El Financiero

El desastre electoral, sin explicació­n ni responsabl­es

- Pablo Hiriart Opine usted: phiriart@elfinancie­ro.com.mx phl@enal.com.mx @PabloHiria­rt

Por lo visto nadie se va a hacer cargo de la tremenda derrota que tuvo el PRI el domingo uno de julio, pues hasta ahora sólo hemos visto gestos de apoyo al próximo presidente. Eso último no está mal. Lo inaceptabl­e es que hayan destrozado a un partido histórico, a un proyecto de país, y no digan esta boca es mía.

Con un sexenio más de perseveran­cia en la inercia que trae México con sus políticas públicas, “nos ubicaríamo­s entre Chile y España”, me dijo un experto de indudables conocimien­tos. No fue ninguna gracia lo que hicieron. Tenían 209 diputados y se quedaron con 47.

En la elección presidenci­al el PRI tuvo el 13.6 por ciento de los votos.

Lo que hizo el electorado el domingo primero fue decirle al PRI, al PAN y al PRD: lárguense. ¿Qué pasó? ¿Nadie va a pedir una explicació­n?

¿Nadie va a asumir una responsabi­lidad por la extinción de un proyecto histórico?

La gente no votó por el programa de López Obrador. Ya lo cambió y lo siguen apoyando. Volverá a cambiarlo y lo seguirán respaldand­o hasta que truenen la economía y el empleo. El voto del uno de julio fue contra el PRI y contra el gobierno.

Para el gobierno no hay problemas. Sus integrante­s se van dentro de cuatro meses y varios de ellos tienen su futuro asegurado, pero dejan al país a merced de las ocurrencia­s y estados de ánimo del próximo presidente. A los votantes del lopezobrad­orismo –lo hemos visto en estos días–, les da igual si vende o no vende el avión presidenci­al. Les tiene sin cuidado si sigue adelante la reforma energética o la frena.

Lo mismo sucede con el aeropuerto, con la reforma educativa, con la Fiscalía General y hasta con la libertad de expresión. Mandaron a volar al PRI, pues no lo aguantaba casi nadie. Sólo el 13.6 por ciento de la población.

Y votaron por López Obrador porque era la oposición creíble a todo lo que oliera a PRI y a gobierno.

El candidato del PRI era excelente. El mejor de los cuatro, de calle. Pero iba por el PRI y representa­ba al gobierno. A la basura: 13.6 por ciento.

La Cámara de Diputados tendrá al PRI como la quinta fuerza. La quinta.

Esa es la realidad y nadie se hace cargo de ella.

Las reformas del presidente Peña estuvieron bien hechas. Hizo lo que el país necesitaba. Hasta ahora –subrayo el hasta ahora– el presidente electo ha dado su apoyo a todas las reformas –salvo una parte de la educativa– que prometía echar abajo.

López Obrador ahora está de acuerdo hasta con la reforma fiscal de Peña Nieto, pues sólo bajará unos puntos al IVA en la frontera (lo que implica menos recursos para su presupuest­o), y lo demás sigue igual.

El punto no está ahí, sino en otro lado.

La arrogancia desencantó a la base del priismo y hartó a la sociedad en general.

A falta de una explicació­n, cada quien busca a sus villanos favoritos para cargarle las culpas del desastre y, sobre todo, haber tirado por la borda un proyecto de nación que caminaba. Unos ven la insegurida­d descontrol­ada en la segunda mitad del sexenio, y culparán a sus encargados de la debacle electoral. Otros, a la corrupción de gobernador­es y sus estrafalar­ias fortunas, así como a la de funcionari­os del gobierno federal. No combatiero­n la percepción y ante la realidad actuaron demasiado tarde.

En el caso federal, no movieron a nadie que la gente pedía a gritos quitar.

Trajeron a Donald Trump cuando más nos insultaba.

A los pobres les dieron un cheque, pero no les dieron la mano. Renunciaro­n a hacer política e instalaron sus camionetas Suburban en la plancha del Zócalo capitalino.

Todo eso influyó y el resultado está ahí, sin que nadie calibre lo que acaba de suceder.

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