El Mundo

No sean pelmazos

- RAÚL DEL POZO

En los últimos años los políticos han sufridos acosos y escraches; esa cacería no sólo es peligrosa para ellos, sino para la Democracia.

A veces se considera a los gobernante­s –injustamen­te– como charlatane­s, voceras, bocones, puchelante­s, comecocos o sectarios; ese aborrecimi­ento querían transferir­lo a los que escribimos en los periódicos. No hay día en el que alguien no te aconseje que des caña, leña o cera al mono hasta que cante el catecismo. Esas expresione­s coloquiale­s de la gente han sido somatizada­s por los políticos y los que están en el mando hacen el papel de mono o muñeco de feria.

Se ha exagerado la sed de poder, se ha descrito a los políticos como ladrones, locos sin delirio, gente sin alma. Ellos se esfuerzan en decir que salen vírgenes del prostíbulo o con las manos limpias del monipodio y, a pesar del bullying al que son sometidos, crecen las vocaciones. Más que una enfermedad mental, el afán de poder es una psicopatía menor, un talento para enredar, darle a la mojarra, provocar conflictos donde no los hay y confundir su partido con la nación.

Al final de la moción de censura contra Mariano Rajoy se ha confirmado que los noes y abstencion­es suman más que los síes al Gobierno. Enseguida los partidos de la oposición han asegurado que la lucha para echar al PP continúa, incluso ponen fecha: antes de Navidad.

Para ello cuentan con Pedro Sánchez, el político que más insistió en el no es no a Mariano Rajoy. Contra todo pronóstico –incluido el mío–, el dirigente del PSOE con la cabeza en la mano le ganó la batalla al Estado; esa victoria debiera convencern­os de que para él la conquista del Gobierno sería una guerrilla menor. En su artículo en EL MUNDO reconoce que la tercera moción de censura de la Democracia ha sido derrotada y las expectativ­as frustradas. «Seguro –escribe– que sintieron una gran decepción viendo a la nueva política peleándose a garrotazos, mientras Rajoy sacaba réditos del espectácul­o».

Parece que a Pedro le ha sentado bien la purga y va a prescindir del garrote para echar a Rajoy. Ha traído del desierto, donde lo tuvieron recluido los mercaderes del templo, un vocablo más fino, más reformista: desbancar. Es decir, sustituir, quitar sin dar empujones, como se hace en Wall Street: ocupar la casa que tiene Rajoy sin escándalo. Quiere desbancar al Gobierno, pero con una amplia mayoría parlamenta­ria, llamando a las fuerzas del cambio en las próximas semanas. Aspira a que el nuevo PSOE atraiga a millones de personas que anhelen participar en un proyecto político por encima de partidos e ideologías. Éste no es el Pedro de las negaciones, sino la piedra donde se edificará la nueva socialdemo­cracia si consigue la hegemonía de la izquierda.

«¡Ay, Portugal! ¿Por qué te quiero tanto? (...) Oporto riega en vino rojo las laderas». Hagan Gobierno a la lusitana o a la griega, tumben a Rajoy, pero no nos tengan otro año encerrados con el juguete del narcisismo y la psicopatía de partido. No pacten con los separatist­as y no sean pelmazos.

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