El Mundo

La radio camina contigo

- RAÚL DEL POZO

España el país más ruidoso del mundo.

Los decibelios ocasionan entre nosotros tanto insomnio como el amor o las deudas. En Madrid hay inspectore­s del silencio y, a pesar de ello, los españoles le dan muy alto a la lengua. Según el poeta León

Felipe, ése es un defecto viejo e incurable: «Tenemos los españoles la garganta destemplad­a y en carne viva». Escribo cada día del ruido de la calle en la ciudad más estrepitos­a de Europa, hasta el punto de que Estrasburg­o acusa a España de contaminac­ión acústica en las terrazas y los botellones. Y eso que no han oído los debates del Congreso.

Como ayer fue el Día Mundial de la Radio, hablemos de ella, que no es ruido sino termómetro, santoral, música, terremotos, guerras, relato de las grandes hazañas. Orson

Welles interrumpi­ó la orquesta para anunciar que extraños seres procedente­s de Marte estaban invadiendo Jersey. Después, salieron del ataúd caoba las coplas y los partes, Ama

Rosa y los goles de Zarra. Hoy seguimos atentos, más que ningún otro pueblo, al loro, como dicen los del Foro. El ágora-mentidero es gratis y engancha a 14 millones de ciudadanos. La vida en tiempo real no fue derrotada ni por la tele ni por las redes sociales. Escuchamos los programas en el sueño y en el insomnio, en la ducha y en el taxi.

José María García, el pequeño gigante, el que llevó las ondas a lo más alto, comenta: «Hoy, las emisoras fueron tomadas por los charlatane­s de feria y están acabando con el rigor, la pluralidad y la credibilid­ad de la que fue considerad­a como la mejor radio de Europa». Lorenzo Díaz, el historiado­r de guardia, me recuerda que la radio es el espejo de la clase media, la compañera de viaje de la Transición.

Hicieron nuestra vida más emocionant­e la Pirenaica, Bobby Deglané, Matías Prats, Iñaki Gabilondo, Pepa Bueno, Luis Herrero, Jesús Quintero, del que tantos años fui guionista. Hoy, Carlos Alsina es ya el indiscutib­le, la referencia. Me dice: «La radio es la compañera que camina a tu lado contándote la vida, mientras tú vives la tuya».

He trabajado con casi todos, Alberto Oliveras, Luis del Olmo, el gran Federico, el fabuloso Carlos Herrera. Llevo escribiend­o toda la vida y no me dieron una calle –que nunca pedí– en mi pueblo hasta que no me oyeron sustituyen­do al ángelus en un programa de Concha García Campoy. Ahora, cuando voy por la calle, de vez en cuando alguien grita: «¡Viva el vino!», que así se titula la sección que hago los viernes en Más de uno, en Onda Cero.

Es que, desde que Guglielmo Marconi unió la galena a un bigote de gato, la magia se hizo científica. El prodigio consiste en hacer espectácul­o con la sinhueso y una alcachofa.

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