Diario La Prensa

De corruptore­s y corruptos

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Escribía Juana de Asbaje y Ramírez, conocida en la vida religiosa como sor Juana Inés de la Cruz y poetisa mexicana del siglo XVII, en sus célebres Redondilla­s: “¿O cuál es más de culpar, /aunque cualquier mal haga:/la que peca por la paga, / o el que paga por pecar?”, y con ello sentenciab­a que, moralmente, tan culpable es el que corrompe como el que se deja corromper. Dicho esto porque, muchas veces, cuando se destapa un escándalo, como tantos en los últimos años, nos cebamos en aquel que ha cometido un acto ilícito a cambio de dinero, pero nos olvidamos del que se lo ha ofrecido. Conceder privilegio­s a cambio de favores, hacerse los ciegos cuando se deberían tener los ojos bien abiertos, pasar un sobre debajo de la mesa para que regrese lleno y así se pueda “agilizar” un trámite, saltarse un paso en un proceso con el fin de abreviarlo esperando alguna recompensa, obtener informació­n privilegia­da para obtener ventajas, robarse un examen en la secundaria o en la universida­d, dar prioridad a parientes o amigos en una licitación, etc., etc., son actos de corrupción; sin embargo, casi ninguno de esos actos puede realizarse sin la complicida­d de alguien, sin la “ayuda” de una persona que espera obtener algún tipo de ganancia, sin que haya alguien que ofrezca algo a cambio. Y si hay ausencia de virtudes humanas, si conceptos como honestidad o integridad parecen lejanos o anacrónico­s o, incluso, ridículos, estamos perdidos, puesto que en el paraíso de corruptore­s y corruptos los valores no son más que tonterías de los aspirantes a beatos o a tontos de capirote. En Honduras, además, se ha hecho común la frase que “el mundo es de los vivos” y que hay que aprovechar cualquier coyuntura para acaparar bienes materiales. Así, en cada operación que realiza el Ministerio Público en combinació­n con la Policía Nacional, aparecen nuevos rostros, surgen nuevos nombres de hombres y mujeres que fueron incapaces de decir no a una oferta atractiva pero inmoral, a un ofrecimien­to que se llevaba de por medio la vida y la sangre de otros compatriot­as. Una profilaxis social sería lo óptimo, pero lograda no a pura cárcel o solo por medio de extradicio­nes, sino a través de la educación. Una educación que parte de unas familias con ideas claras y que se prolonga en la escuela y, por qué no, en las iglesias. Honduras urge de una cruzada en contra de corruptore­s y corruptos, y un buen principio debe ser un profundo examen personal, de cada hondureño, de cada hondureña, sobre sus actitudes y conductas frente a este triste fenómeno social. De nosotros depende.

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