¿Hay futuro para el PAN?
Andrés Manuel López Obrador no descansó luego de su triunfo del 1 de julio. Despacha en modo presidencial desde la medianoche de la histórica jornada de las votaciones, cuando anunció que ya tenía cita en Palacio Nacional.
En este espacio, el 28 de mayo se advirtió que a Peña Nieto le tocaría rendirse a una cohabitación con AMLO, perfilado como estaba el tabasqueño –según todas las encuestas serias– a ganar la Presidencia. (2 de julio, la cohabitación http://elfinanciero.com.mx/opinion/ salvador-camarena/2-de-juliola-cohabitacion). Pero no sólo el Presidente ha sido borrado por la agenda del tabasqueño. Mientras El Peje copa todos los espacios mediáticos, los otros partidos importantes evidencian en la derrota, precisamente, renovados síntomas de eso que les impidió constituirse en una alternativa a la candidatura del tabasqueño. Desunión, rivalidades mal procesadas, terca pequeñez de algunos dirigentes que se niegan a dar un paso al lado, ausencia de grandes voces, ánimos revanchistas sin agenda clara o legitimidad de sus impulsores, y pasmo en las filas. Eso son el PAN y el PRI hoy. Los partidos históricos, noqueados. AMLO saluda al futuro mientras los partidos (incluido el PRD) que dieron curso a la frágil estabilidad –pero estabilidad al cabo– de los últimos treinta años han sido no sólo diezmados en los venideros congresos de la Unión y estatales, sino que no figuran en la discusión de lo que se nos avecina con la transformación pretendida por los pejistas.
Sin contar Quintana Roo, del expriista Carlos Joaquín, Acción Nacional gobernará en once entidades (Yucatán entra a la numeralia azul en lugar de Veracruz). Y en el Congreso de la Unión son la primera minoría no ligada a Morena (algo flacona, eso sí, pues entre sus senadores estelares estarán Miguel Ángel Mancera o una colaboradora de Miguel Ángel Yunes).
Si Ricardo Anaya hubiera tenido altura de miras, la noche misma de la derrota podría haberle entregado a su partido un elemento narrativo que le permitiera cuidar el orgullo en medio de la debacle. Ganar tres elecciones estatales de las nueve en juego en esa jornada es mucho más que la blanqueada que se llevó el PRI. Sin embargo, hasta el último momento, Anaya emproblemó a su partido: pasaron demasiados días antes de que mandara aclarar que renunciaba a volver a dirigir al PAN. Desgaste innecesario, muy inoportuno.
Y por el estilo, no podría ser de otra manera, es lo que hace Damián Zepeda. Alega que quiere quedarse a conducir la renovación del partido. ¿Quién podría confiar en que lo haga de forma efectiva cuando la marca de la casa Anaya-Zepeda fue la exclusión y la cerrazón antes que el debate y la negociación? Pero aléguenle al umpire. Cuando más se va a necesitar la articulación de una agenda que resista los impulsos presidencialistas de López Obrador, tenemos un partido balcanizado por el intento de Marco Adame de continuar la obra (es un decir) de Anaya, a un Miguel Márquez renuente a hacerse cargo de Acción Nacional, a la nostalgia sin asidero de Felipe Calderón (ya sin grupo), al articulado pero demasiado prianista Roberto Gil, y a esos mercaderes del templo que son los romeristas, dueños de la franquicia clientelar en la Ciudad de México. Sumen a lo anterior que uno de los ganadores del domingo 1 de julio es Rafael Moreno Valle, que va al Senado, y queda muy poco margen para pensar que el PAN logrará en este trance recomponerse para resistir, desde una agenda que conecte con la ciudadanía, a López Obrador.
En el pasado, cuando tuvimos al avasallante PRI ahí estaban los panistas, una oposición articulada y prestigiada. A los panistas de hoy ese pasado les ha quedado demasiado grande. Así, ni cómo hablar de un futuro que incluya al PAN.
“Desunión, rivalidades mal procesadas, terca pequeñez de algunos dirigentes...”