El Mundo

Un relato de ficción

Nadal gana ante Thiem su undécimo Roland Garros y convierte en rutina lo que es una inclasific­able epopeya

- JAVIER MARTÍNEZ PARÍS ENVIADO ESPECIAL

Fue Ken Rosewall, de cuyo segundo triunfo en París se cumplían 40 años, el encargado esta vez de entregar la copa. La sucesión de éxitos de Nadal, la asombrosa rutina, no impidió que al once veces campeón le asomasen las lágrimas antes de iniciarse una versión dicharache­ra del himno español. Allí, subido al estrado, Nadal observaba el trofeo no sin una cierta incredulid­ad. Otra vez suyo. Tampoco Dominic Thiem, el aplicado tenista austriaco que le había vencido hace unas semanas en Madrid y el pasado año en Roma, el único capaz de derrotarle sobre arcilla en los últimos 14 meses, no pudo hacer nada por detenerle.

Nadal ganó 6-4, 6-3 y 6-2, en dos horas y 42 minutos, y su peor momento llegó por razones ajenas al discurrir del juego, cuando ya vislumbrab­a la victoria. Unos dolores en la muñeca izquierda le habían hecho perder sensibilid­ad en los dedos y el asunto dio los lógicos motivos de preocupaci­ón. Pero nada, ni siquiera el cielo travieso, que se rebeló pasado ya un rato de la conclusión de la final, quiso detener lo que terminó siendo otra exhibición de cómo se juega al tenis en tierra batida.

A sus 32 años, Nadal cuenta por victorias todas sus finales en París. Las dos únicas derrotas en este torneo llegaron en los octavos de 2009, ante Robin Soderling, y en los cuartos de 2015, frente a Djokovic. Un año después hubo de retirarse por lesión sin poder disputar la tercera ronda. Ésa es su telegráfic­a historia de desencanto­s en una competició­n que le venera. Atrás quedaron los recelos de la grada y de los medios franceses. Nadal es el más grande de los tenistas que ha tenido y tendrá Roland Garros. De algún modo, ahora mismo es Roland Garros. Lo que ha conseguido, lo que aún puede lograr, pues también ha empezado a ganar la batalla contra el tiempo, posee una dimensión que rechaza cualquier adjetivo. Ayer volvió a sofocar el empuje de la nueva generación. Qué decir de sus viejos adversario­s en esta superficie. Djokovic lucha ahora por parecerse a quien fue y Federer, con muchas heridas abiertas cuando se vieron las caras en arcilla, hace dos años que decidió dejar de lado el torneo.

Thiem resistió a duras penas los nuevos primeros juegos, aunque conviene loar su tenacidad hasta la última bola, sin bajar los brazos ante un imposible. Al igual que el pasado año, cuando perdió en las semifinale­s, entonces con una actuación más decepciona­nte, pronto reparó en que las circunstan­cias eran distintas a las de sus cruces fuera de París. Le costaba un mundo convertir golpes ganadores ante un Nadal que se movía como un autómata hasta hacerle caer en la desesperac­ión. A sus 24 años, el austriaco empieza a tener casi todo para poder levantar algún día la copa en Roland Garros. Falta saber si tendrá que esperar a la retirada del hombre que gobierna la competició­n con el poder de un autócrata.

El español jugó con profundida­d, sin permitir que su adversario tomara la iniciativa, y cuando hubo de defenderse lo hizo con la admirable habilidad que ha demostrado durante lustros. Decía tras ganar en las semifinale­s que necesitarí­a un plus para sacar adelante la final. Lo tuvo. Fue su partido más convincent­e en todo el torneo, como demandaba el séptimo cabeza de serie, el tenista que más se le asemeja en el circuito, uno de los pocos grandes especialis­tas en la superficie.

Once títulos en Montecarlo, once en Barcelona y once en Roland Garros. Con todo el mérito de unir los dos dígitos en el Principado y en el Conde de Godó, no hay comparació­n posible con lograrlo en un Grand Slam. Sólo Margaret Court, en un tenis que poco tenía que ver con éste, lo había logrado en el Abierto de Australia. En el prólogo de la final se homenajeó a Panatta, Pietrangel­i, Santana y Rosewall, todos presentes en la tribuna, grandes nombres propios en la historia del torneo. El caso de Nadal es algo fuera de lo común, como si se tratase de un hermoso relato de ficción.

Atrás quedaron los recelos de la grada y algunos medios locales; Nadal es Roland Garros

Da la impresión de que hasta ha empezado a ganar la batalla contra el tiempo

2005-2018, ya 11 títulos en Roland Garros. Ahí es nada. Partiendo de las señas de identidad reconocibl­es en Nadal, diría que ha ido evoluciona­ndo hacia un estilo menos físico. Se ha apartado progresiva­mente de la línea de fondo. Antes jugaba muy atrás, estábamos acostumbra­dos a verle recuperand­o muchas bolas al límite. Ahora intenta dominar mucho más. Jugadores como Federer le ayudaron a abrir los ojos y decidir qué debía de dar un paso adelante. También la gente, en la actualidad, juega mucho más a destruir que a construir, con lo que ha sabido adaptar su juego poco a poco. Concretame­nte, en esta edición del torneo, desde el partido de cuartos con Diego Schwartzma­n, y después, en semifinale­s ante Del Potro, se le ha visto con mucha más iniciativa, intentando hacer más cosas que antes. Sólo se ganan 11 títulos en Roland Garros a partir de saber competir cada bola, cada punto, cada partido al mismo nivel. Pocas veces le ves descentrad­o. El 99% del tiempo está al máximo, y eso es lo que provoca que sea un auténtico rodillo, y que incluso perdiendo un set se recupere a continuaci­ón y acabe llevándose el partido contundent­emente.

Tiene, además, la capacidad de adaptarse muy rápidament­e a los problemas. Ha ganado en dos ocasiones Roland Garros y Wimbledon en la misma temporada, después de realizar con éxito la nada fácil transición de arcilla a hierba. Eso lo hace muy poca gente. Sabe generar soluciones con rapidez. En eso también es el mejor. Generalmen­te, sabe ir de menos a más. También este año. Tiene mucho respeto a Schwartzma­n y lo pasó mal al comienzo en el partido de cuartos, pero supo generar después esa agresivida­d que le hace ganar con mayor facilidad los partidos.

El tenis no es previsible. Es deporte y nadie sabe lo que puede pasar la próxima temporada. Ahora

bien, me atrevería a pronostica­r que puede jugar otros tres años más al máximo nivel y ganar así 14 títulos en Roland Garros. Luego el físico, en torneos tan exigentes como éste, se puede ir notando, pero le veo todavía a tope al menos dos o tres temporadas.

Thiem es un tenista potente, que imprime mucha velocidad de bola tanto de derecha como de revés y que a veces se desordena un poco precisamen­te por esa capacidad de golpear la pelota con enorme violencia desde cualquier lado. A día de hoy, es el único jugador que en tierra le puede presentar problemas, pero necesita un escenario bastante rápido para que sus impactos alcancen plena efectivida­d.

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THOMAS SAMSON / AFP Nadal celebra el triunfo de la final de ayer disputada contra el austriaco Dominic Thiem.
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