El Mundo

FRANCIA JUGARÁ LA GRAN FINAL

Griezmann lidera a los ‘blues’, que ganan (1-0) con un gol de Umtiti a una buena Bélgica

- FRANCISCO CABEZAS E. ESPECIAL SAN PETERSBURG­O

No fue ante al puerto de Ámsterdam, sino frente al de San Petersburg­o. Qué más da. La canción de Brel pintó igualmente el tremendism­o belga. «Hay marineros que mueren / llenos de cerveza y de drama». Francia, maldita ironía, fue la que despertó a Bélgica de un sueño que parecía no tener fin. Serán los galos quienes jueguen el próximo domingo la final del Mundial, la tercera de su historia, en busca de su segundo título. Los Diablos Rojos, que nunca más deberían volver a infierno alguno, zanjaron un mes que nadie debería olvidar nunca.

El salto celestial de Umtiti a saque de córner de Griezmann, siempre con el partido en la cabeza, resultó definitivo. Francia nunca concede en ventaja. Y, de no ser por la mala traza de Giroud, aún hubiera podido ir más allá vista la nueva exhibición de Mbappé.

No comenzó así la noche. Hazard danzaba en la ciudad de los zares. Hay futbolista­s cuya plasticida­d muchas veces resulta artificial. Pero nada de lo que hace el capitán de Bélgica sobre el campo está de más. Pide la pelota sin cesar y, una vez pegada al pie, explota su formidable tren interior para deslizarse entre los rivales. Su fútbol poético proporcion­ó, tanto al inicio como en el crepúsculo, cuando el vacío ya quedaba demasiado cerca, momentos de pura emoción.

Temió Francia verse por detrás ante las primeras embestidas de Hazard. Siempre escoltado por De Bruyne, cuya influencia en el con- glomerado de Roberto Martínez gana peso cuando se sitúa en el frente ofensivo, fue el diez de los Diablos Rojos quien primer lo intentó. Su disparo salió demasiado cruzado.

Sí tuvo que emplearse a fondo el meta Lloris después de que el central Alderweire­ld se diera la vuelta en busca de la gloria. Las manoplas del portero francés, como tantas otras veces en este Mundial de Rusia, volvieron a sostener a la selección de Deschamps en los peores momentos.

El selecciona­dor de Bélgica, Roberto Martínez, había dado una nueva vuelta de tuerca a su repertorio. Esta vez, ante la baja del carrilero Meunier, se llevó a Chadli a la orilla diestra en una línea en defensa de cuatro. Moussa Dembélé, mientras, debía ser quien ayudara a Witsel y Fellaini a guerrear con esas rocas llamadas Kanté, Pogba y Matuidi. Insoportab­le tarea.

Francia, a quien ya le había ido bien durante todo el campeonato eso de ceder la pelota, comenzó a intuir lo peor. Así que Deschamps mandó dar la vuelta a la situación. Griezmann, que se había pasado el amanecer mirando hacia arriba y admirando las blancas vigas del monumental estadio de San Petersburg­o, se puso a pensar. Y a jugar. Fue el futbolista del Atlético quien dio inicio a una sencilla acción de estrategia ante la que los belgas no estuvieron del todo atentos. El centro de Pavard, sin embargo, no tuvo respuesta por parte de Giroud.

Volvió a las andadas Griezmann, esta vez lanzando en carrera a Mbappé. Quién sabe hasta dónde llegaría esta Francia si su rematador no fuera Giroud. El ariete, ante la ocasión que cualquiera podría soñar a las puertas de la final, se tropezó y acabó rodando por los suelos.

No estaba dispuesto Mbappé a que la Copa del Mundo sólo le recordara por aquella exhibición frente a Argentina. Tomó el jovencito el balón, dibujó un pase maravillos­o y brindó a Pavard la oportunida­d de avanzar a los suyos. Pero tiene Bélgica un portero que probableme­nte sea el mejor del Mundo. Frente a Neymar, ya hizo la parada de su vida. Frente a Pavard logró sacar su pierna a tiempo. El grito de los aficionado­s quedaba ahogado.

Umtiti, que escapó de Alderweire­ld, remató a gol ante Fellaini. Bélgica, desapareci­do Lukaku, confió en Mertens y Carrasco. Apretaron y empujaron los belgas. Pero esta Francia del músculo hace ya semanas que tiene aroma a campeona del Mundo.

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/ TOUR HANAI / REUTERS Samuel Umtiti cabecea para conseguir el gol de la victoria de la semifinal entre Francia y Bélgica.

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