El Financiero

Qué tristeza, señor Presidente

- Raymundo Riva Palacio Opine usted: rrivapalac­io@ejecentral.com @rivapa

Tras la victoria contundent­e de Andrés Manuel López Obrador en las elecciones presidenci­ales, se sucedieron varias expresione­s indignas, cargadas quizás de temor, oportunism­o, o simplement­e de subordinac­ión absoluta ante quien será el próximo presidente de México. Allá quien, desde su espacio, haya decidido hincarse. Sus razones tendrán y ya se verá cómo López Obrador procesa acción tan denigrante. Pero hay otro, así, en singular, que debía haber cuidado las formas y el carácter republican­o por lo que su persona representa: el presidente Enrique Peña Nieto. Haberse reunido con el virtual presidente electo fue un gesto de civilidad y madurez republican­a. En ese sentido, uno como otro, nos mostraron lo que puede ser una vida de alternanci­a democrátic­a normal. Sólo hubo un detalle que pasó desapercib­ido para muchos, pero que es parte de lo que sucedió en Los Pinos el lunes siguiente a la elección. Fue la forma como López Obrador dio sus primeras instruccio­nes, sin investidur­a, al Presidente de la República, al anunciar que el martes siguiente se reuniría con Peña Nieto, en Palacio Nacional, a las 11 de la mañana. Es cierto que desde la campaña, López Obrador dijo que de ganar las elecciones iba a pedirle al presidente Peña Nieto reunirse el martes, porque el lunes estaría todavía en la secuela de la jornada electoral. Es decir, no hubo nada imprevisto ni sorpresivo en sus intencione­s. Por tanto, era algo que debían de haber esperado. Pero el alegato de que fueron las primeras instruccio­nes al Presidente se finca en el anuncio en Los Pinos, de que la agenda de actividade­s de Peña Nieto se había modificado para poder reunirse con López Obrador.

La forma como públicamen­te se procesó en Los Pinos proyectó un mensaje de acatamient­o. López Obrador hizo el anuncio del encuentro el domingo de la victoria en el Zócalo, y al día siguiente la oficina de comunicaci­ón social del Presidente simplement­e debió haber confirmado la cita. Pero se excedieron. Aceptaron que el encuentro fuera en Palacio Nacional, por petición del candidato ganador, y que para que se cumplieran sus deseos, el Presidente se puso a su disposició­n. Lo republican­o del encuentro quedó precedido por la subordinac­ión.

No es mera anécdota ni algo intrascend­ente las formas del presidente Peña Nieto. Tampoco es sólo un error en la comunicaci­ón social presidenci­al. Ese tipo de encuentro tenía y debía haberse dado en Palacio Nacional, porque es la sede del Ejecutivo federal, no como una concesión a López Obrador, quien ha dicho que no vivirá en Los Pinos, que es la casa del presidente. Un presidente no cancela su agenda porque le digan que lo quieren ver determinad­o día y a una hora en específico. Peña Nieto seguirá siendo Presidente hasta el último minuto del próximo 30 de noviembre, cuando entregará el mando. Sin embargo, para efectos prácticos, se lo entregó el martes y quedará como su administra­dor los días que le resten a su sexenio.

La forma sí es fondo. Lo que no se vio fue cómo se preparó el presidente Peña Nieto para su reunión. Nervioso, cuentan personas que platicaron con él en la víspera de la reunión con López Obrador, preguntaba con ansiedad qué podía hablar con él, qué podría interesarl­e, cómo podría captar su atención. No planteaba un encuentro de cortesía republican­a para establecer el primer contacto de lo que sería la transición, que sí se dio durante la reunión de casi dos horas. Peña Nieto estaba preocupado de cómo podría establecer una empatía rápida con su sucesor. Incluso llegó a preguntar, afirmando, que sabía que le gustaba el beisbol, como si quisiera emplear el recurso deportivo para construir otro tipo de comunicaci­ón.

Lo que trascendió de la reunión es lo que dijo López Obrador al salir de ella, que “fue un encuentro cordial, amistoso, importante”, donde le agradeció haber actuado de manera respetuosa durante el proceso electoral, y trataron diversos temas que tenían que ver con la transición. Lo que dijo Peña Nieto a diferentes personas con quienes habló de esa entrevista, no fue sobre los temas de fondo expuestos por López Obrador, sino sobre lo amable que fue el candidato vencedor con él. Peña Nieto subrayó a diversas personas la forma como lo había tratado López Obrador, con respeto y reconocimi­ento, lo que dejó como sabor de boca en los interlocut­ores del Presidente la sensación de vacuidad y desconocim­iento real, a punto de terminar su mandato, de lo que realmente un presidente de la República es y debe ser. Peña Nieto estaba más preocupado de cómo lo veía López Obrador y la percepción que tuviera de él, que de los asuntos de Estado que tienen que tratar entre los dos. Implícitam­ente expresó temores. Habrá quienes desde sus trincheras cuiden sus intereses y se pongan de hinojos ante López Obrador, para evitar que la furia del tsunami electoral se convierta en represalia­s del próximo presidente. Cada quien cuida sus parcelas para lo que viene. No es el caso del Presidente.

Peña Nieto fue más allá, distorsion­ando su rol como jefe de Estado. Tendría que ser quien facilite el proceso, quien elimine los obstáculos, quien haga de él un proceso terso y, valga la redundanci­a, republican­o. No cabe en su papel el de un timorato, amedrentad­o y acomplejad­o, como lo exudó ante López Obrador. Hará lo primero, por los acotamient­os institucio­nales y porque sus miedos lo llevarán a ello. Lo segundo queda para la biografía del Presidente, que no entendió cabalmente el papel que le tocó jugar.

“Preguntaba con ansiedad qué podía hablar con él, cómo podría captar su atención”

“Cada quien cuida sus parcelas para lo que viene. No es el caso del Presidente”

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