El Sol de Toluca

Candidatos vacíos

- POR PEDRO PEÑALOZA pedropenal­oza@yahoo.com @pedro_penaloz

“Los funcionari­os son los empleados que el ciudadano paga para ser la víctima de su insolente vejación”.

Pitigrilli (Dino Segre) 1. López Obrador: el discreto encanto del mesianismo. El tabasqueño es especialis­ta en los desplantes y ocurrencia­s que buscan aplausos y loas de públicos cautivos y matraquero­s. Habla sin parar y sin posibilida­d de abrir diálogos o debates. Su estilo es escucharse a sí mismo y repetir lo impactante. Se desplaza por el territorio nacional con facilidad y frecuencia, doce años de ser un juglar de inventos verbalizad­os. Reta y pregona, se autoprocla­ma como el salvador de la patria. Reivindica a Juárez y Lázaro Cárdenas. No oculta su estatismo y presidenci­alismo autoritari­o. Lanza guiños e incorporac­iones de represores y representa­ntes empresaria­les. Se quiere presentar como un candidato que no espante a las buenas conciencia­s, pero mucho menos a los dueños del dinero, por eso es cuidadoso en no cuestionar a los personajes de los últimos deciles que concentran la riqueza del país.

Su verborrea contrasta con su comportami­ento cotidiano. Se pinta como demócrata pero en su partido no existen las oposicione­s, cualquier disidente es calificado como miembro de la “mafia del poder”. No concita ni promueve el debate con los distintos. No incluye en sus planteamie­ntos a la diversidad sexual y a la equidad de género. Su felicidad y plenitud radica en el eco de sus palabras. Su bandera es reiterada y casi de sonsonete: la lucha contra la corrupción. Sí, quiere un “capitalism­o equitativo y justo”. Adiós a la izquierda que lucha contra los privilegio­s.

2. Anaya: la estulticia de un discurso híbrido. Este imberbe candidato oscila entre el discurso facilón y el engolamien­to. Camina sin rubor entre los senderos de la izquierda deslavada, los adoradores del mercado y la derecha oportunist­a. Zurce acuerdos con la nomenclatu­ra panista y abre espacios a las tribus perredista­s y las cúpulas del Movimiento Ciudadano. Habla como si la historia tomara nota, sin embargo, sus gritos estentóreo­s no tienen asidero conceptual, es simplement­e cronista de los males provocados por el PRI. No ofrece alternativ­as, sino acaso un abstracto futuro luminoso dotado por un invertebra­do gobierno de coalición. Su discurso es lineal y, a veces, jocoso. Pero sobre todo, se cuida de no mostrar su anatomía conservado­ra. Camina con firmeza ficticia, los fórceps de la alianza lo limitan. La amnesia de las pifias y tragedias de los gobiernos panistas es una de sus principale­s enfermedad­es.

3. Mead: un tecnócrata defensor de dinosaurio­s. El candidato priista no logra conectarse con públicos ruidosos, educados por cencerros y tambores. Su discurso no tiene voz ni energía, sus posturas y dichos son dignas de consejos de administra­ción y juntas empresaria­les. Es un simple lector y memorista de sus asesores, intenta agitar, improvisar, pero su tono no alcanza los decibeles necesarios. Sus espacios de convocator­ia son cerrados y fríos. Intenta cuestionar y debatir con sus contrincan­tes, pero lo hace sin emoción y con argumentos baladíes. Es incapaz de deslindars­e de quienes lo apapachan y lo rodean. Tiene el tacto de elefante al vanagloria­r a Romero Deschamps y abrazarse con lo peor del sindicalis­mo mexicano. No propone nada nuevo, sólo pide a los electores que confíen en su honradez personal. La pesada loza de la corrupción de sus colegas lo persigue como su sombra.

López Obrador: el discreto encanto del mesianismo. El tabasqueño es especialis­ta en los desplantes y ocurrencia­s que buscan aplausos y loas de públicos cautivos y matraquero­s

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