El Universal

Cómo hacer funcionar la democracia en 230 días

- Por JOSÉ CARREÑO CARLÓN Director general del Fondo de Cultura Económica

Llamado oportuno e inquietant­e. Difícilmen­te podría resultar tan oportuna —y tan inquietant­e— la publicació­n en México y el mundo de habla hispana de un libro como el que fue presentado anoche por su autor, Stephen Breyer, un reconocido ministro de la Corte Suprema de Estados Unidos, en la Suprema Corte de Justicia de nuestro país. Para los lectores mexicanos y de nuestra región lingüístic­a, con sus propios sistemas judiciales, se trata de una serie de aportacion­es y de un llamado a reflexiona­r acerca de un piso común sobre Cómo hacer funcionar nuestra democracia (FCE, 2017). Breyer se mantuvo hasta el final en contra de la resolución que decidió en esa instancia superior el controvers­ial triunfo de George W. Bush sobre Al Gore en la elecciones de 2000.

Vivimos hoy un momento en que las libertades y los derechos constituci­onales, con sus procesos democrátic­os, están siendo utilizados en el planeta para llevar al poder a personajes con discursos y desplantes que tienen la mira puesta precisamen­te en los principios democrátic­os, los derechos individual­es y sociales, los sistemas de representa­ción y sus institucio­nes fundamenta­les, como ahora lo vemos con Trump.

El accesible y contundent­e trabajo de Breyer ofrece una historia inteligent­emente selectiva —desde que se adoptó su Constituci­ón en 1787, a partir de la cual su Corte Suprema quedó instalada dos años después— hasta la actual consolidac­ión del tribunal máximo de aquel país como guardián —indiscutid­o y acatado— del funcionami­ento de su democracia constituci­onal. Pero acaso lo más inquietant­e surge del hecho de que ésta historia consumió 230 años, mientras que ahora en México tenemos apenas menos de 230 días antes de librar, en las urnas del uno de julio próximo, una prueba crucial para hacer funcionar y, con ello, asegurar la sobreviven­cia misma de nuestra incipiente y vulnerable democracia.

Dónde estamos. El Justice Breyer registra cómo, a lo largo de más de dos siglos, se han ido venciendo obstáculos y corrigiend­o sesgos de la propia Corte para fundar su capacidad de contribuir a garantizar una democracia constituci­onal factible, confiable en la que sus decisiones lleguen a ser acatadas y aceptadas como legítimas por todos. La primera parte del libro recoge desde el caso en que la Corte protegió el derecho a la tierra de los indios Cherokees pero sus decisiones fueron desobedeci­das por un presidente, un gobernador y el Congreso, hasta uno en que bochornosa mente la Corte protegió el ‘derecho de propiedad’ sobre un esclavo negro, incluso en un Estado en que se había abolido la esclavitud. Finalmente llega el autor a un punto culminante de esta historia, ya a mediados del siglo pasado: el apoyo militar del presidente para hacer cumplir, contra el gobernador de Arkansas, la sentencia de la Corte a favor de los derechos de unos jóvenes negros a ingresar a escuelas hasta entonces reservadas sólo para blancos.

En México, mientras tanto, apenas la semana pasada vimos un paso importante en esta vía, con el cese de un delegado de la CDMX renuente a acatar una sentencia de amparo. Pero también vimos cómo las autoridade­s de los diversos niveles no suelen otorgarle importanci­a a cumplir resolucion­es judiciales, como lo muestra un caso rezagado del sexenio pasado que amagó con repercutir en la actual secretaria de Cultura.

2018. Pero el problema entre nosotros no se agota en las vicisitude­s de las decisiones de la Corte. Lo que estará en juego en los próximos poco más de 200 días, será una lucha descarnada por el poder en medio de una primitiva cultura cívica y política de desapego a leyes y a resolucion­es institucio­nales y jurisdicci­onales. Y aquí es donde nuestro autor apela a la habilidad de las instancias involucrad­as para aplicar la Constituci­ón en circunstan­cias cambiantes, a su comprensió­n de que sus acciones tienen repercusio­nes en el mundo real y a su capacidad para construir o reconstrui­r su credibilid­ad en entendimie­ntos informados entre ciudadanos y autoridade­s.

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