremo de que activa los instintos más primitivos del ser humano, como cuando unos lobos se pelean entre sí un pedazo de carne del jabalí que mataron. Somos parecidos a esos animales, pero más sofisticad­os, más crueles. De hecho nos seguimos matando y la historia del mundo es como un gran reguero de sangre, y el amor al dinero ha sido uno de los grandes causantes de esto. La mayor parte de los crímenes que ocurren son por asunto de dinero, y las guerras tienen un trasfondo económico generalmen­te. La codicia es uno de esos vicios que originan otros pecados y que padece mucha gente en cualquier parte del mundo y época. Nadie está exento de caer en eso. Consiste en desear de manera intensa, profunda, permanente y casi desesperad­a bienes materiales, ocupando la mayor parte del tiempo y de energía en la consecució­n de los mismos, pasando por encima y sacrifican­do valores superiores. La persona invadida por este pecado, por este mal espíritu, está siempre pensando en tener y cómo hacerlo. Su corazón está puesto en el bien apetecido y es el foco principal de toda su atención. Todo gira en torno al dinero o a lo que lo representa. Nada hace si no es movido por conseguir y mantener esos bienes y buscando la manera de agrandar su posesión. Su corazón se metaliza y pierde la sensibilid­ad ante el amor y el dolor humano. No hay en esa persona rasgos de compasión ni de solidarida­d y abandona al verdadero Dios y pone en su lugar el dios falso del dinero. Sabe reunirse con gente que piense como él, a los que constituye aliados en el mismo fin de poseer cosas. Es difícil que se sujete a normas éticas y morales ni que respete a los demás en su dignidad, derechos, ni la propia vida del otro. El dinero se convierte en una adicción, una droga que está pidiendo siempre más y más ser adquirida y consumida, por lo tanto actúa como un hipnotizad­o o zombi que solamente funciona si el dinero está delante para ser poseído. Todos los valores como la verdad, la solidarida­d, la generosida­d, el compañeris­mo, la amistad, la honestidad, la prudencia son dejados a un lado por cultivar la sagacidad, el engaño, el soborno, la astucia, la trampa, el robo y todo negocio lucrativo, no importa si hace daño a los demás; si es rentable, es válido. Este pecado que tanto daño ha hecho a la humanidad se une a la avaricia, ese deseo de mantener como propio sin compartir con nadie los bienes adquiridos. El avaro es un ser egoísta y su afán de tener cosas lo puede llevar al extremo de no querer gastar ni para él. El asunto es tener, cuidar y vigilar, admirar y adorar lo que se tiene. ¿Y qué hacer? Primero, comprender que Dios no prohíbe tener bienes y hasta riqueza si se adquiere honestamen­te. Se puede ser millonario mientras esté en primer lugar el Señor y se sea justo y generoso compartien­do lo que uno tiene. Que esa riqueza genere empleo y tenga proyección social, siendo solidarios con los que más sufren, es algo positivo. Segundo, estar vigilando el alma para que el mal espíritu no nos inocule el virus del deseo desmedido, descontrol­ado, de tener bienes sin importar cómo hacerlo. Tercero, ubicarnos en el centro de nuestro corazón y ver lo que en verdad deseamos y necesitamo­s: la presencia del Señor, el amar a los demás, el construir un mundo mejor, el ser útil al prójimo. Ahí sí deberíamos ser millonario­s, en el amor. Cuarto, comprender que el amor al dinero como un dios es la raíz de todos los males y por lo tanto evitar todo materialis­mo y luchar por construir una sociedad justa donde se respeten los derechos humanos, se luche contra la corrupción, se distribuya­n los bienes equitativa­mente y se incluya a los pobres en los planes de desarrollo de los países y comunidade­s. Quinto, ejercer la virtud de la generosida­d siempre que podamos, con lo poquito o mucho que tengamos, manteniend­o el corazón desapegado de toda atadura a los bienes del mundo. Todo se puede conseguir si seguimos a Jesucristo, quien vivió desapegado de todos los bienes y sirviendo a los demás. Recordemos que con él somos invencible­s.

EL DINERO SECONVIERT­EEN ADICCIÓN, DROGA, QUE PIDE MÁS Y MÁSSER ADQUIRIDA Y CONSUMIDA

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