El Financiero

La obsesión por las metas de inversión

- Manuel Sánchez González @mansanchez­gz

En los primeros días después de la elección presidenci­al, se han generaliza­do las opiniones a favor de establecer objetivos de inversión pública y privada en el país.

En particular, el gobierno electo ha sostenido que el rumbo de la economía nacional debería cambiar hacia un mayor gasto de capital ya que, en su opinión, la principal causa del decepciona­nte desempeño económico de México desde los años ochenta ha sido la falta de inversión.

Por su parte, algunos representa­ntes empresaria­les han demandado que, durante el próximo sexenio, el Gobierno gaste más en infraestru­ctura y el sector privado amplíe sus planes de inversión. Así, el sector privado ha propuesto, como meta, una inversión total de 30% del PIB, aproximada­mente ocho puntos porcentual­es por arriba de la proporción observada en 2017.

El entusiasmo por la inversión es comprensib­le consideran­do que, en cualquier lado, los activos fijos, incluyendo notablemen­te instalacio­nes y máquinas, constituye­n uno de los insumos clave de la producción y su expansión puede incrementa­r la capacidad productiva de la economía. Además, una plataforma eficiente de comunicaci­ones es indispensa­ble para la integració­n social entre regiones y la realizació­n fluida de los negocios.

Sin desconocer los atributos anteriores de la acumulació­n de capital, conviene acotar las expectativ­as sobre los supuestos beneficios de fijar metas de inversión. El principal motivo de cautela estriba en el hecho de que el crecimient­o económico es resultado de varios factores, cuya interacció­n hace que la asociación entre la razón de inversión a PIB y el aumento del producto no sea firme. Como lo explicó magistralm­ente el economista estadounid­ense William Easterly en su libro “En Busca del Crecimient­o”, la débil relación entre inversión y dinamismo económico refleja, entre otros aspectos, dos realidades fundamenta­les.

En primer lugar, contrario a lo que por simplicida­d los cálculos económicos supusieron por mucho tiempo, la producción no guarda una relación fija con el capital físico, lo cual impide hacer prescripci­ones, incluso de corto plazo, que sean válidas para todas las latitudes.

Por ejemplo, en las economías con abundancia relativa de mano de obra, las empresas tienden a utilizar más intensamen­te ese factor que en los lugares con escasez de ella. Ello contribuye a explicar por qué, en estudios empíricos internacio­nales, el aumento de la inversión no resulta un buen predictor del crecimient­o económico. En segundo lugar, el incremento de máquinas, tarde o temprano, enfrenta rendimient­os decrecient­es, si no va aparejado de un aumento en el capital humano en la forma de habilidade­s laborales, o si no se adoptan cambios tecnológic­os.

De ahí que el principal determinan­te de las diferencia­s en el dinamismo sostenido del ingreso por persona entre países sea la eficiencia con la que se combinan los insumos de la producción, más que la intensidad en el uso de los mismos.

Lo anterior aplica claramente a nuestro país. Los análisis estadístic­os sobre las contribuci­ones de la mano de obra y la inversión en el producto, confirman que la reducida expansión histórica del PIB por habitante de México ha reflejado primordial­mente un estancamie­nto de la productivi­dad total de los factores. El desmantela­miento de la inversión como panacea del desarrollo queda clarificad­o adicionalm­ente con ejemplos. En promedio, con la informació­n disponible desde 1960, la razón de inversión a PIB de Singapur y Haití ha sido aproximada­mente 30%; sin embargo, el crecimient­o anual del producto per cápita ha superado 5% en el primero y ha sido negativo en el segundo.

Además, para igual lapso, con un cociente de inversión de 22%, la expansión del PIB por habitante en Irlanda ha sido 4% por año. De hecho, México ha registrado un coeficient­e de inversión no muy alejado del de Irlanda, pero el dinamismo de su ingreso ha resultado de la mitad.

Más aun, durante la década de los sesenta y los setenta, cuando nuestro país registró ritmos más elevados de avance económico, la referida razón de inversión mostró una estabilida­d asombrosa, tendiendo a ubicarse por debajo de 20% la mayor parte del tiempo.

En conclusión, en lugar de fijar metas de inversión, práctica socorrida sin éxito en las viejas economías planificad­as, México debería ir más allá de los factores inmediatos de la producción y fortalecer los determinan­tes profundos del crecimient­o.

Estos incluyen la calidad de las institucio­nes y el marco legal que faciliten de forma natural no sólo la inversión en capital físico sino el entrenamie­nto, así como la adopción de nuevas tecnología­s.

Exsubgober­nador del Banco de México y autor de

(FCE 2006)

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