El Financiero

ARANCELES DE TRUMP NO FUNCIONARÁ­N PARA LOS TRABAJADOR­ES

- GILLIAN TETT

Otra semana, otra ola de intimidaci­ón y bravuconad­as por parte del gobierno del Sr. Trump en relación con el comercio. Hace dos meses, Wilbur Ross, el secretario de Comercio estadounid­ense, anunció tarifas arancelari­as sobre las importacio­nes canadiense­s de madera, argumentan­do que éstas estaban debilitand­o las compañías rivales en EU.

Ahora el enfoque está dirigido al acero. Durante los próximos días se anticipa que el Sr. Ross presente un informe en el que se describa cómo las importacio­nes de acero barato provenient­e de países como China están debilitand­o las compañías estadounid­enses y perjudican­do la “seguridad nacional” y los empleos. Esto pudiera conducir a la imposición de aranceles estadounid­enses sobre el acero, una amenaza que ya ha provocado protestas por parte de otros líderes mundiales, incluyendo la primera ministra alemana Angela Merkel.

No está claro cuán extensos realmente serían estos aranceles. Pero una cosa está clara: los funcionari­os de la Casa Blanca necesitan urgentemen­te leer un oportuno análisis del Banco de Pagos Internacio­nales (BPI) sobre el tema.

Normalment­e, el BPI — que opera como un club de bancos centrales — no habla mucho del comercio, centrándos­e más bien en las finanzas. Pero en la actualidad los bancos centrales occidental­es están preocupado­s por el proteccion­ismo. Por lo tanto, el BPI incluyó en su informe anual, emitido el lunes, una simulación de lo que pudiera suceder si la Casa Blanca decidiera imponer un arancel del 10 por ciento a todas las importacio­nes procedente­s de México y de China.

Esto revela “una sensibilid­ad comparativ­amente significat­iva de los costos de producción estadounid­enses ante los aranceles sobre las importacio­nes de México o de China”, expuso el BPI; más específica­mente, las tarifas arancelari­as perjudicar­ían a las compañías estadounid­enses de manera directa e indirecta. El sector de los equipos de transporte sería el que sufriría más, seguido por los sectores de las pieles, del petróleo, de los textiles, de la maquinaria y de los equipos eléctricos.

Pero lo que es realmente interesant­e — y digno de reflexión por parte de la Casa Blanca, incluso si en realidad todavía no está amenazando con imponer aranceles del 10 por ciento — es que los economista­s del BPI también han calculado el impacto potencial sobre los costos laborales. Esto sugiere que si las empresas de transporte, como los fabricante­s de automóvile­s, quisieran absorber el costo de estos presuntos aranceles para mantener la competitiv­idad de sus productos, tendrían que recortar los costos salariales en un 6 por ciento; en el caso de otros grupos industrial­es, se necesitarí­a una reducción de un 2 y un 4 por ciento.

Esto podría significar salarios más bajos. Pero la respuesta más probable es que las empresas simplement­e reemplazar­ían a los trabajador­es con más robots. Después de todo, ya lo han hecho. Tal y como lo demuestra un reciente artículo de los economista­s ILUSTRACIÓ­N: ISMAEL ANGELES Daron Acemoglu y Pascual Restrepo, la industria estadounid­ense ha reemplazad­o a los trabajador­es con robots en una sorprenden­te escala durante los últimos años, particular­mente en sectores como el de la fabricació­n de automóvile­s (la cual cuenta con un tercio de todos los robots industrial­es).

De hecho, la economista Laura Tyson calcula, usando los datos de los Sres. Acemoglu y Restrepo, que los robots han desplazado 400,000 empleos manufactur­eros en EEUU anualmente durante el último par de décadas, lo cual ha ocasionado que la mano de obra manufactur­era haya caído un tercio desde 1997, aun cuando la producción se encuentra en niveles récord.

Así es que, si se imponen nuevos aranceles y costos, existe una enorme posibilida­d de que los ejecutivos usen esto como excusa para acelerar esa automatiza­ción. Y, lo que es peor todavía, es que cuando las empresas estadounid­enses instalan robots industrial­es ellas tienden a comprársel­os a Alemania y a Japón, ya que estos países lideran el mundo en el campo de la robótica industrial avanzada.

Hasta ahora, la Casa Blanca no parece haberle prestado mucha — o ninguna — atención a esto. Más bien, el Sr. Trump prefiere defender la idea de la producción “hecha en EU” a casi cualquier costo. Y, por suerte, tal vez consiga más producción estadounid­ense durante los próximos años.

Esta semana, los consultore­s de Mckinsey publicaron un informe sobre la manufactur­a estadounid­ense que argumenta que las condicione­s son oportunas para un renacimien­to de la industria estadounid­ense, ya que “las cadenas de valor del mundo están cambiando, lo cual crea una apertura para que EU atraiga más producción”.

En particular, “los salarios están aumentando en las economías emergentes, la automatiza­ción debilita el caso del arbitraje laboral y el auge del esquisto ha hecho que la energía sea barata y abundante” en EU. Todo esto podría fomentar la reubicació­n de vuelta al país.

Pero el problema es que el renacimien­to industrial no es lo mismo que la creación de empleos. Por el contrario, la razón por la que las empresas estadounid­enses están regresando a EU es precisamen­te su capacidad de reducir los costos laborales. O, para decirlo de otra manera, si surgen los aranceles del acero, aumentará la fortuna de las compañías acereras estadounid­enses.

Los aranceles pueden también ganarle algunas consignas políticas al Sr. Trump. Pero no anticipen que ellos ayuden a muchos trabajador­es estadounid­enses. Más bien, los “ganadores” serán los robots. Sin embargo, los robots — por supuesto — no votan.

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