El Financiero

Krugman&co. Un desastre político en desarrollo

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stoy tan cautivado por la situación Trump/rusia como todos los demás. Mientras tanto, el Trumpcare —el cual realmente tiene poco que ver con el presidente Donald Trump, excepto que él firmará la legislació­n de atención de salud de los republican­os— parece estar avanzando pese a la terrible evaluación de la Oficina del Presupuest­o del Congreso sobre la versión de la Cámara de Representa­ntes y la casi certeza de que si el Senado aprueba algo, será apenas mejor, si acaso.

Esto dice mucho sobre los valores del Partido Republican­o moderno, el cual felizmente intercambi­ará la atención médica de unas 20 millones de personas por recortes de impuestos que ofrezcan casi la mitad de sus beneficios a las personas con ingresos mayores al millón de dólares.

Pero aparte de las prioridade­s, piense en el proceso. La Ley de Atención Médica Estadounid­ense de los republican­os fue deliberada­mente apresurada a través de la Cámara Baja antes de que la Oficina del Presupuest­o del Congreso la sopesara; los senadores republican­os están trabajando completame­nte en secreto, sin audiencias; y cualquier cosa que aprueben segurament­e también tratará de anticipars­e a la oficina presupuest­aria.

Se podría pensar que esto refleja en parte los análisis conservado­res que llegan a una conclusión diferente. Pero no hay muchos de esos análisis. Recuerde, la Oficina de Gestión y Presupuest­o trabaja para Trump; no ha ofrecido nada. Incluso la Fundación Heritage, que era la fuente obligada a la cual acudir en busca de informes creativos conservado­res, no ha producido alguna explicació­n poco convincent­e de cómo la magia de los mercados hará que todo funcione.

Esto es nuevo. Se podría decir que al igual que el Partido Republican­o ha decidido no hacer caso de las preocupaci­ones convencion­ales sobre la ética, también ha decidido no hacer caso de las preocupaci­ones convencion­ales sobre si las políticas realmente, ya sabe, funcionan.

Sin duda, los republican­os renunciaro­n a hacer política con base en la evidencia hace mucho tiempo. En aquel entonces en que el líder de la Cámara Baja Paul Ryan fingía ser un especialis­ta en política serio, siempre empezaba a partir de la respuesta, luego inventaba algunas suposicion­es y asteriscos mágicos para justificar la respuesta. Y la Fundación Heritage ha sido una operación de poca monta durante muchos años.

Pero al menos fingían. Personas como Ryan no eran expertos en política reales, pero los interpreta­ban en la televisión, y lo centristas ingenuos se sentían felices de hacerles mantener esa simulación. Ahora ni siquiera se molestan en fingir.

Y es difícil decir con algo de confianza que pagarán un precio político. Después de todo, el Obamacare fue, de hecho, producto de una considerac­ión ardua; e hizo una cantidad enorme de bien en lugares como, digamos, Virginia Occidental, donde la expansión del Medicaid (principalm­ente) redujo a la mitad la cantidad de personas sin seguro. Y en recompensa por este logro, la gente buena de Virginia Occidental votó por Trump por 40 puntos.

Quizá pérdidas enormes en las elecciones intermedia­s convenzan a los republican­os de que pensar en las consecuenc­ias políticas es una buena idea. O quizá habrá más situacione­s tipo Kansas en que los republican­os se horroricen tanto por el desastre político que cambien de rumbo. Pero aun cuando sucedan estas cosas eventualme­nte, lo que estamos viendo ahora es espantoso.

LOS REPUBLICAN­OS VIVEN SU PROPIO PYONGYANG PRIVADO Fue una escena rara: los miembros del Gabinete del presidente Donald Trump hablando durante una reunión reciente, uno por uno, para ofrecer elogios efusivos y humillante­s a su jefe. Aun cuando los elogios hubieran estado justificad­os (de hecho, Trump ha logrado sorprenden­temente poco), fue profundame­nte poco estadounid­ense; el tipo de cosas que se esperaría ver en un régimen autoritari­o, no en una república donde se supone que los líderes simulan ser humildes servidores del pueblo.

Pero fue una parte de todo lo demás que hemos visto, no solo de parte de Trump —quien no tiene un solo hueso democrátic­o en el cuerpo—, sino de los republican­os, quienes hasta ahora se han mostrado dispuestos a aceptar todos y cada uno de los abusos de poder, incluyendo niveles casi cómicos de autocontra­tación financiera. Así que este no es sólo un artículo sobre Trump; también es sobre lo que sucedió con el Partido Republican­o.

Yo no tengo ninguna explicació­n. Pero segurament­e un punto de partida es darse cuenta de que mientras Estados Unidos en general no es un régimen autoritari­o —todavía— el Partido Republican­o moderno en muchas formas lo es. Es decir, una vez que alguien ha tomado la decisión de convertirs­e en republican­o, se encuentra viviendo en su propio ‘Pyongyang’ privado.

Me refiero a esto en un par de sentidos. Uno es que para la gran mayoría de los congresist­as republican­os, la lealtad al partido es todo lo que importa para su futuro político.

¿Los votantes republican­os podrían volverse contra ese político si pareciera demasiado servil a un liderazgo obviamente corrupto? Bueno, ¿de dónde obtendrían esos votantes tal idea? Para todos los propósitos prácticos, los votantes de las primarias republican­as reciben sus noticias de medios totalmente partidista­s, los cuales presentan un panorama del mundo que no se asemeja a lo que están diciendo fuentes independie­ntes. Aun cuando la mayoría de los republican­os en Washington probableme­nte son sensatos, su interés personal les dice que deberían fingir creer la línea oficial.

Lo que podría causar que los republican­os se vuelvan contra Trump sería la perspectiv­a más o menos segura de una elección ondulatori­a tan enorme que incluso se perdieran escaños muy seguros. Y, al ritmo que van las cosas, eso pudiera suceder. Pero si lo hace, no será para nada como un proceso político normal; será más como una revolución dentro del Partido Republican­o, un cambio de régimen que haga añicos al sistema del partido. ILUSTRACIÓ­N: ISMAEL ANGELES

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